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El problema de lo falso en la textualidad que se difunde de la historia ecuatoriana

El problema de lo falso en la textualidad que se difunde de la historia ecuatoriana
06 de octubre de 2016 - 00:00 - Pedro Reino Garcés, Historiador

En historia, más que en ninguna otra disciplina, se escribe para convencer, para persuadir, para conminar en el ejercicio de los razonamientos. El sujeto lector se prepara no solo para ser informado, sino para ser condicionado y casi para quedarse  desarmado ante  la narración de alguna ‘verdad’ novedosa. Pero es el caso que el receptor también ha sido mentido (por falta de investigación), engañado (por las sutilidades de la tendencia ideológica), manipulado (por la difusión, ocultamiento o publicación  de  textos direccionados), avasallado (por las élites económicas  adueñadas del conocimiento y su estatus socioeconómico), impotente (ante la falta de capacitación y acceso a fuentes directas de conocimiento), y frustrado (ante el menú de supermercado de élite que oferta los productos de los círculos aureolados que difunden sus saberes).

Esto y mucho más, también opera en la estructura del Estado, donde se deben ver todos los estamentos administrativos que manejan poder decisorio  y presupuestario, que hacen que el gran público lector viva en las redes muchas veces de las mediocridades preferidas por superiores repletos de incultura histórica, anacronismo, del egolatrismo, del anquilosamiento ideológico y otros males ineludibles que hasta constituyen perfiles de la democracia y que llevan a subirse a los ejes del poder a quienes son adversarios a la inversión en tópicos de la cultura.

¿Qué otra cosa hacen o no hacen las empresas editoriales? ¿Acaso no tienen la misma complicación que la prensa irresponsable que defiende intereses de círculos aureolados de poder? ¿Acaso no se pre fabrican intelectuales desde las esferas de marketing? El historiador nato debe ejercitar ‘justificativos’ para consolidarse en un imaginario de lectores críticos. Caso contrario, bastará la fábula para conquistar ‘emociones’ que encubran los sofismas con que se les conforma a lectores ingenuos. Pero antes que la suspicacia del pensamiento nos lleve por senderos  prejuiciados, diré que en nuestro tiempo, la novela (como hecho narratológico) ha surgido y sigue  resurgiendo como un discurso contestatario, desacreditador y fustigador a la manipulación histórica ejercida por el abuso de la ideología del poder y de su orientación doctrinaria.

La novela, fabulando la propia historia, conquista lectores que dejan de lado ‘verdades’ contadas por autores interesados y formados en sus dogmatismos de clase. Dicho esto, han entrado en competencia los mitos, entendidos como verdades a medias, tanto los de la historia como los de la literatura. Es como si ocurriera un enfrentamiento convergente entre falsarios. Entonces gana terreno la literatura. Si el investigador-historiador adopta una posición científica, ridiculizará al mito literario. Pueden entonces surgir criterios en mutua viceversa. Digamos como hipótesis falsa que se ha puesto a la historia y a la literatura al mismo nivel mítico, como un primer paso del referido descrédito. Conviene desacreditar a las esfinges para derrumbar los ídolos. Derrumbado el monumento levantado por los patriarcas del saber, quedan en el descrédito y en el ridículo los escultores de ídolos de barro. La tarea va larga, porque  tratándose de nuestra historia hispanoamericana, los famosos cronistas de las Indias andan tambaleándose en sus tumbas porque muchos nos han mentido, y han sido desenterradas sus adulaciones a benefactores de turno (igual que ahora), las crónicas que para muchos ingenuos han sido libros tenidos como biblias inamovibles y sagradas.

Partamos del criterio que en todo pueblo, por razones de difusión que implementa el Estado, por la acción de la educación y de los medios masivos, hay una conciencia cultural alimentada por equívocos que ni siquiera tienen la categoría de supuestos. ¿Cómo nos iría si se aplicara una encuesta en la clase popular para saber en qué niveles se maneja la ambigüedad pidiendo que se valoren tanto la historia como la ficción novelada de un mismo hecho? Mientras haya más lecturas y mejor información, la ambigüedad perdería terreno.

En los ágrafos (que sabiendo escribir no lo hacen)  y en los anti ágrafos sin lecturas (que sabiendo leer tampoco lo hacen), es posible que den como resultado posible razones que crean que lo mismo da leer historia o ficción historizada, que puede ser la novela histórica o la historia novelada, o hasta la novela con intertextos. (O)

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