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El Telégrafo
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En septiembre se sacrificaba a las huacas para que caiga agua del cielo

El culto a las huacas en la provincia de Tomebamba

Foto: Cortesía/El Telégrafo
Foto: Cortesía/El Telégrafo
07 de septiembre de 2014 - 00:00 - Juan Martínez Borrero, Cátedra Abierta de Historia, Universidad de Cuenca

Diversos Cronistas de Indias reseñan las principales fiestas del área andina y casi todos ellos coinciden en destacar la existencia de fiestas de importancia diversa. Entre ellas se encontraban fiestas familiares o comunitarias restringidas, como las asociadas a determinados ritos de paso o a la marca de los animales de los rebaños entre los pastores.

Excepcionales referencias a los ritos y ceremonias encontramos en la obra de Cristóbal de Molina, el cuzqueño, en su Relación de las fábulas y ritos de los ingas... (1560-1580?), que es considerada como una de las obras fundamentales para la comprensión de la religión precolombina y su universo simbólico y en La nueva corónica y buen gobierno (1615) de Felipe Guamán Poma de Ayala en que nos acercamos a la visión desde adentro que el indio cronista presenta sobre los Andes.

La Citua o Coyaraimi, gran fiesta de purificación en Agosto

Los rituales de la citua, durante agosto o Coyaraymi, son descritos con gran detalle por Molina (1560, p. 73). La citua es uno de los más complejos rituales del calendario litúrgico inca. Esta fiesta se caracterizaba por la purificación destinada a superar las enfermedades que podrían presentarse con las primeras lluvias y se iniciaba con la llegada al Cuzco de “las figuras de las huacas de toda la tierra de Quito a Chile, las quales ponían en sus casas que en Cuzco tenían para el efecto...”.

Para que la fiesta se realice debían salir del perímetro de la ciudad todos los forasteros y “todos los que tenían las orejas quebradas, y... todos los corcovados y que tenían alguna lesión y defeto en sus personas, diciendo que no se hallasen en aquellas fiestas porque por sus culpas heran así hechos, y que hombres desdichados no era justo que se hallasen allí porque no estorvasen con su desdicha alguna buena dicha; hechaban también los perros del pueblo porque no aullasen”.

Cien indios aderezados como para ir a la guerra corrían en dirección a cada uno de los cuatro suyus, entregando las voces “Salga el mal afuera” a mitimaes que a su vez trasladaban las voces a otros mitimaes hasta llegar a ríos caudalosos en donde se bañaban estos y sus armas, al mismo tiempo salían todas las gentes a las puertas “dando boces, sacudiendo las mantas y llicllas diciendo: ‘Vaya el mal fuera” (Molina, p. 75).

Posteriormente, el Inca y todos los demás iban hasta las fuentes y los ríos a lavarse y al retornar a sus casas comían del çanco, una mazamorra espesa de maíz, ellos y los difuntos y los pobres absteniéndose de actos de violencia.

Esta mazamorra servía para ‘calentar’ a los difuntos y para ofrecerse a las huacas.
Posteriormente se conducían a la plaza los cuerpos de los difuntos y las imágenes de las huacas a las que mochaban (o adoraban) todas las gentes ricamente vestidas y aderezadas.

El sacrificio de los carneros

Al día siguiente se repetía la adoración pero se conducía a la plaza multitud de carneros blancos sin defecto alguno, de los cuales escogía el sacerdote 4 para sacrificarlos echando su sangre en el çanco, al que entonces se denominaba yahuarçanco, todas las personas, adultos y niños, hombres y mujeres, sanos y enfermos, comían una porción de este yahuarçanco. El sacerdote hinchaba los bofes de los animales muertos para de esta manera conocer si las cosas serían prósperas aquel año.

Se sacrificaba una parte de los animales para que la gente pudiese comer y al día siguiente se permitía la entrada de todos los súbditos que habían venido de los suyus con sus huacas a los que se ofrecía también el yahuarçanco y la comida. Luego retornaban las gentes que habían sido arrojadas fuera por sus defectos y participaban también en las ceremonias.

Como rito imperial este de la citua tenía un carácter inicialmente excluyente para luego ampliar la participación a grupos marginales como los súbditos no incas y los ‘desdichados’.

Dar muerte a posibles espíritus negativos

No conocemos si existían versiones de este rito a nivel local como se ha señalado, por ejemplo, para los rituales de “armar caballeros”, pero dada la estructura rígidamente centralizada del Tahuantinsuyo, que implicaba la réplica de los ritos por las autoridades locales, podríamos suponer que, efectivamente, la delegación del poder del Inca, que alcanza su máxima expresión en la capacocha, posibilita a los grupos locales realizar también esta ceremonia de carácter profiláctico.

Suponemos que eventos como el de “cortar la plaza”, dando muerte ritualmente a posibles espíritus negativos, podría ser una reminiscencia contemporánea de la citua en las fiestas religiosas actuales.

El motivo por el que se conserva un rasgo de este tipo, así como otros que podríamos suponer semejantes, puede ser aclarado desde una doble perspectiva, la primera involucra el carácter básicamente conservador de la fiesta religiosa y la utilización de símbolos locales para la difusión de la religión católica.

Por otro lado la creencia en la fragilidad de la vida, amenazada por fuerzas externas, que pueden, sin embargo, ser conjuradas con actos rituales que replican actos efectivos, es una poderosa razón para que se proceda a ‘limpiar’ los espacios en los que se efectúan rituales, es decir a ‘purificarlos’ ante el peligro de la contaminación.

Huamán Poma, más escueto se refiere a la gran fiesta de la luna, señora del sol. La fiesta la hacen las mujeres principales o del pueblo y convidan a ella a los hombres. Los hombres arrojan con sus hondas a las enfermedades fuera de los pueblos.

En septiembre, rogativas a las Huacas para que llueva

Durante el mes de septiembre, señala Molina que se realizaban ceremonias del Guarachico en áreas cercanas al Cuzco. Poma de Ayala menciona que se sacrificaban a las huacas principales para que enviasen agua del cielo, 100 carneros blancos y se ataba a los carneros negros sin comida “para que ayudasen a llorar”, se maltrataba a los perros mientras que hombres, mujeres y niños, ancianos y tullidos, cada uno por su parte lloraban.

Se realizaban procesiones de cerro en cerro pidiendo a grandes voces agua al creador del hombre (Runa Camac).

Toda esta compleja interpretación de la realidad permitió al hombre andino enfrentarse con gran creatividad a difíciles condiciones de supervivencia a través de ritos y ceremonias que tendían a la conformación de sociedades profundamente integradas al territorio y al cosmos. La antigua provincia de Tomebamba fue también escenario de estas creencias, algunas que perviven profundamente transformadas y marginales en rituales contemporáneos.

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