Las voces chillonas de los vendedores que se apuestan a las afueras del Mercado de Santa Clara se confunden con el sonido de los pitos de los vehículos que circulan por la calle Ramírez Dávalos.

Es viernes y hay un hervidero de gente en la víspera del fin de semana. Una mujer regatea con un vendedor de sillones de mimbre que se niega a rebajarle el precio.

En el interior del lugar de abasto, Soledad Acosta (20 años) pone a punto su local de venta de flores. Son casi las 08:30 y en el mercado se instala el bullicio poco a poco.

El espacio en el que Soledad hace negocios es un primor por lo ordenado. La mayoría del producto son flores secas de diferentes variedades: flor de choclo, linaza, glaspedia, cartuchos de corteza de coco, cola de ratón.

A la mujer no le incomoda bajar las flores desde el lugar más alto de su local para que el cliente pueda verlas de cerca, pues sabe que es una estrategia que le gana la voluntad del potencial comprador.

Se pone en puntillas y extiende la mano para mostrar una cola de ratón.  

“Mire esta puede ir en un jarrón, en un florero, en un centro de mesa; todo es cuestión de gustos”, aconseja a la ‘caserita’ que le puede proveer los primeros dólares del día.

Desde que abrió el negocio, sus ingresos han mejorado. En un buen día gana unos $ 50, de los cuales $ 30 los invierte en la compra de flores.

Con el dinero adicional, puede pagar el arriendo de un departamento ubicado en el sur de Quito, en el que vive junto con su hermano.

Él también tiene un local de venta de flores en Santa Clara. Es una especie de ‘rareza’, pues es el único hombre que se dedica a este giro de negocio.

Las flores que comercializan los hermanos Acosta provienen, en su mayoría, de Píllaro (Tungurahua).

‘La Sole’ asegura que allí se cultivan las mejores flores del país y ese es otro secreto de su negocio. (I)