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El Telégrafo
Xavier Guerrero Pérez

¡Ten dignidad, sé como Alonso!

17 de octubre de 2022 - 12:36

Recuerdo que, años atrás, en el mundo entero tuvo alta acogida una ‘app’ (programa) para dispositivos móviles, denominada ‘Sé como José’; un juego el cual mostraba a un muñeco dibujado de forma muy simple (con líneas para sus manos, cuerpo y piernas, un círculo para su cabeza y puntos para sus ojos, naríz y boca), cuya dinámica consistía en que quien lo juegue decida por José, con base en la ‘regla del ensayo y error’ (de un conjunto de tres opciones; sólo una es la correcta), y cuyas situaciones que hace frente son ordinarias, curiosas y hasta extraordinarias, con escenarios resultantes escandalosos o extremistas, a ratos. Según su creador, al elegir la opción correcta es posible avanzar, e ir, a veces, brindando tiempo para la reflexión de enseñanzas o moralejas, aunque en otras ocasiones no es posible, en razón de que, según aseveró quien dio vida a este juego para dispositivos móviles, los aprendizajes de vida están presentes en algunas ocasiones. Al respecto, varios medios de comunicación, en ese momento, en días, y hasta semanas y meses posteriores al lanzamiento de este programa informático (de unos [1] y ceros [0]) cerraban las publicaciones de prensa con la frase: “Se inteligente, sé como José”.

Se preguntará usted, estimada lectora o estimado lector: ¿A qué viene todo esto? Con gusto procedo a justificar. Días atrás fuimos testigos (una buena parte de ecuatorianos, incluyéndome) de una escena irrespetuosa, que atenta contra la dignidad humana, que aporta mucho, sí, pero a la cultura de violencia en la sociedad, y que, revela, de paso, que es razonablemente posible pensar que similares actos se sigan repitiendo en otras esferas, dentro del entorno laboral. Me refiero al trato que se dio al técnico de sonido Alonso, por parte de quien consta como director de un determinado programa que se transmite por Internet. La actitud, la forma, y el fondo denotan que quien profirió las referidas expresiones probablemente no se encuentra en armonía a nivel psíquico -emocional. Alejándome de entrar en el análisis técnico de la situación descrita en virtud de que no soy especialista en el área de la salud mental, pero por mi modesto recorrido con varios expertos(as) en la rama, sea por atención en consulta que he buscado (y gracias a la divinidad que logré conducirme a buscar acompañamiento psicológico, para así entrar en un proceso de desaprender experiencias de violencia asimiladas fuera de mi entorno familiar, y para valorar a mis pares, a los seres humanos; no por sus cargos, o sus bienes, sí por ser como yo: personas), o por autoaprendizaje; es notorio que las palabras proferidas y la actitud impresa hacia Don Alonso son propias del plano de la violencia, de la insolencia, de la denostación, y de la arrogancia, del irrespeto y de la ofensa. Y, ¿Qué se puede ver en quién recibió los epítetos? En este caso, Don Alonso comporta una actitud que, aunque desafine con el gran concierto de las voces presentes en las redes sociales que se disgustaron y hasta se sintieron impotentes dado que: “… él no contestó… aguantó y se dejó pisotear”; estimo que Don Alonso actuó con inteligencia: no dio motivos para que su agresor continúe lacerando sus sentimientos, ni para continuar el conflicto que, al parecer, quien lo inició tenía esas intenciones. Y, a continuación, tomó la decisión más adecuada para su salud mental y bienestar emocional: renunciar.

Me ha llamado significativamente la atención las reacciones que están inmortalizadas en las redes sociales; básicamente tres. Vamos a mirarlas rápidamente.

La primera: quienes rechazaron la manifestación de violencia que se cometió contra Don Alonso, e iniciaron una campaña digital para que Don Alonso no quede en el desempleo. Loable, solidario y empático. Desconozco si Don Alonso hoy ya cuenta con empleo, pero anhelo lo encuentre en el menor tiempo posible. Si yo fuese empresario con alta capacidad adquisitiva (como aquellas y aquellos que en el país los hay), hace “ratón miguelón” hubiese tomado contacto con Don Alonso y lo vincularía a mi compañía, y con ello incentivaría a dar muestras efectivas y auténticas de apoyo, especialmente cuando se cuentan con los recursos. Pero, como dice mi santa Madre: “Hijito, no pida mucho”.

