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El Telégrafo
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Vivien

Vivien
Carlos Almeida / El Telégrafo
11 de noviembre de 2020 - 11:00 - Oswaldo Orcés

Al salir del cine mi ceño se fruncía al estilo seductor de Red o de Clark; que importa, al final ambos eran lo mismo. Tal vez me faltaba el bigote, pero eso se podía arreglar. De hoy en adelante sería tan mujeriego y rudo como él. Mi mente abstraída, un poco disparatada creo, capturaba las imágenes como un arquero de fútbol y estas seguían circulando, eran un tornado envolviéndome en una trama muy personal, haciéndome soñar. ¡Qué locura!, solo a mí me suceden estas cosas, pero me llenan de enorme felicidad. Podía entrar en los cuartos de la mansión, Tara, auscultándola por completo; bajar sus enormes gradas junto al vestíbulo principal, pisando esas frondosas alfombras rojas o, mejor aún, salir y deambular por los alrededores de la gran casona y aspirar ese olor fragante y húmedo, propio de los campos del bello Sur.

Me abrumaban sus colores, pero ante todo sentía el talle fino y delicado de sus mujeres –hermosas, irrepetibles, sabían a gloria… El terciopelo y la blancura de sus rostros, cual porcelana, no era real–. Cuando bailaba con ellas en el gran salón, recaudando fondos para la guerra que se iniciaba, mis ojos no podían dejar de fijarse en la más bella de todas, en su gracia, a veces real, otra fingida, otra sobrenatural. Seguía mi camino por la cálida noche, pero en mi mente afloraban las imágenes del incendio de Atlanta y su calor sofocante. Me asqueaba la sangre de los soldados confederados, tendidos en la estación del tren, sus gemidos de dolor, las condiciones humillantes y de miseria que deja la guerra. Se me volvía cada vez más antipático y pedante Ashley, el amor imposible de Vivien. Sin embargo, yo era Red –o quería serlo– el rudo, el imperfecto, aunque el perfecto para Scarlett; el rufián y el héroe. Debía ser Red, no había otra, solo así conquistaría a Vivien, nadie más podría hacerlo, nadie más dominaría a una yegua rebelde como ella.

Clark la besaba, era la gloria. Sus nombres eran también hermosos Scarlett, Vivien.

¿Cómo un viejo film de 1939 puede tener un encanto inmutable a través de los años?, ¿será porque fue filmada en un tipo de película, de esas que en ese tiempo daban unas tonalidades y luz intensas, casi pictóricas y de ensueño, las que hoy son más reales, por tanto menos bellas? ¿O ya no hay actores y actrices así?... quien sabe y qué importa.

Volví a mi imagen favorita, sentí el sudor a almíbar de Vivien, acariciaba su cabello rizado y azabache, la sujetaba a mi dominio, era una mujer harto difícil, una malcriada, mas preciosa y todavía más preciosa; esa mezcla salvaje aumentaba su encanto, la completaba, como a ninguna.

La conquistaba, la conquistaba, la conquistaba.

Qué será de ella y cómo sería en verdad, dulce o imponente, tímida o agresiva, sabia o demente. Debía volver a verla, dónde la encontraría, no creo que el viento se la haya llevado; es el sueño en el que me quiero sumergir, el que quiero vivir, del que no deseo despertar; un espacio privado, el paraíso personal, solo acompañado de mis fantasías, de una imaginación con recursos, que me hacía vivir intensamente y tornaba más alegre mi imberbe soledad.

Seguía caminando y sonreía a lo Butler, tratando de subir las cejas de manera inclinada, cual aire de cinismo y seducción; era el ensayo para un mundo real, donde quien sabe mañana encontraría una Vivien y la esperaría a los pies de las gradas de aquella vieja mansión.

Era una tibia noche del verano de 1980. Tenía 19 años.  

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