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Tras los rastros de Maquiavelo

Tras los rastros de Maquiavelo
19 de diciembre de 2013 - 00:00

¿Quién fue Nicolás Maquiavelo? ¿Quién es hoy? Durante siglos su nombre ha ido ligado inevitablemente al adjetivo ‘maquiavélico’, que nomina a las personas que obran de forma cínica e inescrupulosa, a las que defienden que ‘el fin justifica los medios’. Pero, ¿cuáles fueron las verdaderas motivaciones del autor? El martes pasado, al conmemorar 500 años de la escritura de su obra El príncipe, la Flacso organizó un foro para responder a estas cuestiones.

En su introducción histórica, el profesor Hugo Neira recontó cómo, tras ser acusado de traición, torturado y exiliado de Florencia en 1513, compone un pequeño libro en el que escribe sobre la naturaleza de los principados, cómo se consiguen, cómo se mantienen y por qué se pierden. Sin saberlo había escrito una de las obras más influyentes de la historia de Occidente.

Por su parte, el profesor Richard Ortiz dijo que en El príncipe, Maquiavelo se dedica a la observación de las relaciones de poder con un fin claro: cómo conservarlo. De forma analítica, aconseja al príncipe Lorenzo de Médici, su enemigo político y posible redentor, cómo manejar su recién adquirido principado.

En esta línea, el profesor Julio Echeverría añadió que Maquiavelo supera la moralidad medieval –lo que le valió el título de malvado- y se adentra en una concepción científica de la política, en la que el mundo tiene patrones observables y leyes generalizables que a su vez permiten hacer predicciones: los que son inteligentes, usando sus virtudes y con un poco de fortuna, pueden lograr sus propósitos.

De forma tan revolucionaria para entonces como cotidiana para los estadistas modernos, dijo que la política es relativa y no siempre debe buscar el bien. “Hay tanta diferencia -escribió- entre cómo se vive y cómo se debería vivir, que aquel que deja lo que se hace por lo que debería hacerse marcha a su ruina en vez de beneficiarse; pues un hombre que en todas partes quiera hacer profesión de bueno es inevitable que se pierda entre tantos que no lo son”.

Fiel a sus ideas, a pesar de ser cristiano, Maquiavelo comprendió que esos valores servían para cubrir actos corruptos y que los hombres son pasionales e irracionales por naturaleza. Así, su posición amoral busca lograr una visión neutral que devuelva la vitalidad a una política decadente. Y este es precisamente el lado olvidado de su libro: el príncipe debe hacer lo necesario, sea bueno o malo, para mantener la estabilidad del Estado en aras del bien común.

Hoy, como para ejemplificarlo, muchos gobiernos siguen estos preceptos ‘maquiavélicos’ en función de sus fines: la destitución de Gustavo Petro por parte de la derecha colombiana o la expansión militar de EE.UU. en el mundo. Vistos desde su lugar, ellos hacen el bien.

A pesar de todo, la ‘fortuna’, a la que consideraba una diosa suprema, capaz de dar la gloria y el fracaso, lo trató con una ironía que quizás hubiese disfrutado: Nicolás Maquiavelo murió en la indiferencia. Su visión, demasiado moderna, no fue comprendida.

En los últimos días de su vida, desgastado por el poder, se dedicó al vicio y al noble ejercicio de la ironía, y se despidió del mundo diciendo que prefería ir al infierno, a conversar con los grandes de la antigüedad, que ir al cielo con los santos y beatos.

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