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El Telégrafo
Juan Carlos Morales

Cuando Bolivia valía un Potosí

14 de noviembre de 2019 - 00:00

Para entender la situación de Bolivia hay que alejarse de las visiones tras la salida de Evo Morales: ángel o demonio. Hay que mirarla desde un pasado más lejano, antes de cuando se acuñó la frase “Vale un Potosí”, popularizada por Don Quijote (cuando hasta el teatro europeo llegaba a las minas de plata), pero también en los desgarramientos ante la pérdida del mar o las 34 lenguas originarias, que pocos conocen porque, de esas, 31 son vulnerables, pero también de las dictaduras y esperanzas.

En el libro Bolivia: tierra herida (Universidad Técnica del Norte, 2008), se advierte ya sobre la situación actual, a propósito en esa época de los aires separatistas. Jorge Majfud, en un artículo de ese año, se preguntaba sobre si en verdad existe un imaginario de una sola Bolivia, blanca y próspera.

Es la misma discusión que el continente ha tenido y aún no ha resuelto en torno a civilización y barbarie. Ahora sabemos que esos términos esconden exclusión, racismo, sistema patriarcal, influencia fundamentalista religiosa y un largo etcétera que termina en una disputa por el poder económico y, de manera especial, por los recursos en pocas manos.

“En Bolivia los indígenas fueron siempre una minoría. Minoría en los diarios, en las universidades, en la mayoría de los colegios católicos, en la imagen pública, en la política, en la TV. El detalle radicaba en que esa minoría era por lejos más de la mitad de la población invisible. Algo así como hoy se llama minoría a los hombres y mujeres de piel negra en el sur de EE.UU., allí donde suman más del 50%. Para no ver que la clase dirigente boliviana era la minoría étnica de una población democrática, se pretendía que un indígena, para serlo, debía llevar plumas en la cabeza y hablar el aymara del siglo XVI, antes de la contaminación de la Colonia”.

En estos días hay que volver a las lúcidas tesis históricas de Walter Benjamin: “El sujeto de la historia: los oprimidos, no la humanidad. El continuum es el de los opresores. Hacer saltar el presente fuera del continuum de tiempo histórico: tarea del historiador”. (O)

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