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Salvador Dalí, un fabulador de sueños

Salvador Dalí, un fabulador de sueños
23 de enero de 2019 - 00:00 - Redacción Cultura

Salvador Dalí se dedicó a pintar sus sueños. Configuró su surrealismo, el tiempo diluido, la profundidad del universo y dimensiones de la tierra en la que todo lo confuso está cerca.

Hoy, después de 30 años de su muerte, las retrospectivas de su obra y su presencia en el arte continúan estando con fuerza.

Porque más allá de definir su trabajo en una corriente pictórica, la obra de este catalán no solo surge de los sueños, también de la literatura, del cine, de la escultura, la ciencia y el mito. Su simbología aún sigue siendo un misterio.

Dalí creció en Figueres, en medio de la naturaleza, cerca de las montañas de los Pirineos. Pero su lenguaje está en los detalles.

En gran parte de la obra que trabajó durante su integración al grupo de los surrealistas, formado también por André Breton, hay presencia de hormigas.

En 1959, dijo: “He llegado a la certeza de que la hormiga es un ser superior. Para conocer bien una cosa, es menester comérsela, y estas hormigas se comen el tiempo”.

“A lo largo de su carrera, Dalí reitera en varias ocasiones el horror que le producen las hormigas, y que constituye uno de los motores creativos importantes de su obra”, según el análisis sobre la repetición de estos insectos que aparecen en gran parte de su trabajo.

En su eclecticismo, Dalí se permitió todo. Rafael Moragas dice en una crónica previa al estreno de Mariana Pineda -la obra de García Lorca en la que Dalí trabajó el vestuario- que “pertenece a la categoría de esos pintores privilegiados que ponen algo inconfundible en lo que producen”.

Para Federico García Lorca, el poeta que creía en la luna verde, Dalí es extraordinario. De allí que, además de escribir, haya intentado dibujar como él, como cuando un día en Extremadura no podían conciliar el sueño y decidieron ver el amanecer por la ventana.

En medio de la solemnidad de la bruma salió un carnero que había escapado de un redil cercano. Iba a comer los escasos hilos de hierba hasta que salió una media docena de cerdos negros que lo devoraron.

Salvador Dalí moría de risa y se sacó del bolsillo un cuaderno para retratar la escena y darle el rostro de su padre al carnero devorado. (I)

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