El hombre pequeño y moreno retrocede. Tijera en mano y la pierna derecha flexionada hacia atrás, observa si el cabello del cliente tiene forma regular.

La persona sentada en el sillón sigue, a través del espejo, al peluquero.

Efraín López acerca su instrumento a la nuca del cliente para corregir alguna falla de la rasuradora eléctrica en el corte. “Un ratito nomás, mi mayor”, dice en alusión al grado policial o militar de su interlocutor.

En la calle Pedro de Alvarado, la principal del barrio San Carlos (norte de Quito), las luminarias alumbran el paso de quienes desafían el frío de la noche capitalina.

Al fondo del local de la barbería ‘Presidente’, el ayudante del peluquero disputa una reñida partida de rummy con un hombre de cabello ralo al que parece importarle poco la sensación térmica, pues solo viste camiseta y pantaloneta.

Mientras aplica agua de colonia al oficial, el dueño de la peluquería sonríe al escuchar las chanzas que intercambian los jugadores en un intento mutuo por desconcentrarse y ganar el pozo de $ 1,20.

Con los $ 3,50 del corte en la mano, el ‘maestro’ pregunta retóricamente “¿qué será del ‘tuquito’?”.

“Quedó de llegar a las 19:00”, responde mecánicamente el hombre con aspecto de futbolista de barrio. “Tenía que hacer alguna cosa con la mujer”.

Efraín acerca una silla metálica a la mesa para observar la partida en espera del compañero de la noche de naipes (rummy, 40, 8 loco).

Regularmente las realizan 2 o 3 veces por semana; más si los amigos llegan de improviso. Pueden ser 4, 8, incluso 10 los participantes.

Apuestan “un poco no más”: $ 0,50, $ 1 por vez; pero si la jornada es larga, la pérdida o la ganancia puede ser significativa. También beben “un poquito”.

“Es un momento de relax”, dice el experimentado peluquero al tiempo de estepar un “mañana era que vengas” cuando el ‘tuquito’ aparece y el juego “de verdad” puede empezar. (I)