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Tu divina rótula en los tiempos del amor líquido

Tu divina rótula en los tiempos del amor líquido
14 de febrero de 2013 - 00:00

Mucho tiempo antes del psicoanálisis, arte y religión postularon a eros y tánathos como unidad indisoluble y ambivalente, pulsión suprema de la cual deriva toda la experiencia humana. De allí que hablar de amor sin mencionar el miedo primigenio a morir solos, sin ese placebo de inmortalidad que constituye traspasar los genes a través de la reproducción, es reduccionista.

No es gratuito que en mitologías anteriores al ascenso del oscurantismo, el principio creador/destructor se hallaba reunido en la misma divinidad, ni que en el primer poema litúrgico se encuentren pasajes eróticos, como este fragmento de la tablilla IV del poema de Gilgamesh:

¡Ahí está, oh moza! ¡Desciñe tus pechos, desnuda tu seno para que posea tu sazón! ¡No seas esquiva! ¡Acoge su ardor! En cuanto te vea, se acercará a ti. Desecha tu vestido para que yazga sobre ti. ¡Muestra al salvaje la labor de una mujer! Le rechazarán las bestias salvajes que crecen en su estepa, cuando su amor entre en ti.

Justamente para preservar los ritos de amor y muerte, se requiere de conmemoraciones como el día de San Valentín, fiesta pagana de carácter orgiástico pero edulcorada por la moral judeocristiana y que hoy debería llamarse “el día del floricultor”, pero que ayuda a descomprimir tensiones dentro de una sociedad desesperada por certezas que no se pueden encontrar desde la virtualidad.

Con la posmodernidad no solo cayeron los grandes relatos –entiéndase ideologías-, sino también “los grandes sentimientos”, devenidos en lugar común y/o desvarío. La tendencia es avanzar hacia relaciones temporales, donde la interacción obedece a la inmediatez, facultad que permite romper el vínculo sin dejar cicatrices visibles.

Cuando en 2003 Bauman escribió sobre el amor líquido, las redes sociales no habían eclosionado, pero era predecible que al establecer conexiones en red en lugar de relaciones tradicionales, acceso y salida del vínculo estarían a un click de distancia.

Después de todo, la definición romántica del amor –hasta que la muerte nos separe- está decididamente pasada de moda… Pero la desaparición de esa idea implica, inevitablemente, la simplificación de las pruebas que esa experiencia debe superar para ser considerada como amor. No es que más gente esté a la altura de los estándares del amor en más ocasiones, sino que esos estándares son ahora más bajos.
                                                                                                                        Zygmunt Bauman

Al citar este pasaje de Bauman, no pretendo despotricar contra las relaciones de una sola noche, cada vez más accesibles gracias al sistema de redes que ha modificado los ritos de cortejo y probablemente está generando un salto neuro evolutivo en nuestra especie, donde el individualismo se convierte en paradigma y los vínculos son laxos.
Entender la relajación de las costumbres amatorias como mecanismo de supervivencia en una sociedad líquida, transmutar relación en conexión, asumir lo desechable y veloz como impronta de nuestro siglo es lo más saludable e higiénico.

La industria cultural nos ofrece series y películas donde los personajes acumulan experiencias amatorias y al final “aprenden” a amar. Eso es absurdo, amor y muerte no tienen historia propia, son acontecimientos únicos e irrepetibles que no se pueden relacionar con experiencias previas. Son como el río de Heráclito, donde uno no puede bañarse dos veces.

Pero, pese a todo lo dicho, los tiempos donde Hans Castorp quiso convencer a Clawdia Chauchat, en la que probablemente sea la más hermosa y desesperada declaración de amor de la historia, no están muy lejanos. No importa que esta declaración sea ficción literaria, pues surge del pensamiento y por ende debe ser considerada como parte de la experiencia humana:

¡Déjame sentir el olor de la piel de tu divina rótula, bajo la cual la ingeniosa cápsula articular segrega su aceite resbaladizo! ¡Déjame tocar devotamente con mi boca la arteria femoralis que late en el fondo del muslo y que se divide, más abajo, en las dos arterias de la tibia! ¡Déjame sentir la exhalación de tus poros y palpar tu vello, imagen humana de agua y albúmina, destinada a la anatomía de la tumba, y déjame morir con mis labios pegados a los tuyos!
                                                                                                  Thomas Mann

Pero si deseamos retomar la realidad objetiva, encontramos que todavía quedan bizarros héroes románticos, como el anónimo sujeto que fue descubierto el pasado 9 de septiembre en Carolina del Sur, tras vivir escondido durante 12 años en el ático de su antigua novia. Aunque parezca enfermizo admitirlo, ese tipo de actos me ayudan a recuperar la fe en la humanidad, obsesiones que destruyen y al mismo tiempo ennoblecen a su portador, son posibles y suceden en el lugar más insospechado.

Sujetos que se la juegan de esa manera son prueba fehaciente de que la posmodernidad con su vaciamiento de sentidos y significados no ha ganado todavía, y que se puede sacar el dedo del medio a Bauman y sus amores líquidos.

*Quito, 1982. Poeta y narrador. Ha publicado los libros Miss O’ginia y Los Ganadores y Yo.

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