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El Telégrafo
Juana Neira

Los perros, esos seres sabios…

19 de julio de 2019 - 00:00

Llegar a casa luego del agobio del trabajo y el ruido de la ciudad y encontrarme con el movimiento de una cola alegre y juguetona, me reconcilia con la vida…

Sus lamidos, sus patitas traviesas, sus gemidos cortitos y alborotados, estrenan la alegría del día. Le cuento mis cosas, se acerca, me roza con su pelaje y me abriga. De la emoción me muerde despacito, me muerde fuerte, jugamos. Me lanzo al piso y viene, me jala, revoloteamos, es un tira y afloja que permite gozarnos. Despierta la ternura y nos convertimos en cómplices de un pedazo de pan o de un hueso escondido…

No me reclama, no me juzga, no me miente… Me trae su peluche ajado de recreos, le lanzo lejos, va tras él y colgado de su hocico me lo devuelve, la rutina se repite una y otra vez. Cansados terminamos abrazados, su cabeza en mi regazo es un regalo que sana y fortifica; su conocimiento de los afectos me reveló la verdadera dimensión de la lealtad.

Si fuéramos más como los perros, seguramente no habría tanta injusticia en el mundo, si fuéramos como ellos, las caricias serían nuestra bandera; si fuéramos más como los perros, no discriminaríamos, no excluiríamos, no estafaríamos, no engañaríamos… Seríamos más empáticos, más solidarios, en definitiva, más humanos…

Es por todo esto que no puedo entender lo ocurrido en Quito hace pocos días, personas perversas donaron alimento balanceado envenenado para perros, mentes retorcidas que no conocen el lenguaje del amor, del respeto al universo y a los seres que lo habitan. Mentes oxidadas de odio y de venganza, que agredieron a seres vivos que equilibran el ecosistema de los afectos y la alegría. Y que a muchos nos salvan de la soledad.

Les comparto esta historia que vale la pena explorarla:

Bobby, un perro de raza skye terrier, fue el mejor amigo del policía John Gray hasta su muerte por tuberculosis en 1858. Después de que su dueño fuera enterrado en el cementerio Greyfriars, en Edimburgo, Escocia, Bobby no se movió de su tumba hasta el día de su muerte.

Ojalá los seres humanos contáramos con una pizca de la sabiduría de los perros. (O)

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