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La casa de los Castillo tardó 20 años en construirse y menos de 8 horas en caerse

El último piso de la casa de Julio Castillo fue terminado en 2006. Él no quiso estar presente en la demolición. “No soportaría esto”, dijo su hijo Oswaldo.
El último piso de la casa de Julio Castillo fue terminado en 2006. Él no quiso estar presente en la demolición. “No soportaría esto”, dijo su hijo Oswaldo.
Foto: Rodolfo Párraga / El Telégrafo
14 de mayo de 2016 - 00:00 - Mario Rodríguez Medina

Anahí no suelta su muñeca de las manos. Le da de comer (imaginariamente) mientras sus padres, Luis Coronel y Catherine Espinoza, leen el periódico.

La menor de 4 años juega al interior de su casa, aislada de la realidad de sus vecinos. “Poco a poco ella vuelve a la tranquilidad, después de toda esta locura”, afirma su progenitor, quien ha vivido sus 27 años en Tarqui, en la avenida 108.

A pocos metros de la zona cero del terremoto, las casas que se cayeron el mismo 16 de abril no fueron muchas. Pero las bases y estructuras de varias de las viviendas del sector quedaron afectadas, por lo que están en proceso de demolición.

Cuando escucha un ruido muy fuerte de la maquinaria, Anahí ve a su madre, quien la tranquiliza. Ella sigue peinando a su muñeca y deja de lado la realidad en la que se vive en Tarqui.  

La casa de los Coronel tiene el sello verde, por lo que no será demolida y las personas pueden vivir ahí. “Por más que a mí no me pasó nada, me duele mucho ver a mis vecinos en la calle”, expresa con pesar Luis, quien cuenta que tras los fatídicos segundos del terremoto, corrió por varios minutos en la oscuridad  junto a su esposa y con Anahí en brazos. “No sentía cansancio, mi hija me dio fuerzas para seguir. Ella estaba recién operada y tenía que ponerla en un lugar seguro”.

A tres casas de distancia de donde Luis y Catherine tratan de aislar a su hija de la tragedia, lo que fue la vivienda de la familia Castillo por 30 años es demolida. Una retroexcavadora operada por personal de la empresa Ciudad Rodrigo socava sin parar la estructura.

Los trabajos empezaron en la vivienda pasadas las 08:00. Después de desayunar en la casa de un allegado, los Castillo acudieron al barrio de toda su vida para ver cómo el esfuerzo de casi 50 años de trabajo del patriarca de la familia, Julio, era destrozado por una garra metálica.

Después de la inspección realizada por el Municipio por la zona, se determinó que la casa de los Castillo, así como decenas a lo largo de las calles 108 y 109 debían ser tumbadas. “Pasé toda mi vida ahí y me llenó de nostalgia; pero mis padres están devastados, no pudieron estar aquí porque era posible que les diera algo al ver cómo su esfuerzo se iba al piso”. Don Julio fue capitán de barco hasta 2009. Hasta esa fecha, había pasado escaso tiempo en su vivienda. Él viajaba casi todo el año. “Hawái, Holanda, China... mi papá andaba por todo el mundo”, expresa Oswaldo.

El padre de familia enviaba el dinero, y Lucciola Rezabala, su esposa, hacía las adecuaciones en la vivienda. “Nosotros construíamos poco a poco. El último piso lo levantamos hace 10 años”, cuenta el hijo de la pareja.

Paralelamente, César Figueroa, sobrino de Oswaldo, filma la demolición. “Estoy grabando para que mi mamá (María Castillo) vea luego todo. Ella no quiso venir, se quedó con mis abuelitos”.  

En horas de la tarde todo terminó y ahora solo está el terreno. Atrás quedaron los momentos de algarabía familiar en este pedacito de Tarqui. La estructura de tres pisos quedó hecha escombros.

La tristeza evoluciona. El primer dolor fue el de las víctimas inmediatas a la tragedia; luego se hicieron más visibles quienes lo perdieron todo en una noche. Pero a casi un mes del sismo, las demoliciones ‘pegan duro’ en los tarquenses.

El caso de los Castillo se replica a decenas de cuadras a la redonda. Otra situación parecida es la de la familia Carrasco. “Mi papá tenía más de 60 años viviendo aquí, este barrio era parte de su ser. Si hubiera estado vivo, de seguro esto lo mataba”, dice Teresa Carrasco sobre su progenitor, Domingo, quien falleció meses atrás.

Su madre, Ramona Pilligua, no deja de llorar. “Ella está muy mal porque sabía que esta casa era como un hijo más para mi papi. Es un sentimiento inexplicable”.

Una retroexcavadora tumba pared por pared la morada. La polvareda se adueña del lugar. Todos están con mascarilla. Más de una filma las demoliciones. Es la noticia del momento y los tarquenses están en las primeras planas desde hace más de tres semanas por su tragedia. Su tía, Yolanda Pilligua, vivía en la casa de atrás. Esta mujer septuagenaria vivió 50 años en Tarqui, como compañera de vida de don Ramón Carrasco. “Mi marido no quería salir. Tuvo heridas y hasta botaba espuma por la boca, se puso muy mal, pero no quería salir, quería morir en ella”.

De momento, 526 estructuras tienen permiso de demolición, otorgado por el Municipio de Manta. El registro continúa, en las mesas que el COE tiene instaladas en el hotel Oro Verde. De esa cifra, 110 casas ya han sido derrumbadas y más de 50 están en proceso, según datos otorgados por el COE. (I)

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