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Herederas de la exclusión

Herederas de la exclusión
28 de enero de 2019 - 00:00 - Laddy Almeida Magister en Trabajo Social

Históricamente, a los primeros lugares de encierro, como la cárcel de Santa Marta, eran llevadas las mujeres por motivos como contrabando, robo, deuda, no tener amo, concubinato, insulto a la autoridad, no saber un rezo o porque el esposo o padre lo pedían ante la rebeldía del rol socialmente establecido.

Con el paso del tiempo las infractoras cumplieron sus penas en centros como el Panóptico o la cárcel de El Inca y actualmente en los centros de rehabilitación social (CRS).

En los estudios sobre prisiones con frecuencia se omite la variable mujer debido al bajo porcentaje que constituyen dentro de la población penitenciaria. A nivel mundial las mujeres presas representan en promedio el 4,4% del total de reclusos y en Ecuador la cifra no ha superado el 8%.

Esta omisión ha provocado un insuficiente conocimiento de la realidad que viven ellas en las prisiones y ha limitado la posibilidad de establecer un perfil completo de la mujer infractora.

Los pocos estudios realizados permiten concluir que en prisión, de manera general, se encuentran mujeres pobres, marginadas, con bajos niveles de educación y que encontraron en la comisión de delitos una forma de sobrevivencia. Para las mujeres, vivir en pobreza significa también vivir en desventaja en cuanto a casi todo tipo de oportunidades. Para ellas es más difícil acceder a la educación o concluir sus estudios, acceder a un crédito, empleo, remuneración digna, etc.

La venta de droga en mínimas cantidades es una de las principales razones por las que terminan en prisión, en ocasiones, junto con sus hijos.

Según un informe del Ministerio de Justicia, 87 niños y niñas menores de tres años vivían con sus madres en los CRS en 2016. Algunos las acompañaron la sentencia incluso antes de nacer y formarán sus primeros recuerdos en calidad de pseudoprisioneros.

Para los hijos que quedan fuera, el futuro es incierto. Están al cuidado de familiares que no siempre cumplen requisitos mínimos que garanticen su crianza y la falta de personal técnico impide el seguimiento a estos casos.

Hacer manualidades, bailar, hacer pan, tejer, bordar, entre otros, son actividades programadas para ellas, que lo que permiten es la reproducción de estereotipos de género y de ninguna manera posibilitan el desarrollo de herramientas necesarias que les permitan el acceso a una vida digna una vez que cumplan sus sentencias. La mayoría volverán al mismo escenario de exclusión, pobreza y violencia conocido y al que en todo caso añoran porque, aunque trágico, les permite sentirse libres y estar con su gente.

La pena privativa de libertad no cumple con la rehabilitación ni garantiza una reinserción eficaz. Las cárceles siguen siendo lugares de horror, que lejos de rehabilitar, reproducen la violencia que se pretende extinguir y se convierten en sitios de castigo en los que terminan aquellos que no pueden pagar el acceso a la justicia: los más pobres y vulnerables. (O)

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