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Reinaldo Rueda, un DT obsesivo con los pequeños detalles

El estratega caleño Reinaldo Rueda levanta el trofeo de la Libertadores durante la celebración de anoche en el estadio Atanasio Girardot de Medellín.
El estratega caleño Reinaldo Rueda levanta el trofeo de la Libertadores durante la celebración de anoche en el estadio Atanasio Girardot de Medellín.
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Reinaldo Rueda se convirtió en el tercer técnico colombiano en ganar una Copa Libertadores de América, un logro que sus allegados atribuyen a su dedicación y obsesión por los detalles. “No deja escapar el mínimo detalle, tanto del rival como dentro de su equipo. Sabe manejar los momentos y estados de ánimo de los jugadores”, dijo su actual asistente técnico, el exfutbolista colombiano Bernardo Redín.     

Nacido en 1957 en Cali, la tercera ciudad de Colombia, Rueda empezó a dirigir tras una lesión que acabó con su sueño de ser central. Su carrera como entrenador arrancó a los 23 años como asistente del argentino Edilberto Righi en la primera categoría del Deportivo Cali. Y desde entonces no ha decepcionado.

Licenciado en Educación Física y con un posgrado de la Escuela Superior de Deportes de Alemania, Rueda sabe manejar grupos. “Le gustan los libros de psicología y de motivación”, afirmó Alejandra Rueda, la mayor de los tres hijos que tiene con Genith Ruano, con quien se casó hace unas tres décadas.

Muchos destacan las relaciones que entabla con sus jugadores y colaboradores. “Él prioriza el ser humano y lo colectivo”, explicó el preparador físico de Atlético Nacional y compañero de vieja data de Rueda, Carlos Velasco.  

Todo esto ha hecho de Rueda un DT con abultada carrera: dirigió todas las categorías de la selección de Colombia (desde sub-17 a mayores) y a los clubes locales Cortuluá, Medellín y Cali. Con Atlético Nacional obtuvo el título del torneo Finalización 2015 y la Superliga en 2016.     

Además, tras 28 años de ausencias, llevó a Honduras al Mundial Sudáfrica-2010, por lo que fue nacionalizado hondureño. Cuatro años más tarde, clasificó a Ecuador para la Copa del Mundo en Brasil.     

Varios hinchas del Club Atlético Nacional festejaron el título en la zona de La Mariscal. Vieron la final de forma dispersa, en restaurantes y bares. Foto: Mario Egas

Pero no todo es fútbol para este “intachable”, según quienes lo conocen. Su pasión oculta es el acordeón, instrumento insigne del vallenato, el género musical del Caribe de Colombia que conoció cuando a los cinco años sus padres se mudaron a Barrancabermeja (noreste). Allí lo “agarró el bichito del vallenato”, contó Alejandra.        

Por consejo de un maestro de ese ritmo, compró un acordeón en Alemania que, según sus conocidos, ha pasado más tiempo guardado y viajando que produciendo sonidos. Velasco contó que “el problema es cuando le da por tocarlo”. “Es mejor que se dedique a entrenar”, advierte antes de soltar una carcajada. Según dijo, las dotes musicales de Rueda se limitan a repicar en reuniones sociales las notas de “La gota fría”, la canción que Carlos Vives hizo mundialmente famosa.   

Pero nadie duda de su mayor legado: su capacidad para formar jugadores. A mediados de los años 90, cuando dirigía al colombiano Cortuluá, vio potencial defensivo en un juvenil que jugaba como delantero. Pese a la resistencia inicial del muchacho, insistió en su idea. La historia le dio la razón y Mario Alberto Yepes se convirtió en uno de los mejores zagueros colombianos.

“Es un formador (...) Trata de dar confianza al jugador, de ser muy cercano. Y la confianza es recíproca, uno hablaba cualquier tema con él”, relató el volante Abel Aguilar, uno de los baluartes de la selección cafetera que logró el tercer puesto en el Mundial Sub-20 de Emiratos Árabes en 2003 bajo el mando de Rueda. “Su legado para los países en los que hemos estado es a través de los jugadores”, agregó Velasco, quien lo acompaña desde 1988. En el Atlético Nacional ha consolidado a jóvenes promesas, como Marlos Moreno, Sebastián Pérez y Dávinson Sánchez.   

