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Ecuador, 29 de Marzo de 2024
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El Telégrafo
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Las mantarrayas descansan en el mar de Ecuador

Los fines de semana salen desde Ayangue distintos grupos de buzos a Bajo Copé, uno de los puntos donde llegan estos animales desde el norte de Perú. Las aguas del lugar son correntosas y transparentes. Está a 20 millas del continente, es una zona protegida por su diversidad.
Los fines de semana salen desde Ayangue distintos grupos de buzos a Bajo Copé, uno de los puntos donde llegan estos animales desde el norte de Perú. Las aguas del lugar son correntosas y transparentes. Está a 20 millas del continente, es una zona protegida por su diversidad.
Foto: cortesía de Xavier Zurita
20 de mayo de 2018 - 00:00 - Jessica Zambrano Alvarado

Estamos en medio del mar y un animal nos mueve en 360 grados. “¿Qué fue eso”, dice una de las tripulantes, mientras intenta sentarse y mantener la calma aún cuando el resto se asoma al mar. Frente a la popa del bote, ocho buzos intentan sumergirse a cinco millas de la orilla con tan solo una bocanada de aire, embutidos en trajes de neopreno para resistir al frío de la profundidad. Siguen las indicaciones de su instructor para bajar por la cuerda que marca el camino debajo de la boya y probar la posibilidad de estar dentro del mar sin respirar, camino a lo desconocido. No sienten que algo nos arrastró y nos cambió de dirección.

“Un animal nos mueve”, grita el capitán. Juan, uno de los instructores, rodea al bote y no ve nada. Cuando intenta regresar a su boya el bote vuelve a dar vuelta. “Es una manta”, dice el capitán. Debe ser enorme y por eso nos mueve tanto. Quiere seguir su camino y cuando el instructor la ve porque sus aletas se abren en la superficie, ella avanza a la velocidad con la que estos peces gigantes nadan. El instructor va tras ella. Usa sus aletas de buceo y un snorkel que no lo deja cansarse tan rápido. No nota que lleva en el cinturón con ocho libras de peso (útil para bajar profundidades).

Juan nada tan rápido como puede aunque nunca le ha gustado hacerlo. El bote va en su ayuda. Cuando todos paramos porque la manta está cerca, el buzo entra con un respiro al fondo del mar. Él y una mantarraya gigante se miran.

El grupo que está en la embarcación la ve. El animal enorme, con sus aletas que parecen alas, está en superficie. Esta vez avanza lentamente bajo el agua con pececitos, a los que llaman mariposas, en su lomo. Su paso lento parece un saludo. Los espectadores ven desde superficie cómo funciona la naturaleza en el océano.

La mayoría de la gente que mira a este animal enorme ni siquiera sabía que existía. Yo las había visto con advertencias de precaución en carteles de Perú, un día que crucé la frontera y ahora quiero volver a verlas. Los instructores se dan cuenta que empezó la temporada de mantas. Tal vez, ella nos estaba invitando.

Hay quienes tienen metido en la cabeza el recuerdo de Steve Irwin, el famoso “Cazador de Cocodrilos”, muerto con la aguja de una mantarraya clavada en el corazón en medio del océano.

Justin Lyons, su compañero de aventuras, documentó cómo una especie de raya lo agujereó en el corazón mientras él intentaba nadar junto a ella para un documental sobre la vida marina.

Esta especie de raya, negra y redonda, anda siempre en grupo y tiene uno o más aguijones de púas en la cola que utiliza solo para autodefensa.

Lyons dijo en un programa de televisión que posiblemente este animal, con quien habían interactuado antes siempre de manera pacífica, confundió a su compañero con un tiburón tigre porque tienen el mismo tamaño.

Pero las mantarrayas que llegan a este lado del Pacífico son otras. Estas no atacan ni tienen púas y además son gigantes. Pueden medir hasta 9  metros, 7 veces más que el tamaño promedio de una persona común. En esta época del año llegan por montones a varios puntos de la Costa para comer plancton y pequeños peces. Son migratorias y filtradoras.

Según los biólogos que las estudian desde 2010, la especie que frecuenta los mares de Manabí y Santa Elena tiene como nombre científico Móbula Birostris. Han avistado 2.077 de esta especie.

Llegan en su recorrido migratorio desde el norte del Perú a descansar. Pueden encontrarse blancas o negras, a veces de ambos colores. No tienen huesos como los humanos; su cuerpo está lleno de cartílagos, como la punta de la nariz o los bordes de las orejas, y si son tocadas pueden perder su mucosidad. 

La bióloga María Gracia González dice que hay que dejar que se acerquen solas. Algunos buzos manejan la teoría de que les gustan las burbujas. “Si ven burbujas se acercan solas”, suelen decir. Y pasa, pero según esta bióloga que integra el proyecto Keiko Conservation y la campaña #Protegelasmantas, también pueden huir asustadas.

Cada animal puede actuar de distinta manera y dentro del manual de comportamiento con mantas consideran recomendable mantenerse a tres metros de distancia. Las mantas, así también las llaman, aún son un universo en estudio y pueden asustarse ante cualquier señal, aunque estén en el top ten de animales con los cuales se puede nadar y en internet haya videos de cómo montar una mantarraya (una acción bastante primitiva y típica de una raza que se considera conquistadora de la tierra). “Ya es suficiente con la posibilidad de nadar con ellas”, dice María Gracia.

A los biólogos les parece asombrosa la cantidad de mantas que llegan a estas costas. “Y eso no es nada”, dice Iván Carmigniani, un buzo especializado en fotografía debajo del agua, que inició sus inmersiones en los 90. Él, que no sabía mucho sobre estos peces de grandes dimensiones, nadaba entre más de 50 en esa época y al salir a tierra veía cómo en Puerto López se llevaban camiones enteros de una manta sobre otra, para la venta de su carne. En China creen que tiene capacidades medicinales. En Ecuador su pesca y comercialización están prohibidas desde 2010.

Hoy el agua sigue verde pero hay un sol abrumador. 

Tomamos una lancha mar adentro para llegar a un territorio en el que el agua nunca se queda quieta.

Aquí no hay olas, pero la corriente te mueve de un lugar al otro, en el bajo Copé, a una hora y cuarenta y cinco minutos de Ayangue. Esta es una de las principales estaciones de las mantas en el país. Buscan corales y vida marina. Aquí los encuentran. Bajo estas aguas se protegen de las corrientes y se llenan de esos peces que llaman mariposas.

En esta época salen grupos de buzos (con o sin tanque) a buscarlas  y a nadar con ellas.

Lo peligroso es que la cantidad de embarcaciones no está regulada aún por el Ministerio del Ambiente y aparecen varias. Esta vez encontramos cuatro grupos mar adentro. Los buzos bajan en grupo y ven tres mantas. En apnea nadamos lo más rápido posible porque el instructor ha visto una desde la superficie. Tomo aire y bajo todo lo que puedo. El mar está turbio. No veo bien. Miro a los lados y no encuentro nada. Tal vez me llevó la corriente.

Cuando alzo la cabeza para subir veo una manta encima mío. Tiene la piel blanca y negra, como la de una ballena. Asciendo lentamente y nos vemos de frente. Ella quieta, yo sin saber qué hacer: sorprendida con los peces que se mueven en su lomo. Ellas han sobrevivido millones de años en el océano. Nosotros apenas nos acercamos a su forma de vida, sin saber demasiado de los problemas que tenemos en superficie. Se me acaba el aire y en la atmósfera del mar la manta desaparece. (I)

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