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El Telégrafo
Nancy Bravo de Ramsey

Las mujeres de la revolución de Alfaro

24 de junio de 2014 - 00:00

El fuego de la revolución iba avanzando en Manabí por campos y ciudades. Al frente de los jinetes que por cientos o por miles cabalgaban junto al ‘General de las derrotas’ o al ‘General de las 100 batallas’ -según vinieran las frases de sus enemigos o de sus aliados-, se veía al paradigma del hombre justo, valiente, aguerrido. “¡Llegó la revolución, llegó la revolución!”, llevaban corriendo la noticia los más pequeños del poblado hasta sus hogares y las casas vecinas, cuyos habitantes salían al paso de la caballería, saludando los hombres con el sombrero en la mano y las mujeres agitando su delantal. …Y ya nadie podía contener la pasión de la gente por Eloy Alfaro y  sus compañeros, ni el grito alentador que  era común para todos: “¡Viva Alfaro, carajo!”. Luego de Manabí con sus macheteros y montoneros, la revolución de Alfaro, que proclamaba el liberalismo radical y el imperio de la justicia social, avanzó hasta Esmeraldas, con los Concha y los Vargas, para después pasar a Los Ríos, con Pedro J. Montero, el ‘Tigre de Bulubulu’; y el joven Nicolás Infante; y finalmente a Guayas y El Oro, así como a  diversas provincias de la Sierra, especialmente las de Bolívar y Azuay. Y a donde fuere que llegaran los corceles de la Revolución Alfarista, eran recibidos con insultos y fuego, pero también con vivas y aplausos, tanto de hombres como de mujeres.

El caso de Filomena Chávez  de Duque resume de la mejor manera la participación femenina en la Revolución Liberal, el más auténtico proceso revolucionario que ha existido en el país durante nuestra etapa republicana y el que ha logrado la más profunda transformación política, social, económica y administrativa nacional. Nacida en Portoviejo y crecida en tiempos de la revolución dentro de una familia alfarista, un buen día, cuando tenía 10 años, llegó al aula escolar gritando a todo pulmón “¡Que viva Alfaro!”, lo que significó su inmediata expulsión del colegio. Más adelante, ya enrolada en el ejército revolucionario, su actuación en plena selva, como mensajera portadora de partes y comunicaciones, de datos e informaciones valiosísimos para las diferentes divisiones de la milicia liberal, la ‘Coronelita’, como se la conocía cariñosamente, fue designada oficialmente con ese grado.

Sofía Moreira de Sabando, otra manabita que tuvo una actuación destacada dentro de las guerras de la revolución de Alfaro, estuvo casada con el coronel  Zenón Sabando. Ella  sumó su propio esfuerzo al proceso armado y se encargaba de enviar acémilas cargadas con alimentos, vituallas y medicinas a los campamentos de los guerrilleros alfaristas, así como mensajes importantísimos. Acompañada de otras valientes mujeres, Sofía acudía a curarlos después de un enfrentamiento armado con el ejército gobiernista.

Mucho le debe la mujer ecuatoriana a Eloy Alfaro, quien la integró a los centros de estudio y así también al trabajo en la función pública, empezando con un grupo de alfaristas -encabezado por Matilde Huerta Centeno, oriunda de Charapotó-, al cual proporcionó un lugar como estafetero de Correos en Quito. ¿Qué han hecho las instituciones públicas, actualmente, para rendir homenaje a la mujer de la Revolución Alfarista? Conviene recordar que en 2002, a pedido del  Comité Cívico Alfaro Siglo XXI, mediante decreto ejecutivo emitido por el entonces presidente de la República Gustavo Noboa, junio fue declarado Mes de Alfaro en recuerdo a cuatro fechas que coinciden en ese lapso y que son en extremo importantes para el triunfo de la Revolución Liberal y para toda nuestra nación.

De modo que debió haberse organizado eventos recordatorios para homenajear, además de las ya nombradas, a otras ilustres revolucionarias alfaristas, que colaboraron heroicamente con el proceso transformador, como la guayaquileña María Gamarra de Hidalgo, la cuencana Ana María Delgado, las guarandeñas coronela Joaquina Galarza, Dolores Veintimilla, Felicia Solano de Vizueta y  Leticia Montenegro de Durango, y del mismo modo a la portovejense Rosa Villafuerte de Castillo.

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