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El Telégrafo
Silvia Buendía

La pedagogía de la crueldad

25 de septiembre de 2022 - 08:37

La escritora, antropóloga y activista feminista Rita Segato acuñó el término pedagogía de la crueldad para referirse a las prácticas que buscan naturalizar la opresión femeninaEsa mirada indiferente con la que se observa socialmente la relación de poder de los hombres sobre las mujeres. Esa forma casi invisible con la que se ha normalizado la violencia de género, pero, sobre todo, esa manera de ejercer el disciplinamiento de las mujeres. 

Esta crueldad tan arraigada en nuestra sociedad viene de lejos. Está en nuestra historia, tradiciones, religión, costumbres. Se nos ha educado en la misoginia, en esa visión machista que nos atraviesa y que es tan difícil de desaprender.  

Pero debemos desaprender. Ya es hora. Desaprender el que las mujeres nos creemos víctimas, o que nos hacemos las víctimas; pero que no somos víctimas de nadie. Que solo somos víctimas de nosotras mismas ...si nos dejamos, si no nos hacemos respetar. Que nos toca a nosotras las mujeres educarnos para que no nos maltraten. Que pesa sobre nuestros hombros la responsabilidad de no provocar una agresión masculina. Que siempre será nuestra culpa haber estado en el lugar indebido en el momento equivocado, completamente solas, o peor, en mala compañía. Y que es error nuestro no identificar el peligro, no huir a tiempo. Que el asesinato de una mujer es un hecho doloroso, pero humano, o que es un delito pasional. O un exabrupto, o algo fortuito.

No, el femicidio no es un accidente, ni un delito pasional, ni es obra de un irracional, o de un hombre muy racional, pero que perdió los estribos. El femicidio es un delito autónomo. Es un delito de poder, de dominación, de control sobre el cuerpo femenino concebido como un objeto que le pertenece a su dueño: el femicida.

Porque somos suyas nos matan. Nos matan nuestros novios, maridos, ex maridos, pretendientes, conocidos o simples desconocidos que creen que solo por ser mujeres nuestro cuerpo y nuestra vida están a su disposición. A las mujeres nos matan sin pensarlo demasiado, nos matan sin compasión, nos matan a conciencia y minuciosamente. Nos queman, descuartizan nuestros cuerpos, nos separan en pedazos. Nos matan por celos, por rabia, para controlarnos, para retenernos, porque nos queremos ir, porque no nos queremos callar. Nos matan a veces sin planearlo, porque se les fue la mano. Nos matan para enseñarnos quien manda, porque nos tienen miedo, porque no nos tienen miedo. Y a las mujeres las mata, en su gran mayoría, aquel hombre que era su pareja y a veces el padre de sus hijos. Esa persona que debería quererla y no odiarla, esa persona en la que alguna vez confió. Nuestros cuerpos desmembrados y desfigurados aparecen a todo color en las fotos de la crónica roja con nuestros nombres completos. En cambio, nuestros asesinos, aun cuando son asesinos confesos o prófugos, reciben el beneficio de un filtro en sus caras y una inicial en sus apellidos, para proteger sus identidades.

El atroz asesinato de María Belén Bernal Otavalo tiene todos los elementos de un femicidio de manual, pero no es solo eso. En este crimen se evidencian además una serie de omisiones en el contexto de la inacción del Estado y una respuesta institucional construida desde la pedagogía de la crueldad.

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