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El Telégrafo
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Miguel Betancourt explora su interior con "Las Meninas"

Entre los reconocimientos que Miguel Betancourt ha recibido está el Premio Pollock-Krasner,  conferido en 1993 por la fundación homónima en Nueva York.
Entre los reconocimientos que Miguel Betancourt ha recibido está el Premio Pollock-Krasner, conferido en 1993 por la fundación homónima en Nueva York.
Fotos: Miguel Jiménez / EL TELÉGRAFO
13 de julio de 2018 - 00:00 - Redacción Cultura

El célebre cuadro Las meninas, de Diego Velázquez, ha formado parte de la colección del Museo del Prado desde 1819 y no se ha movido de ese sitio, excepto durante la Guerra Civil española, cuando fue trasladado a Ginebra para salvaguardarlo.

La cautela sobre esta pieza única de la historia del arte es excepcional, a tal punto que el pasado 2 de julio el Prado hizo un análisis técnico de Las meninas, el primero desde 1984. El solo hecho de moverlo para examinarlo y limpiarlo es una proeza que no se repite con frecuencia.

Esta obra se pintó en el Cuarto del Príncipe del Alcázar de Madrid, donde se desarrolla la acción de la pintura en la que aparecen, entre otros personajes, la infanta Margarita con sus meninas y el propio Velázquez trabajando ante un gran lienzo.

El cuadro de Velázquez le ha permitido a Betancourt aflorar las diversas técnicas que lo han acompañado en cuatro décadas de labor artística.

También hay enanos, un mastín, un espejo en el que aparecen los rostros de Felipe IV y Mariana de Austria, padres de la infanta, y, al fondo, tras una puerta, hay un sujeto misterioso saturado de luz.

Esta obra ha sido fuente inagotable de investigaciones filosóficas y reinterpretaciones artísticas. En 1957, por ejemplo, Pablo Picasso hizo una serie de 56 cuadros a partir de Las meninas.

Michel Foucault, por su parte, escribe sobre esta pieza  en el capítulo I de Las palabras y las cosas: “En el momento en que colocan al espectador en el campo de su visión, los ojos del pintor lo apresan, lo obligan a entrar en el cuadro, le asignan un lugar a la vez privilegiado y obligatorio, le toman su especie luminosa y visible y la proyectan sobre la superficie inaccesible de la tela vuelta. Ve que su invisibilidad se vuelve visible para el pintor y es transpuesta a una imagen definitivamente invisible para él mismo (...)”.

En el plano ecuatoriano, el artista quiteño Miguel Betancourt ha hecho una exposición con más de 40 cuadros trabajados en distintas técnicas, los cuales parten de la obra del pintor sevillano y exploran desde diferentes afectos e intereses los lugares, personajes y colores que habitan en Las meninas.

“Este es uno de los cuadros más versátiles, que te da grandes posibilidades para jugar con la composición; es una de las obras maestras del color. El propio autor se incluye en la obra y, desde ese andarivel, te cuestiona y te hace sentir feliz porque en el lugar donde deberían estar los reyes estás también tú, el observador”, dice durante una visita guiada por la muestra el artista, quien ha visitado el Museo del Prado y el Museo Picasso de Barcelona,  donde se encuentran las reinterpretaciones del pintor y escultor español.

Titulada Ninfas, meninas y la mirada del pintor, esta muestra –cuya curaduría y  montaje fue hecha por Inés Flores– se expondrá durante julio en la galería de la Alianza Francesa de Quito y representa una suerte de síntesis en la carrera artística de  Betancourt, pues en todos los cuadros expuestos afloran las diversas técnicas y materiales que ha empleado en sus 40 años de trayectoria.

 “He estado trabajando con todo mi bagaje, las experiencias que he venido acumulando. En algunos casos las técnicas están yuxtapuestas”, reconoce el pintor, quien utiliza la técnica del collage, el action painting, la caligrafía, un arte más figurativo, acuarelas, y emplea materiales como el cáñamo, el óleo sobre lienzo y varios tipos de papeles orientales.

El escritor Leonardo Valencia, quien sugirió el título de esta muestra, dice: “Betancourt reinterpreta la tradición de Las meninas. Pero además de dialogar con Velázquez y Picasso, va más allá y reordena y hace visible no solo el cuadro oculto, sino los espacios sesgados y estáticos en el cuadro original. Hace estallar las perspectivas. Las pone en  movimiento como fractales ópticos, devela y revela lo que se juega en la mirada del pintor”.

La académica María Amelia Viteri remarca que “tanto como la teoría se traslada de unas geografías a otras de forma discontinua e intermitente, así han viajado las Meninas a los Andes bajo el pincel multicolor de Miguel, con acentos en azules y rojos, característicos de su vasta y luminosa obra. Miguel nos induce con esta serie a pensar en los puntos ‘ciegos’ de Velázquez:  localizar a las Meninas no es simplemente un ejercicio de color, textura e imaginación, puede ser también un ejercicio político de epistemes del arte, de cómo y desde dónde se enuncia y encuadra la producción artística”.  (I)    

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