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Historia y mito en la creación del Ecuador

Historia y mito en la creación del Ecuador
17 de octubre de 2016 - 00:00 - Ángel Emilio Hidalgo, Historiador

El 13 de mayo de 1830, los “notables” de Quito decidieron “constituir un Estado libre e independiente, con los pueblos comprendidos en el Distrito del Sur”; es decir, Quito, Guayaquil y Cuenca. Un poco antes, el Distrito del Norte o Venezuela, se había separado de la Colombia del Libertador Simón Bolívar, quien había dimitido y se había retirado de la vida pública. Los ánimos de los “viejos” luchadores de la independencia colombiana habían decaído: el propio general Antonio José de Sucre, en junio de 1830, viajaba a Quito para reunirse con su familia cuando, en las selvas de Berruecos, le sorprendió la muerte. El impacto de esa grave pérdida fue enorme: Bolívar dijo que había muerto “el Abel americano”, viendo cómo se desvanecían sus esperanzas de que el gran Mariscal de Ayacucho le sucediera.

En medio de la confusión generalizada que trajo el fin del proyecto colombiano, dos caudillos de origen venezolano fueron los más beneficiados por la coyuntura: José Antonio Páez, quien hace rato había fortalecido su liderazgo en Venezuela; y Juan José Flores, admirador de Bolívar, a quien este le había confiado el mando político y militar del Distrito del Sur. El perfil de Flores resultaría ideal para liderar el proceso de conformación de la nueva república, ya sin la presencia de Sucre: su talante de “veterano” de las guerras de independencia, la fidelidad que había mostrado al Libertador y su parentesco político con una de las familias más “conocidas” de Quito, le habían reservado un lugar visible en los círculos sociales de la futura capital.

Resultaba evidente, por otro lado, que las élites de las tres provincias del Distrito del Sur querían romper definitivamente con el centralismo de Bogotá, lo que se había exacerbado en los últimos años. Sin embargo, cuando se disolvió la Gran Colombia, retornó el vacío jurídico que hubo en el momento de la separación del dominio español; es decir, la soberanía, nuevamente, retornó a los pueblos.      

Es común creer que el Ecuador existía como nación antes de 1830. De hecho, las versiones “patrióticas” de nuestra historia se remontan a un antiguo “reino de Quito”, que es considerado el germen del nacionalismo ecuatoriano. También se suele apelar a la supuesta existencia de un incipiente “nacionalismo” ecuatoriano, en las luchas de la “rebelión de los barrios” de Quito, en el siglo XVIII, e incluso antes, a la “rebelión de las alcabalas” de fines del siglo XVI. Si bien el relato nacionalista ha funcionado para hacer propaganda ideológica destinada a “fortalecer” la identidad ecuatoriana, en base a la repetición de los “mitos patrios”, su lógica no corresponde a la de la historia. Lastimosamente, no puede haber nacionalismo sin nación, por lo tanto, el sentimiento de ecuatorianidad nunca existió antes de 1830.

Lo que había era un vínculo emocional de los habitantes de los pueblos hacia sus entornos cercanos. Así, la “patria” para los quiteños era Quito, como para los guayaquileños, Guayaquil; mientras que la “patria grande” tempranamente empezó a ser América -“para nosotros, la patria es América”, había dicho Bolívar en la Carta de Jamaica (1815)-, cuando los criollos resintieron del olvido y marginación impuestos por los españoles.  

Para entender lo anterior, basta leer el contenido de la convocatoria que hizo Juan José Flores, el 31 de mayo de 1830, para la instalación de una asamblea constituyente: el objetivo era “formar un Estado independiente”, sobre la base de la representación igualitaria de los tres departamentos, “sea cual fuese la población”. En la “primera constituyente” de Riobamba, luego de muchas discusiones, se impuso la tesis de la representación igualitaria de los tres departamentos, por lo cual, sin decirlo expresamente, el Estado del Ecuador nació bajo un sistema político de inspiración federal, dado que esa fue la condición que presentaron los representantes de Cuenca y Guayaquil para respaldar la idea del “pacto de unión” departamental que crearía el nuevo Estado.

La posición de los cuencanos y guayaquileños era clara: una vez liberados de los tutelajes español y colombiano, los departamentos tenían la opción de establecer un sistema político de acuerdo a los intereses de los pueblos; entonces, habían decidido formar un pacto de asociación con Quito. Esto implicaba que las tres entidades históricas conservaran su autonomía intacta, a pesar de haber decidido expresamente constituir, entre ellas, un Estado nacional. (O)

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