El árbitro lleva el silbato plateado a sus labios con la mano izquierda, llena de aire los pulmones y lo hace sonar de modo estentóreo. Mientras, dirige el brazo derecho hacia el área y apunta al manchón del tiro penal con energía.

De forma casi automática, lo rodean dos, tres, cinco, ocho jugadores con camisetas de rayas verticales blancas y negras. El capitán del club Juventus habla con el juez del partido con las manos entrelazadas y pegadas a los glúteos.  

Sus compañeros guardan menos el protocolo y reclaman a gritos la decisión. Alguno agita los brazos peligrosamente cerca del rostro del réferi y señala el área rival como recordando una acción anterior no pitada en favor de su equipo.

A un costado, el número 9 del Real Madrid discute con un futbolista contrario, se baja la media de la pierna derecha y muestra la hipotética prueba de la falta recibida.

No es la final de la Champions League; ni siquiera un partido de octavos de final. La escena no ocurre en el estadio Santiago Bernabeu de Madrid ni en el Juventus Stadium. Tampoco hay transmisión vía satélite ni miles de hinchas en las gradas.

Es la cancha del barrio El Triunfo, al noroccidente de Quito, y se trata del primer partido de la liga de la zona.

La veintena de hinchas del cuadro ‘italiano’ presentes, sin embargo, reclama como si se tratara de un juego del Campeonato del Mundo. Hay quienes amenazan con ingresar a la cancha, pero son detenidos por algunos de sus compañeros al grito de “no, nos van a sancionar, nos van a sancionar”.

Dentro del campo, el árbitro Tomás Álava ha sacado, al menos, cuatro tarjetas amarillas intentando calmar a los jugadores “madridistas”.

Al cabo de seis o siete minutos de discusiones, los ánimos bajan un poco, el juez del partido toma el balón en sus manos y lo coloca en su sitio.

El centro delantero del Real Madrid, el mismo que provocó el penal, cobra el tiro e inaugura la tabla de goleo. (I)

Luis Almeida G.   
Periodista sección Ecuador Regional