El duro trayecto para llegar hasta el Muro de Las Lágrimas
El uso de una bicicleta grande, pesada y sin canastilla (para llevar líquidos hidratantes) es la alternativa más “idónea” para llegar al Muro de Las Lágrimas en Isabela (Galápagos).
Es uno de los sitios recomendados por los habitantes y guías de la isla.
El viaje comienza con el alquiler de una bicicleta, por $ 15 el día, en cualquiera de los numerosos locales que existen.
A las 11:00 el sol quema la espalda, la nuca y los brazos. Los ciclistas manejan cubiertos de abrigos, sombreros y hasta pantalones largos. Por eso recomiendan acudir a las primeras horas de la mañana.
Las diferentes texturas del piso se sienten mientras se maneja por el sendero al que se puede llegar en una hora y media.
La “bici” va lenta en la parte de arena, salta en los caminos pedregosos y va rápido en las zonas aplanadas por los carros.
Un guardia que toma los datos en la garita que antecede al último tramo pregunta a los visitantes si llevan agua. “Se requieren dos litros por persona al menos”, aconseja. Algunos incrédulos, no muy adeptos a consumirla frecuentemente en la ciudad, consideran que eso es mucho y prefieren evitar llevar peso. Pero en el camino se arrepienten y piden el líquido vital.
El camino serpenteante, de subidas y bajadas, deja sin aliento a los visitantes. El sol mina el estado físico de los turistas y la sed hace repensar la opción de regresar rápido a casa o al hotel. La entrada en carro está prohibida porque es una área protegida. Y a pie demora más.
La curiosidad por ver los vestigios de la extinta colonia penal (que funcionó desde 1946) ayuda a continuar. Por el cansancio muchos se bajan de las bicicletas y solo la empujan o arrastran.
Los residentes de la isla describen que el ambiente es “denso” en el punto. Ya allí hay silencio y el viento parece entrar con fuerza a los oídos. Una extraña vibra invade al visitante y, efectivamente, hace pensar que allí ocurrió algo trágico. Las ganas de tomar fotos se quitan. (I)