La segunda: quienes se expresaron esgrimiendo que ellas o ellos, si hubieran estado en los zapatos de Don Alonso, en ese momento hubiesen actuado de forma no pacífica, sino con agresión física. Tal reacción me asombra, aunque con los índices de violencia que hoy se registran, no me sorprende tanto. Estoy y estaré en contra de la violencia, eso hay que dejarlo en claro. Y no apruebo quienes difunden la idea de que, en ese momento, la contestación debió ser “irse de golpes”. Si hablamos de respeto, de consideración, de ser pro cultura de paz, aquello resultaría incongruente con lo que buscamos ser, que promovemos y que anhelamos que impere en nuestros pueblos. Así que, descartado, en lo que a mí respecta. Si se hubiese dado aquella conducta, hoy sería lo menos inteligente y lo más cavernícola posible. De paso, sí me inquieta que en el lugar existían otros caballeros, pero se inclinaron a la frase coloquial “conmigo no es”, aunque al ser testigos, fueron irrespetados, también. La tercera (y la más alarmante): hay quienes (y es más alarmante aún cuando usted visualiza que hay canas presentes, lo que en teoría debería denotar sabiduría, inteligencia emocional y que lo inadecuado merece desaprobación, llamada a enmienda y el perseguir ser mejores personas, mejores seres humanos) justifican el trato dado a Don Alonso, caen en promocionar la mofa y satanizar su decisión de haber soltado lágrimas (lo cual no lo hace menos varón, sí lo configura como una persona con sentimientos, que piensa, que, como todos, también es frágil pero que tiene nobleza), de haber elevado su voz, más que para reclamar, para simbolizar que el trato recibido no se lo merecía, ni él ni nadie más (aunque se tenga necesidad, aunque sepa que su inconformidad le implique perder el empleo, independientemente de que sea profesional, de que labore como técnico, o como conserje, o como gerente general). Hay quienes lo tachan de que presuntamente se ha victimizado, de supuestamente haber creado un problema… Sí, señoras y señores, hay voces que han dicho lo que he escrito, y se jactan de decirlo y de pensar de esa manera, sin ruborizarse. Usan lenguaje verbal y no verbal para demostrar coraje, para socializar su carácter enérgico e inquebrantable. Pero hay ausencia de esos rasgos para reconocer el error, para exhortar a la enmienda y al ofrecimiento de que nunca más se caerá en el yerro. En lo que a mí respecta, respiro y pienso: “Hay que ver que la fama y el dinero ha enceguecido, y que aún se piensa que el tener un empleo es exclusivamente un privilegio que implica ser considerado(a) menos que basura, donde el término educación e inteligencia emocional no tienen cabida. Esto en vez de comprender que la relación laboral debe ser vista como un intercambio digno entre capacidades y dinero recibido donde participan personas que son iguales ante los ojos de la divinidad (donde el respeto, la madurez y la no denostación es el clima) y, consecuenteme, permita consolidar idealmente el tratamiento normativo del trabajo: un derecho;”.

