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Cultura Kichwa Karanki se fortalece con música

Un grupo de niños canta y hace los coros, mientras que otros entonan los instrumentos en un estudio ubicado en Turuco, en la comunidad de Cotacachi.
Un grupo de niños canta y hace los coros, mientras que otros entonan los instrumentos en un estudio ubicado en Turuco, en la comunidad de Cotacachi.
Fotos: Miguel Jiménez / EL TELÉGRAFO
06 de junio de 2018 - 00:00 - Redacción Cultura

Uno de los proyectos becados del Premio Mariano Aguilera es “Kipiku de saberes musicales del pueblo Kichwa Karanki” y una de sus gestoras, Kuyllur Scola, lo describe como el inicio de un proceso que tiende a recuperar la tradición musical de Imbabura.

La palla, la más pequeña de las zampoñas o flautas de pan, ha dejado de usarse entre los caranquis, por lo cual un grupo de niños se ha dedicado a fabricar este instrumento y entonarlo para cinco canciones sobre el agua, aire, viento, tierra y la reafirmación del Runa-Karanki, un relato sobre la identidad de la lengua quichua.

“Un kipi es la maleta, carga de elementos que, en los pueblos, se mantiene como repositorio de la sabiduría y que nos acompaña”, explica Scola, en el estudio de Cotacachi donde se han grabado los temas. La frase “Runa karanki, yaguar karanki” (¿de dónde has venido?, en castellano)  es cantada por el grupo de niños que se han integrado a la propuesta. Varios de ellos son músicos y viven en comunidades en las que la lengua quichua apenas sobrevive ante las migraciones internas e intercambios culturales.

Lourdes Pupiales (izquierda) es la intérprete de palla más pequeña que participa en la grabación del disco Kipiku. Ella fabricó su propio instrumento.

La categoría del Mariano Aguilera en que fue seleccionado “Kipiku...” es Pedagogía del arte, después de que sus gestores presentaran la propuesta al Ministerio de Cultura y Patrimonio (MCyP), que no los apoyó. “Las instituciones no creen en los procesos sino en los eventos, en lo que da resultados de momento, que empiezan y terminan pronto”, dice Kuyllur Scola sin ánimo de queja.

La metodología comunitaria   del “diciendo-haciendo”
La tradición oral, que transmite saberes de generación en generación dentro de las culturas del Ecuador, es lo que ha permitido que el trabajo comunitario y sobre cultura genere un tejido social que caracteriza a los caranquis.

La esencia musical en el grupo Kipiku tuvo como pilar al colectivo Amaru Canto y Vida, de San Clemente (parroquia La Esperanza, cantón Ibarra). 54 niños llegaron a una convocatoria en la que se esperaba solo una veintena.

En las ciudades como Ibarra, el quichua no es una prioridad entre pobladores de comunidades imbabureñas. Por ello la música es empleada como método para su enseñanza.

Las pallas, bombo, guitarras, chagchas y violín son algunos de los instrumentos que se usaron en la grabación. El 19 de mayo pasado hubo una primera presentación en la Junta parroquial de Angochagua por sus fiestas. En Turuco, donde está ubicado el estudio, también hubo un recital, el 25 de mayo y en Naranjito estuvieron el 1 de Junio, Día del Niño.

Once niños, entre los cuatro y 14 años, integran el conjunto, en que los mayores enseñan música a los más pequeños, como parte del método que Kuyllur nombra “diciendo-haciendo” y que incluye la convivencia.

Un músico experimentado
Edison Sandoval, de 14 años, fabricó su palla en un día y estudia música en el Colegio Luis Ulpiano de la Torre Cotacachi. “Es un arte que le permite sacar todo lo escondido que tiene uno”. Explica que la afinación de estos instrumentos se logra con la precisión al lijar las tundas secas y con el oído. También está aprendiendo quichua.

Edison aprendió a reconocer los sonidos y tonalidades escuchando las notas en un piano, pero también de forma visual, con partituras. Entona el saxo, piano, bandolina, palla y está aprendiendo violín, “por gusto e inspiración” dice para contar que prefiere escuchar “las músicas andinas, autóctonas del Ecuador o mezclarlas con reggae, rock, pop u otros ritmos de fuera”.

Otro de los gestores, el músico Raymi Guatemal, integrante de Amaru canto y vida, recuerda que la palla tiene siete notas y que su interpretación es menos compleja que la de otros instrumentos. “La energía de los guaguas, al cortar los tubitos de tunda, lijarlos y afinarlos, es un trabajo que los hace acercarse al instrumento. Hemos inculcado una forma de pedagogía mediante la música, que incluye la convivencia y cultura de los pueblos” junto con la lengua. El objetivo de estos gestores es que su trabajo se replique en otras comunidades.

El San Juanito y un ritmo del pueblo Natabuela son parte de las sonoridades del disco que se publicará a fines de junio. Los videos del grupo están en edición. En septiembre realizarán un concierto en el Centro de Arte Contemporáneo de Quito. (I) 

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