Ecuador / Sábado, 22 Noviembre 2025

Un hombre cambia de todo…, menos de camiseta. O eso creía.

En Ecuador ser hincha de un equipo también se hereda.
Foto: cotesía
La rivalidad Barcelona–Liga vuelve este domingo, 23 de noviembre de 2025. Entre estadísticas, heridas deportivas y herencias rechazadas, un padre de 55 años enfrenta el mayor clásico de su vida: ver el partido en bandos opuestos con el hijo que decidió cambiarse a la camiseta blanca.

A veces pienso que el fútbol en este país es la religión con peor catequesis. Todo el mundo jura que entiende el dogma, pero apenas pitan un Barcelona–Liga, el Ecuador entero se parte en dos como hostia mal consagrada.

Y aquí estoy yo, narrando el vía crucis de Marcos Hurtado, un barcelonista de 55 años que todavía recuerda cuando el club del Astillero parecía invencible, los partidos se escuchaban en radio AM, y su abuelo -un devoto de la vieja guardia- juraba que Barcelona era la identidad, el apellido y la patria.

Una herencia de muchas familias ecuatorianas

Lo conocí hace unos años, pero su historia tiene siglos. Bueno, décadas. Me cuenta que su abuelo, Antonio se hizo barcelonista desde que nació en 1926, un año después del primer aniversario del club guayaquileño. Barcelona Sporting Club se fundó oficialmente en 1925. Su padre le heredó la camiseta, él la heredó también, y cuando nació su hijo Andrés, repitió el ritual familiar: llevar a la maternidad el trajecito amarillo chillón con el escudo del equipo más popular del Ecuador. "Porque así se hacen los hombres, mijo", le dijo su propio padre cuando se lo entregó.

Y así Andrés creció, aprendiendo a decir “ídolo” antes que “mamá”, sabiendo que Barcelona tiene 16 títulos nacionales, dos finales de Copa Libertadores perdidas (1990 y 1998) y una hinchada que se jacta de ser la más grande del país, aunque jamás ha levantado una copa internacional.

Y claro, parte del rito consistía en asumir como verdad absoluta que, además del eterno rival azul había otro cruzando la cordillera: Liga Deportiva Universitaria (LDU), unequipo capitalino fundado en 1930, dueño de 11 títulos nacionales y de algo que Barcelona jamás ha probado: la gloria internacional. Copa Libertadores 2008. Copa Sudamericana 2009. Recopa 2009 y 2010. Un currículum que cualquier hinch presumiría.

Las estadísticas 

Y como si eso fuera poco, están los números: en Quito, Barcelona nunca ha podido ganarle a Liga en el estadio Rodrigo Paz Delgado desde su inauguración en 1997. Han jugado más de 60 partidos oficiales, y la superioridad alba como local es casi un ritual pagano. El hombre de esta historia lo dice con resignación: “Ese estadio está maldito, mija. Yo no creo ni en brujas, pero de que hay, hay”.

La "traición" llegó con la adolescencia

Todo iba bien en su linaje futbolero hasta que Andrés cumplió 16 años. Pubertad, rebeldía, hormonas. Y un día, así como quien decide que ya no quiere estudiar medicina sino ser DJ, el adolescente que hoy tiene 21 años llegó a casa con la camiseta de Liga puesta. La blanca. La del 2008. La de la Libertadores. La traición hecha poliéster.

Su padre todavía se ríe -o eso dice para no llorar- cuando recuerda ese día: “No sé en qué fallé". Entre risas y resignación, Marcos suelta la frase que yo venía guardando para este texto:

“Un hombre puede cambiar de todo… menos de su pasión”. La escuché, por primera vez cuando vi la película argentina 'El secreto de sus ojos" y calza perfecto para este relato.

Andrés confirma su delito con una sonrisa: “Viejo, es que ustedes no ganaban nada internacional… uno también quiere festejar”.

Todo listo para ver el partido

Este domingo, 23 de noviembre de 2025 Barcelona y Liga vuelven a encontrarse en Guayaquil, en el Monumental Banco Pichincha. Un estadio donde la historia sí se inclina del lado amarillo. En casa, Barcelona ganó más duelos directos; en total, de los más de 200 enfrentamientos oficiales entre ambos, la balanza está peleada pero se ha movido según la década. Liga dominó desde 2005 para adelante; Barcelona antes.

Y ahí estarán ellos dos: padre e hijo, sentados en la misma sala, mirando la misma pantalla, pero desde bandos distintos. El padre con su camiseta amarilla, Andrés con la blanca. Fanáticos por herencia y por convicción, respectivamente.

"Este domingo veremos el partido juntos. No sé si abrazarlo o mandarlo a ver afuera", cuenta Marcos.

Yo también me río, aunque por dentro pienso que en este país hay familias separadas por política, religión y herencias mal resueltas. Y que ver a dos generaciones peleándose por fútbol -pero juntos- a veces es lo más parecido a un acto de amor.

Quizás, en el fondo, Andrés no traicionó nada. Tal vez solo cumplió la profecía inversa de esa frase que se repite como salmo futbolero: un hombre puede cambiar muchas cosas…, menos su pasión. Y esa -le guste o no al padre- resultó ser blanca, no amarilla.

Quién sabe qué pase este domingo. Puede que Barcelona gane en Guayaquil y el padre lo grite como si fuera la final del mundo. Puede que Liga calle al Monumental y Andrés haga silencio por respeto, pero con la sonrisita guardada.

Lo único seguro es que cuando ruede la pelota, los dos estarán ahí, cada quien con su camiseta, repitiendo un ritual que muta pero no se extingue.

Al final, la pasión no siempre es hereditaria. A veces tiene vida propia. Y pide su propio color.

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