Señoras y señores, nada en esta vida justifica, nada, insisto, que usted o yo, como trabajadoras y trabajadores (si es que tenemos la bendición  gracias a un milagro, de tenerlo) tengamos que estar llamados(as) a soportar actitudes inmaduras, irrespetuosas, insolentes, y que nos hieren y lastiman, y todo para conservar “el trabajito” y vivir en el ofrecimiento de que “estoy forjándote para que en un futuro llegues más arriba”. Es una falacia justificar tratos “duros” o “fuertes” so pretexto de construir un “mañana” de “éxito”. De paso, ¿Quién ha dicho que dentro de la fórmula del éxito la persona humana, como tal, invaluable y única, no cuenta y pierde el reconocimiento a ser tratada con dignidad y sin calor humano? Más de una persona dirá: “Los gritos, las agresiones, los insultos… hasta las amenazas… son parte de la vida… una raya más al tigre… y así mañana podremos ya no ser trabajadores sino líderes y lideresas”. Tal vez sea cierto (no es una regla generalizada). El quid del asunto es: ¿Esos azotes, los va a “digerir” quien los vivió, únicamente? Negativo. Se está construyendo una cadena, porque quienes vivieron -o viven- experiencias como las que vivió Alonso, o mayores, inclusive, “mañana” las van a trasladar (involuntaria, o voluntariamente), o a sus seres queridos o con quienes compartan su vida laboralmente hablando. ¿De eso se dice algo? ¡Naranjas! Pensar, aceptar, asimilar y hasta repetir que (hoy) Don Alonso (y “mañana” sean otras y otros, lamentablemente) “pecó” al reconocer que el hecho laboral que vivió le provocó que sus lágrimas salgan, que la actitud de quien le daba órdenes no fue la más adecuada ni sana ni civilizada, y de comentar de esa situación a sus amigos y colegas del entorno de la comunicación; sería normalizar los tratos crueles perpetrados por personas seducidas por su hígado y caracterizadas por ser irracionales y que no han entendido nada de que -ellos- están tratando con sus pares, con seres humanos, no con animales.

Es más, el aceptar “llamadas fuertes de atención reiteradas”, el “si te gritan o te insultan a la madre, soporta, que es por tu bien”, o inclusive el “no te quejes, porque, o te botan o te ridiculizan “mañana” por llorar y mostrarte débil”; implicaría normalizar relaciones humanas tóxicas y propias del subdesarrollo, e ir sutilmente a aceptar que no se trata de acciones en contra de la dignidad de la persona y que atentan contra los derechos universales, sino de “quienes no están listos(as) para el triunfo”, intentando así instalar, con negativa intención, que hay quienes son “fracasadas(os). Pero aquello sólo puede tener cabida en el cerebro de quienes piensan que el dinero está por sobre el ser humano, y donde el “éxito” y “el tenerlo todo” es la meta de un camino donde “se vale todo, pero siempre de un lado: quien agrede y quienes soportan”. Una muestra perfecta del maquiavelismo puro, donde la integridad de la persona está anulada. Lo interesante es que es posible afirmar que existen altas posibilidades que quienes piensen así también fueron violentados(as).

Un ingreso fijo revestido de un clima laboral de tolerancia absoluta y pisoteo a la dignidad humana es algo que no lo aceptan quienes tienen amor propio, y toman la valiente decisión de “dar un paso al costado”. Don Alonso, gracias por demostrar que habemos quienes somos “llorones”, “débiles” y no estamos dispuestos a transitar un camino espinoso de situaciones como las que usted vivió, y de otras (tal vez más graves) que no se exponen porque no ocurren cuando una cámara está encendida, para dizque alcanzar la fama y el éxito. Gracias por poner freno a una cadena de eslabones humanos de dolor, sufrimiento, el cual está identificado por días laborables malos. Ahora comprendo por qué, cuando tenemos oportunidad de hablar con una persona “poderosa” o “de considerable capacidad económica”, el trato que a veces se recibe es áspero, distante y grosero. Son almas generacionalmente agredidas. Y lo digo con conocimiento de causa, porque en alguna parte de mi vida adopté una coraza de prepotencia, ira y el grito como lo más normal, creyéndome un “Dios”. En terapia pude visualizar que aquello era tan solo mi escudo para ocultar frustraciones, miedos, y que buscaba, con esas actitudes, aliviar lo que a mí me ocasionaron, repitiendo el negativo patrón. Reconocerlo no me hace menos, antes bien permite trabajar en enmienda permanente y mejora continua como ser humano.

Don Alonso tuvo decencia y dignidad para señalar y decir: lo que me hicieron estuvo mal y nadie se lo merece, aunque necesite el empleo para el bienestar propio y de sus seres queridos.

Gracias, Don Alonso, por suscribir (de forma involuntaria): ¡Ten dignidad, sé como Alonso!

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