Janeth Zurita viste un mandil largo con dos bolsillos en los costados; lleva el pelo recogido y usa anteojos redondos.

Se encuentra en su laboratorio, al que califica como su segunda casa, y se siente “a sus anchas”. A veces se le olvida que está trabajando y hace un análisis tras otro sin darse cuenta del paso del tiempo.

Sobre una de las mesas del laboratorio, hay cajas petri, recipientes redondos en donde se colocan muestras para observar su crecimiento.

Ella toma estas cajas con su dedos delgados, con el cuidado que solo un cirujano tiene al hacer una incisión durante una cirugía.

Sus ojos diminutos se posan sobre el visor de uno de los microscopios. Lo primero que aparece es una bacteria en forma de bastón que, según describe, es una bacteria E. Coli.

Los virus y bacterias asustan, y con razón, a muchas personas. Ingresan, enferman y, en ciertas circunstancias, incluso son capaces de causar la muerte.

Pero cuando la microbióloga aprendió a conocerlos, su miedo a ellos desapareció. Ahora convive con esos seres que tienen su misión en la naturaleza.

Como profesional, Zurita conoce de ”pe a pa”, su modus operandi y sabe cómo evitar su efecto nocivo.

Todas las precauciones son bienvenidas y las acata a rajatabla; quizás por ello nunca le ha afectado ningún agente patógeno (virus o bacteria).

Toma todas las medidas para evitarlo. Siempre lleva guantes y, en algunos casos, protege su boca y nariz con un cubrebocas. Además, es extremadamente cuidadosa con su higiene personal y lava sus manos con esmero antes y después de cada análisis.

Sin embargo, no utiliza gel antibacterial ni en la casa ni en el laboratorio, pues asegura que contiene un producto dañino para la naturaleza.

En su segundo hogar, todas las salas lucen pulcras. “Todo está hecho un anís”, como dice ella misma. (I)