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Un año después, la biblioteca de Calderón Chico no encuentra sitio

Un año después, la biblioteca de Calderón Chico no encuentra sitio
03 de enero de 2014 - 00:00

Las personas que visitaron la casa de Carlos Calderón Chico en busca de información bibliográfica cuentan  que había libros hasta en el baño. No era para menos, el periodista, escritor, historiador, investigador  guayaquileño, llegó a poseer alrededor de 27.000 ejemplares, colección que reunió en un período de 4 décadas.

Calderón Chico murió el 4 de enero de 2013, luego de entrar en un coma diabético que lo tuvo internado desde finales de diciembre de 2012 hasta el día de su muerte.

Hoy, a un año de su fallecimiento que se cumplirá mañana, la enorme biblioteca que poseía lleva un poco más -una pizca- de 12 meses sin ser utilizada para lo que se acostumbraba: la investigación.

Es que su colección personal era un referente para los historiadores locales y en varias ocasiones fue ocupada por investigadores extranjeros como Michael Handelsman, quien publicó su ensayo Leyendo la globalización desde la mitad del mundo. Identidad y resistencias de Ecuadorapoyándose muchas veces en los textos que reposaban ahí. (Ver infografía ampliada)

Desde que se supo del fallecimiento de Carlos Calderón Chico, la pregunta fue constante: ¿Qué pasará con su biblioteca?

Carlos Calderón Salazar, uno de sus tres hijos, cuenta que la biblioteca ha estado desocupada durante este año. Los cambios que pueden apreciarse son leves.

Cada habitación de la casa, ubicada en Urdesa Norte y ahora deshabitada, tiene en algún lugar un deshumidificador para cuidar que la humedad no dañe los libros.

“... pero también sentía amargura: le preocupaba que lo mismo le pasara a
su biblioteca”.
La más significativa modificación es una mesa central que reposa ahora en la mitad de la sala. En medio de una serie de repisas, que contienen buena parte de la colección, se ubica esta mesa en la que han   colocado los libros que publicó Calderón Chico. Entre esos se encuentra su célebre “No me importa el juicio de la historia”,extensa entrevista de cientos de páginas que sostuvo con  en ese entonces ya retirado político Carlos Julio Arosemena Monroy, mandatario entre 1962 y 1963, derrocado por una junta militar, y quien fuera conocido como “el presidente de los vicios masculinos”.

También hay en esa mesa un libro que nunca llegó a ser publicado, sobre el exvicealcalde de Guayaquil: Luis Chiriboga... Tal como es;o uno de los ejemplares de Entrevista en dos tiempos: Jorge Enrique Adoum,quien hablaba de su entrevistador como Carlos Calderón “Grande”.

En el preciso centro de la mesa, descansan las cenizas de Calderón Chico. Ser cremado era su deseo. Otras de sus voluntades tenían que ver con el futuro de su biblioteca. Y es que, si bien era feliz cada vez que podía adquirir libros de la venta de la biblioteca personal de alguien que acababa de morir, “también sentía amargura, porque pensaba que lo mismo le podría pasar a su biblioteca”, dice su hijo Carlos.

Calderón Chico, quien falleció a los 59 años, sabía que su biblioteca debía convertirse en un lugar que estuviera al servicio de la investigación, por lo tanto debía tener el carácter de público.

La más significativa modificación es una mesa central en que reposan las cenizas
de Calderón Chico.
Pero había cuatro temas que quería para ello: que los libros no fueran separados, que les dieran mantenimiento adecuado en un lugar diseñado para ser biblioteca, que el acceso sea controlado, de preferencia para un público investigador y universitario, pues había libros de muchos años (incluso publicados en 1912). Finalmente, quería que llevara su nombre.

En el último año, los tres hijos de Calderón Chico (Carlos, Jorge y Ángelo) se han hecho cargo de la casa en la que su padre vivió la última parte de su vida. Entre todos hacen un gasto mensual de alrededor de 700 dólares para pagar el alquiler y mantener los libros en buenas condiciones.

Es una cantidad de dinero que no suena mal si se trata de cuidar un patrimonio tan valioso. El problema es que la biblioteca es totalmente desaprovechada.

Además, advierte Calderón que “pronto vendrá la época de invierno” y recuerda que el año pasado les ocasionó problemas: varias cajas con libros sin desempacar se mojaron y se dañaron, aunque “por fortuna eran libros repetidos”.

Poco después de la muerte de Calderón Chico, sus hijos se contactaron con el Ministerio de Patrimonio, hoy fusionado con el de Cultura, para poner la biblioteca a disposición del Estado bajo la figura de venta, dice Calderón.

Pero el proceso se estancó: Era época de elecciones y al poco tiempo pasaban muchas cosas a nivel estructural en el gabinete.

Más adelante, ya con los ministerios fusionados, Pablo Lee, arquitecto y funcionario de Cultura, amigo de Calderón Chico, llegó a la biblioteca en compañía de otro arquitecto para hacer un estudio. Parecía que el proceso continuaría.

Sin embargo, ahora, al cabo de un año, los libros de la biblioteca de Calderón Chico siguen en sus repisas sin ser usados para investigaciones o estudios, como se acostumbraba. El mayor contacto que tienen con la gente es cuando la señora de la limpieza los desempolva.

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