Desde un primer momento se propuso salir campeón de la Libertadores, una hazaña que en Colombia solo han logrado Francisco Maturana (1989), con el mismo Atlético Nacional, y Luis Fernando Montoya (2004), con Once Caldas. (I)   

Los colombianos olvidaron su afinidad por otros equipos para apoyar al Verde 

Javier Hernández es bogotano, lleva puesto un sombrero caribe —al que los colombianos llaman vueltiao— y destapa una botella con aguardiente Antioqueño en una de las 3 sucursales quiteñas del restaurante Hacienda de Los Arrieros. Este ingeniero hidráulico —que casi llega a los 40 años— ha conocido todo el país durante su residencia, la cual lleva ya 3 décadas. Es hincha de América de Cali, el rival de Atlético Nacional (AN) que dejó de disputar el mayor clásico del fútbol colombiano contra el equipo de Medellín cuando descendió de categoría, en 2011, pero eso no le impide alentar al equipo ‘verdolaga’ aunque al inicio del partido de anoche lo meditaba mucho. “Yo quiero que gane el mejor, hermano”, dijo sobre el cotejo que disputaron Nacional e Independiente del Valle (IDV) por la final de la Copa Libertadores de América y definió el encuentro con una frase que pudo titular una portada de revista: “El mejor visitante se enfrenta al mejor local”. Hernández es parte de la numerosa población colombiana que se ha establecido en Ecuador y al preguntarle cómo lo ha tratado el país, responde con una sonrisa. “Rebien” y apostilla Jenny Moreira, su novia manaba, con quien verá el partido.

Afuera del restaurante, el sexagenario Carlos Arturo Muñoz decía: “no me preocupa mucho si Independiente llega a ganar. Por muchas razones, Nacional puede ser campeón pero lo contrario no sería sorpresa. IDV lo merece”. Muñoz nació en Popayán, al suroccidente de Colombia, lleva 15 años viviendo en Quito, se casó con una ecuatoriana y es comerciante informal: ha apilado camisetas del equipo albiverde en la portezuela de una camioneta. También había bufandas y, cuando le narra a este diario en qué consiste el resto de su mercancía, hará una suerte de traducción: “yo vendo cosas típicas, mochilas a las que ustedes (los serranos) llaman shigras; ponchos —todo con el escudo de AN—, que se distinguen de las ruanas por ser más finos; y sombreros vueltiaos, de la tierra donde nació el vallenato, Valledupar, de donde se extendió a toda la Costa Caribe, junto con la cumbia”. Muñoz tiene una casa al frente del colegio técnico Don Bosco, en el barrio La Luz, y lanza una constatación limítrofe durante el medio tiempo: “Vivo en una frontera quiteña porque dicen que la (calle) Algarrobos es el límite entre La Luz y La Kennedy; ni en los recibos de servicios públicos se han puesto de acuerdo”.

En el restaurante “Oh que bueno, hummm”, Héctor Morera —un antioqueño de 36 años— cuida los carros de los comensales mientras le echa un vistazo al partido a través de los ventanales. Junto con Morera, 4 meseros se han unido al trío de cocineros que ofertan platos como la bandeja paisa, cañón de cerdo o picada.

Afuera del night club Akershuz, de la zona rosa de Quito, Melisa —de 40 años— recordaba que se hizo hincha de ‘el Verde’ en 1989, cuando el equipo levantó su primera Copa Libertadores. La mujer hacía énfasis en que la mayor ventaja de su escuadra es su hinchada que, en el barrio paisa de Fátima, tiene un enclave especial. “En Colombia se llenan los negocios cuando hay fútbol, parece un 31 de diciembre y todos están dichosos de que un equipo nuestro esté en un lugar tan importante. Antes, cuando Higuita era la estrella, todo el mundo terminaba festejando en La Setenta; ahora, seguro irán al parque Lleras a parrandear y a nosotros nos toca trabajar, imagínese”.

Hernández, el caleño que no admitía su simpatía por Atlético Nacional, gritó el gol de Miguel Borja con más ímpetu que sus paisanos. Para cuando el combinado paisa quedó campeón, cada entrevistado había terminado de tomar su aguardiente. (I)

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