Expertos en temas de seguridad han identificado a Patricio Arízala, alias Guacho, como responsable del secuestro de tres periodistas ecuatorianos y el asesinato de soldados en la frontera. La prensa y los políticos lo llaman “disidente de las FARC”.  Pero a Guacho, este apelativo no le agrada. Él se identifica como guerrillero activo. Un revolucionario. Arízala, no ha escondido en ningún momento su afiliación ideológica: es marxista leninista y ocupa alegremente la misma retórica que se puede escuchar en cualquier café cultural frecuentado por intelectuales de izquierda. Para él, los ataques con explosivos y el secuestro deben ser entendidos como parte de la lucha proletaria.  Varios analistas y académicos han tratado de explicar los motivos detrás de los secuestros como un fenómeno ligado a las redes de narcotráfico y el crimen organizado. Esta lectura en parte acertada es, sin embargo, incompleta. Las demandas que el grupo armado ha solicitado a cambio de las vidas de los periodistas, tienen carácter político. Exigen la liberación de insurgentes detenidos en Ecuador y la finalización de convenios internacionales contra el terrorismo. Es decepcionante ver cómo los expertos en temas de seguridad, y parte de la prensa intentan desestimar el carácter ideológico de estos eventos. 

Las FARC tuvieron (o tienen, según la versión que decida aceptar) un larguísimo historial de violencia enfocada hacia civiles. El conflicto histórico en Colombia llegó a generar la aterradora cifra de 7,2 millones de desplazados, cientos de miles de asesinatos, secuestros, violaciones y el uso de niños soldados para acciones criminales o la esclavitud sexual. Sin embargo, el sistema filosófico detrás de los grupos revolucionarios, trata de hacer ver sus operaciones como actos benignos que procuran la justicia proletaria. Me pregunto si no es momento de repensar la forma en la que percibimos los discursos ideológicos, si acaso deberíamos echar una mirada a nuestro propio pasado y cuestionarnos sobre la forma romántica en que, durante la última década, se nos obligó a recordar acciones similares desde bandas como Alfaro Vive Carajo, quienes, vale decir, también sometieron a familias ecuatorianas bajo la incertidumbre del secuestro en su momento. ¿Existen secuestros buenos? La respuesta es no, ni antes ni ahora.  (O)