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La última función será hoy, a las 19:00, en el teatro sánchez aguilar

El ensayo, obra que aborda 6 visiones acerca de las tragedias en el teatro (Galería)

Ivanna Verduga, Jenny Goya, Ariel Zoller y Vanessa Recalde durante la abstraída primera escena de la obra. Foto:  Eduardo Escobar / El Telégrafo
Ivanna Verduga, Jenny Goya, Ariel Zoller y Vanessa Recalde durante la abstraída primera escena de la obra. Foto: Eduardo Escobar / El Telégrafo
03 de agosto de 2014 - 00:00 - Redacción Cultura

El Capitán, Hamlet, Blanche, son personajes más que conocidos del cine, el teatro y la literatura. Pero en El ensayo -obra que se presenta este fin de semana en el Teatro Sánchez Aguilar (TSA)- si bien conservan su esencia, experimentan un giro sustancial: No están ahí para hablar de sus triunfos o sus tragedias, sino de la de sus creadores.

La obra es lo que dice su nombre: un ensayo, integrado por pequeñas partes que forman un todo, sobre el teatro. Con adaptaciones de textos de autores como Mario Benedetti, Tennessee Williams, William Shakespeare, entre otros, 5 estudiantes de la Universidad Casa Grande (UCG) ponen en escena un intento de narrar todas las esferas del quehacer en las tablas.

El ensayo, dirigido por el actor Marcelo Leyton (miembro del grupo de Arawa), es la obra ganadora de la segunda edición de la Maratón de Teatro del Teatro Sánchez Aguilar (TSA) y se exhibe hasta hoy.

La pequeña Sala Zaruma, para 100 personas, acoge a estas “personas/personajes” –como se hacen llamar ellos– “que intentan ensayar/recrear su razón de ser”. Dura tarea, pero vale la pena intentarlo.

Nociones de justificación, reafirmación, reivindicación o negación atraviesan una obra cuya dramaturgia está hecha a 6 manos: a los textos de Iliana Cordero, Jenny Goya, Ivanna Verduga, Ariel Zoller y Vanessa Recalde se les sumó el trabajo de su profesor, Leyton.

Infiltraciones

Con el trabajo desempeñado en este proyecto, Leyton asume el papel del “fautor”, una categoría de la literatura con la que se define a las personas que recopilan textos y los ordenan de forma que tenga sentido como unidad.

Originados como ejercicios en clase, la selección de los textos pudiera parecer bastante azarosa, pero es ahí donde se ve la mano el trabajo del “fautor”, y es que en la puesta en escena no es nada difícil encontrar la influencia de Arawa.

Con grandes textos de la historia de la dramaturgia adaptados a pequeños -pero condensados, concretos- monólogos, los actores de El ensayo se mueven en un espacio sin más escenografía que una navaja, una manzana y un pequeño banco hecho con un tronco de madera: lo suyo son las luces, el movimiento, el gesto, el tono de las voces... Pero sobre todo, es la palabra.

El ensayo es un concierto de palabras. Es de esas obras en que las ideas, las dudas o las certezas se disparan -violentas- una tras otra. Que la multiplicidad de dramaturgias, hallar un camino para que una serie de textos se vuelvan unidad, no es cualquier cosa. Esta es una obra que necesita ser escuchada.

En un medio como el guayaquileño, donde predomina un teatro de tintes realistas, Leyton, un obrero de lo experimental desde su trabajo con Arawa, dice que en esta oportunidad, intenta “infiltrarse”.

Todos para uno

La obra empieza con una especie de alargue del calentamiento. Bajo una luz que apenas se enciende, que pretende mantener en negro el ambiente, 5 personajes claroscuros hacen sus ejercicios escénicos.

Como máquinas se mueven una y otra vez. Hacen lo que tienen que hacer, con convicción, como si quisieran agregar el movimiento a su naturaleza, grabarlo en la memoria de sus músculos.

Pero entonces alguien se lo cuestiona: Vanessa Recalde (que encarna a Blanche, de Un tranvía llamado deseo), se hace la famosa pregunta de Hamlet: “¿Ser o no ser?”.

Ese leve cuestionamiento vuelve evidente la fragilidad. Todos tienen respuestas. Todos se justifican. Todos hablan de lo que quieren hablar.

Y entonces Zoller se convierte en el Capitán, el torturador de Benedetti, que intenta con impotencia justificarse ante un Pedro que yace en el suelo sin hablarle siquiera.

Ivanna Verduga encarna al Caín de Estorino, que decae mientras justifica su pecado, que al fin y al cabo fue decir aquello que pensaba.

Y es la hora de Blanche (Recalde), que centra sus líneas en su deseo de purificarse y de morir en el mar. Jenny Goya recupera a Hamlet -prestado por un momento a Recalde al inicio-, y empieza a experimentar cómo el dolor se convierte en ira.

Finalmente, Iliana Cordero, menos épica -pero más cruel- se vuelve una ejecutiva de ventas que reta a un equipo poco eficiente, víctima de la anagnórisis (como se titula el fragmento), término que se refiere al momento en que alguien descubre algo sobre sí mismo que ignoraba por completo. En este caso, el momento en que peso del fracaso se empieza a hacer realidad.

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