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El Telégrafo
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La literatura ecuatoriana actual está escrita por mujeres

Carla Badillo Coronado es una de las escritoras que hace literatura ecuatoriana.
Carla Badillo Coronado es una de las escritoras que hace literatura ecuatoriana.
Foto: Cortesía
07 de septiembre de 2018 - 00:00 - Mónica Ojeda

La literatura ecuatoriana siempre ha sido predominantemente machista: desde su historización, su engranaje crítico, sus modos de publicación y distribución hasta su mundillo literario. Para una escritora esto que digo no es un secreto ni una revelación —tampoco lo es para algunos escritores, por fortuna—: si escribes en Ecuador y eres mujer es probable que hayas notado la sexualización impertinente de tu escritura o de tu cuerpo en alguna mesa de cierto congreso o feria del libro —eso si te invitan, claro está—; o las palabras condescendientes de un escritor-macho que tiene tu misma edad o es mayor o menor, da lo mismo, en un encuentro; o los comentarios respecto a la apariencia física de otras escritoras pero no de su obra; o que salen más reseñas de libros escritos por hombres que por mujeres a pesar de que, hoy por hoy, tenemos un importante número de escritoras publicando; o que la mayoría de las editoriales nacionales tienen catálogos con casi nula presencia de autoras, etc.

Sin embargo, y aunque el panorama sigue siendo este en múltiples aspectos, en los últimos años ha habido una transformación innegable: ya no sólo es que gran parte de la mejor literatura ecuatoriana actual está siendo escrita por mujeres, sino que es esta la que más está siendo leída en el exterior.

Pero antes de mencionar a algunas de las escritoras que creo ya imprescindibles en nuestra literatura, volvamos a la publicación de abril del 2017 que hizo Gabriela Alemán en la revista Arcadia. Se tituló “La invención de la mujer” y en ella escribió:

“Reconozco que me encanta cómo escriben las mujeres, que si fueran a buscar en las estanterías de mi casa encontrarían que los libros más gastados, doblados y usados son los que llevan en su tapa el nombre de una mujer. No es algo deliberado, no busco este libro o aquel porque el nombre del autor termine en “a”. No. Pero resulta que me gusta la literatura que duda, que no se cree la idea de que el narrador lo sabe todo y, a veces, cuando ya ha arrancado la historia, cambia la perspectiva u obvia que aquello que se cuenta debe tener un principio, un medio y un fin. Y no digo que algunos autores no lo hagan, pero en mi biblioteca las mujeres llevan la delantera”.

En su texto, Alemán relata sus experiencias de acoso en el mundo literario ecuatoriano. Su disparador fue el hecho de que la campaña de lectura de ese año presentara una colección de autores en los que no se incluyó a ni una sola mujer; el mío, que en el último número de la revista Rocinante se nos preguntara a algunas autoras, con algo de sorpresa y extrañeza —porque es cierto: jamás habíamos sido tomadas en cuenta tanto como ahora—, por esta emergencia de literatura escrita por mujeres. Mientras respondía a esa entrevista pensé: el día en el que no sea una curiosidad que el panorama literario esté lleno de buenas escritoras habremos vencido. Y también que siempre ha habido escritoras potentes en nuestro país; que lo que ocurre hoy en día no se debe a una calidad literaria superior a la de antes, sino a un momento histórico preciso marcado por el feminismo y por cómo este ha cambiado la recepción de la literatura de autoras en el Ecuador.

Lo cierto es que no podemos ignorar que escritoras como Daniela Alcívar Bellolio, María Fernanda Ampuero, Gabriela Alemán, Marcela Ribadeneira, Carla Badillo Coronado, Sandra Araya, María Auxiliadora Balladares, Gabriela Vargas, Andrea Crespo Granda —por nombrar a algunas de las que están escribiendo la literatura ecuatoriana de nuestros días—, han publicado libros desafiantes que crean a su propio lector y en los que se percibe el riesgo que toman —porque algo que disfruto de la literatura es cuando los autores deciden irse por caminos poco transitados o exponerse para generar emociones fuertes—. Libros, por lo tanto, supervivientes a la brutalidad del proceso de escritura, en los que hay un cierto desborde y, a la vez, una intensidad controlada, así como una propuesta que nos recuerda que la literatura no es un artificio, sino una verdad ficcionalizada en la que hay que poner nuestra sangre y nuestros cabellos y nuestras uñas para otros.

Me atrevo, entonces, a recomendarles las siguientes lecturas que conforman lo que considero de lo mejor que se ha publicado en nuestro país en los últimos tres años: (I)

Siberia (2018), de Daniela Alcívar Bellolio

Pelea de gallos (2018), de María Fernanda Ampuero

Humo (2017), de Gabriela Alemán

Golems (2018), de Marcela Ribadeneira

El color de la granada (2016), de Carla Badillo Coronado

El lobo (2017), de Sandra Araya

Animal (2017), de María Auxiliadora Balladares

La ruta de la ceniza (2017), de Gabriela Vargas

Registro de la habitada (2016), de Andrea Crespo Granda

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