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El Telégrafo
 Juan Carlos Morales. Escritor y periodista ecuatoriano

#IbarraSinOdio

24 de enero de 2019 - 00:00

Ibarra, tierra del Taita Imbabura, vivió un fin de semana que -como toda ruptura- requiere de una pedagogía urgente sobre el machismo y la xenofobia, como el país mismo. Desde 2014, en Imbabura, 10 mujeres han sido asesinadas. 90% en manos de machos ecuatorianos, pero pocos salieron a denunciarlo.

El femicidio de Diana derivó en una turba bárbara que agredió a los refugiados venezolanos, quemó sus pertenencias, en una cacería que nos recuerda a los nazis persiguiendo judíos, los encapuchados del Ku Klux Klan, genocidas en la ex-Yugoslavia, ultraderechistas europeos y, para no ir tan lejos, el populacho de Posorja mal informada. Así, Ibarra pasó de la noche del cuchillo largo a la noche de los cristales rotos.

Pero estas hordas nunca están solas, son solamente la punta de lanza de los cómplices que, en este caso, se escudan en mensajes en las redes sociales o abiertamente como un irresponsable candidato del pasado insuflando por poco a encender hogueras o el propio Estado, quienes entre todos alientan miradas patriarcales, reflejo de la misma sociedad machista y xenófoba.

Todo fue vertiginoso. Ese día una radio local experta en farándula decidió transmitir en vivo el asesinato (¿existirá un llamado de atención por eso?), la posterior llegada de los curiosos, la inacción policial urbana durante 90 minutos (la Policía especializada rescataba cinco excursionistas perdidos en Puruhanta), los usuarios de redes que contribuyeron -con sus mensajes- a colaborar con la gasolina, todo eso produjo una muchedumbre que el mismo domingo ya agredió a las activistas contra el machismo, que tenían previsto realizar una marcha por Martha y Diana.

Algo hemos aprendido, la intolerancia está en casa, escondida y mirando desde la oscuridad, que precisa ser combatida con educación (#JusticiaParaTodas). La esperanza está en las mujeres, en este país de tanto macho y de tanto despistado que cree que la migración nació ayer, como si los abuelos nunca pasaron por el estrecho de Bering. Ojo por ojo y el mundo acabará ciego, decía Gandhi. (O)

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