Crónicas a pie
La ciencia y la fe conviven en la sala de cuidados intensivos
Un corredor estrecho conduce a cuidados intensivos, el área más restringida de la Clínica Dame.
En la sala existe un obligado silencio y apenas se escucha el sonido de las máquinas que mantienen con vida a los enfermos: monitores, ventiladores, bombas de infusión, etc.
Cada equipo tiene un sonido particular que perturba a los no familiarizados.
-Piiiiiiiiiiii y después un tin, tin, que pueden sacar de quicio al más cuerdo por su constancia.
En estos espacios, siempre esterilizados, es difícil diferenciar los días de las noches; las cortinas que cubren las ventanas no dejan ni un resquicio para la luz solar. Solo un reloj de pared evita que médicos y enfermeras pierdan la noción del tiempo.
Una de ellas le dice a uno de los pacientes: “Buenos días, señor Pedro, soy Renata Morejón, su enfermera. El día de hoy es jueves y hace frío. Son casi las 10:00 y lo vamos a bañar”.
Pedro no responde; está en coma inducido desde hace más de una semana. Sus ojos permanecen cerrados y su boca está cubierta por un grueso esparadrapo que evita que se muerda los labios.
Lo han intubado y recibe medicación a través de un suero cada dos o tres horas; el mismo lapso programado para cambiarlo de posición y evitar las escaras.
Apenas hay tiempo para hacer una pausa en el trajín que exige cuidar a pacientes que están al borde de la muerte. “No me gustaría pasar por cuidados intensivos, más bien quisiera una muerte dulce”, dice Renata mientras se persigna.
Se confiesa creyente y recurre a Dios cada vez que enfrenta un momento difícil. Cada mañana se encomienda al Santísimo y repite la misma frase: “En la mañana dame sabiduría, amor y paciencia para atender a mis pacientes”. Sobre algunas camillas hay estampas religiosas; entre ellas sobresale la de la Virgen del Cisne, ‘La Churonita’.
La imagen -está convencida la mujer- cuida no solo a los enfermos, sino a quienes tratan de salvarlos. (I)