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El vendedor calma el hambre de los servidores públicos en guayaquil

Domingo Dimas García: “Me dicen el hombre del maletín...” (Galería)

A diario don Dimas llega hasta el centro de Guayaquil para ofrecer sus ‘expedientes’ a los clientes. Fotos: María Mena/ El Telégrafo
A diario don Dimas llega hasta el centro de Guayaquil para ofrecer sus ‘expedientes’ a los clientes. Fotos: María Mena/ El Telégrafo
11 de febrero de 2015 - 00:00 - Alicia Ortiz

El día de Domingo Dimas García Laaz, de 58 años, empieza a las 05:00, cuando se levanta para preparar sus productos y acomodarlos en un maletín. De su vivienda, ubicada en las calles Argentina y la 27, en el suroeste de Guayaquil, sale a las 07:15 para tomar un taxi, pues “la mercadería pesa y puede desarreglarse”.

Mientras se dirige hacia el primer punto de su jornada, don Dimas cuenta con nostalgia: “Yo era empleado de la Corte”, e inmediatamente apostilla: “O sea, en la Corte pusieron una cafetería. Yo estuve allí desde el 80 hasta hace unos 3 años, cuando fue renovada y no se pudo ingresar más”.

De entrada, lo que más impacta de este infatigable hombre de Calceta (Manabí) es su vestimenta: una camisa en tonos azul y rojo brillantes, y sus prendas: varios anillos, un par de cadenas y gafas. “Soy variado”, confiesa y explica que cuando no llueve ni corre el riesgo de ensuciarse, se pone guayabera.

Otro de sus efectos que llama la atención es su fiel compañero: un maletín negro que ocupa un asiento en la parte posterior del taxi. “Esto fue idea de un doctor. Un día cualquiera me dijo: “Dimas usa esto que te hace ver más elegante”. Antes yo llevaba un cartoncito. Ahora tengo 6 maletines”, narra.

Pero antes de llegar a la Corte, Dimas se desempeñó 6 años de salonero en una fuente de soda, hasta que los dueños lo llevaron al Palacio de Justicia y junto a ellos trabajó 10 años más.

En el lugar, incluso, le ofrecieron un puesto como ascensorista, pero no pudo concretarse la promesa. “Es cuestión de política, a veces”, manifiesta con apatía, conocedor de los enigmas procesales.

Pero este “panadero de profesión” se remonta a su juventud. Mueve sus manos inquietas, como amasando, para relatar que aprendió en horno de leña a los 10 años. “Mi familia tenía panadería en Pichincha (Manabí)”, revela. “Yo vendía en el río, en canoa, con charol en mano”, añade. También cuenta que hizo un año de servicio militar en Arenillas, El Oro. “De ahí me cansé y me vine; desde los 17 años estoy aquí, en Guayaquil”, sostiene.

Don Dimas lleva 25 años en su negocio con el que ha podido sostener a su familia.

“Sin entrada y sin garante”

Al llegar al primer punto de su jornada, la Fiscalía, en el centro de la urbe, don Dimas paga al taxista, agarra su maletín, cruza la calle con prisa, e indica que ahí su recorrido demora unos 40 minutos. Hay que subir varios pisos, pero él empieza desde arriba.

Toma el ascensor y al llegar al decimocuarto se anuncia. Aplaude, hace sonar sus anillos, e impostando la voz expone: “Ya llegueeeeeé”.

Los servidores públicos cerca de las 08:00 ya lo esperan con el café humeante. Le piden un ‘expediente’; ha traído 60, cualquiera de estos cuesta $ 1. “Sin entrada y sin garante, como los almacenes”, aclara esbozando una sonrisa. En su variada oferta hay tortillas, muchines, corviches, papas rellenas, pero su especialidad son los pasteles de carne, chorizo, pollo, queso y hasta de cangrejo. Todos calientitos y con salsa. ¿Y si no le compran? Don Dimas les reclama: “Ya no me quieren, ya me vooooy”.

Pero hoy ha tenido un buen día. Ya en la planta baja intuye que le quedan pocos. Normalmente vende hasta $ 30, pero reconoce que a menudo ha fiado y que a fin de mes ha cobrado hasta $ 300 en créditos.

La misión de este manabita es llegar a casa sin nada, por lo que su recorrido no termina allí. Don Dimas tiene clientes en otras instituciones, como notarías, Defensoría del Pueblo, entre otras.

¿Se ha dado cuenta de que todos estos lugares tienen que ver con la justicia?, se le inquiere. Y responde sin atisbo de vacilación: “Sí, pero nunca he tenido problemas con la justicia”.

“Me dicen el hombre del maletín, pero de los pasteles, no del Congreso”, expresa mientras emprende rumbo hacia el Mercado Central, otro de sus nichos. Mientras camina cuenta que a veces lo han confundido con un abogado o tramitador, “pero les he dicho: yo trámites no hago. Tengo mis conocidos, pero trabajo siempre por la derecha”.

También ha vivido malos momentos, como una vez que lo asaltaron en un banco. Se le llevaron su maletín pensando que cargaba dinero.

Antes de las 12:00, don Dimas ha comprado huevos y chocolate. Hará dulces para regresar a las 14:00. “A veces la gente no cree que yo hago esto (los dulces), piensa que los compro”, señala.

Antes de despedirse cuenta este solícito emprendedor, creador de bálsamo salvador para papilas gustativas ansiosas, que los fines de semana se va al complejo de los abogados a vender porque si se queda en casa se aburre.

Posteriormente, con el vigor que lo caracteriza y ya con su valija despojada de manjares, se pierde entre los vericuetos de la ciudad con la satisfacción del deber cumplido.

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