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Los indicadores económicos son bajos, las exportaciones cayeron 8% y las importaciones 32%

El eje del nuevo gobierno de Tsipras: aliviar la deuda con la Troika

El primer ministro de Grecia, Alexis Tsipras (izquierda), ha reforzado su liderazgo tras los comicios del domingo pasado. Foto: AFP
El primer ministro de Grecia, Alexis Tsipras (izquierda), ha reforzado su liderazgo tras los comicios del domingo pasado. Foto: AFP
23 de septiembre de 2015 - 00:00 - Gorka Castillo. Corresponsal en Madrid

Alexis Tsipras asume la gestión de un poder asediado por tiburones. Pocos dudan de que el mandato que acaba de comenzar es un laberinto repleto de trampas, el ideal para que un político sin destreza termine huyendo con los piratas rumbo a una isla desierta.

Pese a lograr el 35% de los sufragios emitidos en las elecciones celebradas el domingo y golear sin remisión a los adversarios más convenientes para la ‘Troika’, el líder de Syriza se enfrenta a 4 años de sudores fríos y miradas desde una y otra bancada del arco ideológico para devolver a los griegos una normalidad que quedó sepultada hace 5 años bajo las ruinas que dejaron los primeros temblores de la crisis. Hay indicios de que el panorama heleno actual, al que algunos solo prestan importancia en función de lo que representa para el PIB de la UE, puede empeorar aún más.

Pese al tercer rescate aprobado, todos los indicadores económicos griegos rozan hoy los niveles más bajos de la historia. La confianza económica no existe hace meses, la producción industrial descendió en agosto por octavo mes consecutivo, las exportaciones cayeron 8% en julio y las importaciones se desplomaron 32% tras el control de capitales impuesto por el Gobierno en julio para esquivar el colapso financiero. Por si fuera poco, aquella efusividad espartana de la ciudadanía en el referéndum de julio que hizo sacar banderas rojas a media Europa se ha transformado en una resignación manifiesta.

Al menos es lo que siente el 45% de los griegos que el pasado domingo renunció a su derecho a voto. Con este panorama, no resulta extraño que algunos analistas aseguren que Tsipras posee las herramientas suficientes para provocar un ‘harakiri’ colectivo, si ese es su deseo.

Es obvio que el próximo Primer Ministro de Grecia hará lo indecible por equilibrar la austeridad que le exigen con una distribución de los daños más equitativa de lo que un liberal pudiera ejecutar.

De hecho, Tsipras no ha dejado ni un instante en reclamar una justa valoración del titánico esfuerzo realizado para doblar el brazo de la ‘troika’ y que si, pese a todo, ha ganado, será porque aún le quedan muchas batallas por bregar contra unas instituciones financieras hostiles y codiciosas.

Una luz al final que, por el momento, recorre en soledad ha sido la victoria de Jeremy Corbyn en las primarias de los laboristas en Inglaterra.

Para Tsipras, que en su primer discurso tras las elecciones recalcó que su máxima obsesión será la lucha despiadada contra la corrupción, el triunfo del austero izquierdista británico es una señal indicativa de que la renovación de la izquierda en Europa, y su opción para cambiar la dinámica neoliberal, tiene que ver con decisiones que inexorablemente pasan por la limpieza de la gestión política, la honradez de las resoluciones económicas y la integridad personal de los líderes. En unas pocas semanas serán España, Portugal e Irlanda los que tengan la oportunidad de sumarse a la trinchera del cambio lento en el continente.

No hay dudas de que los comicios han reforzado su liderazgo. Al menos en la izquierda griega. Con el histórico Pasok encadenado a una pesada losa en el fondo del mar, la esperanzadora alternativa política presentada por los escindidos de Syriza tras la capitulación a los amos del dinero ha resultado un estrepitoso fracaso.

La supuesta influencia de Yanis Varoufakis era, en realidad, un ídolo extranjero porque en Grecia nadie discute que el líder siempre fue Alexis Tsipras, el que habla el lenguaje sencillo de la tierra. Unidad Popular ha terminado como una anécdota de los vertiginosos vaivenes en los que se columpia hoy la política helena y personajes tan significativos como Panagiotis Lafazanis y Zoé Konstantopoulo tendrán que morderse la lengua durante los próximos años.

Quedan 2 incógnitas que deberá resolver este segundo mandato de Tsipras. En primer lugar, la cuestión de la deuda, el aspecto más importante de la crisis helena.

Al nuevo gobierno solo le queda la opción de imponer a los acreedores una reestructuración si quiere mantener un exiguo margen de actuación y salvar el rostro.

Una compleja tarea que deberá gestionar sin perder de vista el motivo del florecimiento del neonazismo en su máxima expresión, que se ha asentado como tercera fuerza del Parlamento apoyada en los jóvenes antiestablishment de 25 a 35 años, que son quienes han sostenido a Amanecer Dorado como la fuerza que menos votos ha perdido respecto a las elecciones de enero con el 7% del electorado.

El alarmismo social creado por los medios sobre la llegada de refugiados solo ha potenciado la efectividad de un discurso tan simplista como incendiario.

Si es cierto, como apuntan algunos críticos, que las intenciones de la ‘troika’ nunca fueron aliviar el empobrecimiento del pueblo griego, sino derrocar a Syriza, la jugada ha salido defectuosa.

No solo han reforzado el liderazgo de Tsipras, que ya renovó el pacto con los nacionalistas moderados de Griegos Independientes para formar un gobierno sólido, sino que logró rescatar de entre los muertos una ideología que todos creían desterrada desde la Segunda Guerra Mundial.

Era un peligro del que alertó explícitamente el exministro Varoufakis durante su último discurso al Eurogrupo. Tampoco en esto le hicieron caso. (I)

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