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Esta tienda partidista aspira a continuar con el proceso a través de Daniel Scioli

El kirchnerismo deja un país más democrático

Néstor Kirchner entregó el poder a su sucesora y esposa Cristina Fernández, en diciembre de 2007. Archivo
Néstor Kirchner entregó el poder a su sucesora y esposa Cristina Fernández, en diciembre de 2007. Archivo
18 de octubre de 2015 - 00:00 - Marcelo Izquierdo, corresponsal en Argentina

Es imposible resumir 12 años de kirchnerismo en Argentina con minuciosa objetividad periodística. Y tal vez ese sea uno de los grandes avances de esta década: desenmascarar a un “periodismo independiente” que responde a sus propios intereses corporativos. Hoy, los argentinos saben que -para enterarse de lo que pasa en su propio país- ya no pueden leer solo un diario, escuchar una señal de radio o ver un determinado Canal de TV, como sucedía hasta 2003. La democratización del “pensamiento crítico” es uno de los mayores logros de la sociedad argentina en estos últimos 12 años.

Quién lo dijo, dónde lo leíste, lo escuchaste o te lo contaron pasaron a ser preguntas frecuentes en una conversación entre amigos, colegas o vecinos. Hoy, el proceso de comunicación logró ensanchar sus fuentes. Y un titular de portada –que antes era capaz de torcer el destino de un ministro o de una elección- es hoy un catalizador para un debate más profundo y una búsqueda de fuentes primarias.

La desinformación, la tergiversación y las medias verdades eran un velo oscuro que cubría los ojos de muchos argentinos. Hoy siguen existiendo con la misma intensidad, pero se buscan más medios alternativos para informarse. Y si lo dice el opositor Grupo Clarín todos saben cuáles son sus intereses y si lo escribe el diario progresista Página/12 entienden que se trata de la otra cara de la moneda. Y de ahí, de ese análisis crítico y de comparar distintas visiones o distorsiones de la realidad, cada quien forma su propia opinión. Un paso que, a simple vista, parece pequeño, pero que es enorme para una sociedad que hasta hace pocos años tomaba como un dogma lo que publicaban los diarios tradicionales que no tuvieron empacho para defender, en su momento, a la dictadura militar. Y eso no significa que los argentinos crean a rajatabla lo que publican los medios afines al gobierno o en las palabras de los funcionarios. No, el camino es más democrático: hoy tomar en cuenta todas las voces se ha convertido en una necesidad ineludible más allá de ser un férreo opositor o un convencido kirchnerista.

El debe y el haber de los gobiernos de Néstor Kirchner (2003-2007) y Cristina Fernández de Kirchner (2007-10 de diciembre del 2015) son muy distintos de acuerdo a la vara ideológica con que se los mida. Como en todo proceso político transformador que choca con intereses poderosos, la visión de los argentinos roza muchas veces extremos irreconciliables. El péndulo va desde aquellos que consideran a la presidenta una ‘Nueva Evita’ a quienes la tildan de ‘dictadora’, como lo hizo recientemente la popular actriz y conductora de televisión Mirtha Legrand en su propio programa de TV del Grupo Clarín. Lo mismo ya había sucedido con Juan Domingo Perón.

Esa “grieta” entre uno y otro bando es una de las principales críticas que la oposición le endilga al ‘kirchnerismo’: el haber dividido en dos a una sociedad por cuestiones políticas e ideológicas. La palabra “grieta” es una de las más mencionadas por el “periodismo independiente”. Pero esa grieta no es nueva: existe desde hace mucho tiempo, desde que la exclusión se convirtió en política de Estado tras la llegada de los colonizadores al Río de la Plata. Simplemente esa “grieta” estaba cubierta por una alfombra que tapaba una realidad oculta de los que no tenían voz para denunciar que allí abajo había un sector importante de la sociedad que luchaba por sus derechos. La “grieta”, según afirman muchos argentinos, dividió familias, separó a viejos amigos e hizo enojar a unos contra otros. Pero desde que el mundo es mundo, se enoja solo el que no tiene argumentos, el que tiene ganas de enojarse o el que no tuvo la sabiduría para debatir sin agravios y sin descalificar al otro. Y en eso, la “prensa independiente” contribuyó tanto como cierta soberbia kirchnerista para castigar con un discurso confrontativo a una poderosa clase media –vital para todo proceso de transformación en Argentina- que en un principio respaldó el proyecto iniciado en 2003 y necesitaba ser seducida nuevamente cuando se inclinó hacia otras opciones políticas. Pero ese discurso a veces descalificador utilizado por algunos voceros oficialistas causó un quiebre en la relación entre el kirchnerismo y la clase media difícil de subsanar.

La historia será la encargada de juzgar estos 12 años del matrimonio Kirchner, más allá de si el proyecto logra continuar a través de Daniel Scioli, su candidato en las elecciones del 25 de octubre. Las pasiones –de uno u otro lado- hacen hoy muy difícil “juzgar” este periodo. El expresidente radical Raúl Alfonsín tuvo que dejar el gobierno seis meses antes de concluir su mandato en 1989 en medio del caos provocado por un golpe de mercado, un proceso hiperinflacionario y leyes de perdón a represores. Pero tras su muerte en 2009 –y ya desde mucho antes- Alfonsín se convirtió en la figura más respetada de la joven democracia argentina.

El país austral está ahora muy lejos de ese panorama desesperanzador que dejó Alfonsín en 1989. El kirchnerismo heredó una nación hundida en el 2003 en la peor crisis económica y social de su historia que incluyó un “estallido” que culminó con una veintena de muertos y la caída del entonces presidente Fernando de la Rúa en diciembre de 2001.

Hoy deja logros como una Ley de medios que democratiza la comunicación, la Asignación Universal por Hijo, planes sociales que lograron mayor inclusión, política exterior enfocada a la integración latinoamericana, nacionalización de Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF), Aerolíneas Argentinas y el sistema de jubilaciones y pensiones; la repatriación de mil científicos, un programa de desarrollo satelital único en América Latina, un paulatino proceso de desendeudamiento (con un frente aún abierto con “fondos buitres”), matrimonio igualitario y una política de Estado que permitió juzgar a cientos de represores y genocidas de la última dictadura militar.

Pero como en todo proceso político, también hubo errores: varios casos de corrupción que culminaron con condenas de los exministros de Economía Felisa Miceli y de Transportes, Ricardo Jaime; el doble procesamiento que enfrenta el vicepresidente Amado Boudou –por cohecho pasivo y negociaciones incompatibles con la función pública en una causa y falsificación de documento público en otra- , una inflación alta minimizada durante años, la descalificación de quien piensa distinto, prácticas de “clientelismo” político y la manipulación grosera de estadísticas oficiales que llevaron a la sociedad a descreer de cualquier índice anunciado por el gobierno.

Estos son algunos ejemplos del debe y el haber que deja el kirchnerismo. Y todo en medio de una realidad económica compleja, jaqueada por la situación internacional y la crisis de su socio principal, Brasil, pero con un crecimiento mínimo tras años de vuelo a “tasas chinas”.

Cada argentino agregaría otros ítems a uno u otro lado que harían inclinar la balanza. Hoy una parte importante de la sociedad le reconoce al gobierno transformaciones y políticas clave que hasta los candidatos presidenciales opositores se han comprometido a mantener y profundizar, en especial las referidas a la inclusión social y el rol del Estado.

Ese es, en síntesis, el gran mérito del kirchnerismo: haber recuperado al Estado como motor de la transformación social. (I)

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