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El Telégrafo
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¿Cómo te llamas, muñeca? (Infografía)

Los colores y diseños de los famosos zapatos de muñeca son diversos. Actualmente van más allá de la simple comodidad a la hora de caminar. Se han convertido en toda una tendencia.
Los colores y diseños de los famosos zapatos de muñeca son diversos. Actualmente van más allá de la simple comodidad a la hora de caminar. Se han convertido en toda una tendencia.
17 de agosto de 2014 - 00:00 - Jorge Eduardo Sánchez

Hace tiempo venía preguntándome qué onda estos zapatos, tan populares en Ecuador. Un vago antecedente me hacía suponer que solo eran apreciados por bailarines, gimnastas o toreros; y que en la China fueron un distintivo de la clase social: los del emperador, por ejemplo, eran dorados; los de los comerciantes, blancos y negros. O algo así. Ahora, el dato no dejaba de sorprenderme: 3 de cada 9 ecuatorianas los usa (créame: haga el experimento de contar en una fila).  

La irresistible tentación de observar el calzado (dime qué calzas y te diré quién eres). Alguna vez, Carl Gustav Jung, el psicoanalista suizo, dijo que “el zapato que va bien a una persona es estrecho para otra: no hay receta de la vida que vaya bien para todos”. Pero yo, al cabo de unos años viviendo en Quito y viajando por el país, anoté en mi cuaderno: “Los usan mujeres de todas las edades, tallas, árboles genealógicos e inclinaciones sexuales. Se les puede ver en la Sierra, en la Costa y en las ciudades amazónicas; en tiendas, bancos, misas, discotecas y hospitales. (…) Son sexys. Estilizan el pie y combinan con todo tipo de ropa”.

Busqué bibliografía, y nada, apenas unas fashion-reseñas en Internet donde se habla de que sus primeras momias occidentales podemos encontrarlas en el siglo XIX, cuando la ópera y el ballet las incluyeron en su vestuario para ganar mayor libertad de movimiento; y de que la gran contribución española son las manoletinas o manoles, la zapatilla característica de los matadores que inmortalizó a Manuel Rodríguez Sánchez, el legendario Manolete (1917-1947), quien murió en una plaza de toros después de ejecutar, precisamente, la manoletina, su ole más célebre.        

Para contrastar mis observaciones y matar la duda respecto a su importancia en las zapateras y zapaterías nacionales, hace poco hice una miniencuesta entre parientes, amigas y alumnas.

Con un margen de error del 95% comprobé que una de cada 3 señoras (o señoritas) las prefiere por sobre las botas, los tacones y las sandalias. Se las ponen, en promedio, 4 días a la semana, con tenidas formales, informales o semi: pantalones, jeans, vestidos casuales o de gala, faldas, uniformes de una o 2 piezas, pijamas y un adefesioso etcétera de prendas. La mayoría consideró que usarlas con short es una tendencia moderna, “poquito más atrevida”, y solo una minoría aceptaría el “atentado” de probárselas con babydoll o traje de baño.

Los atributos a favor se repitieron: “cómodas”, “prácticas”, “versátiles”, “femeninas”; y las menciones en contra giraron en torno al frío, la lluvia y al roce que produciría en los dedos y los talones (motivo por el cual se inventaron unas microscópicas medias de nailon).

Una excompañera de trabajo, que las usa de lunes a sábado, me dijo que le gusta “el look desenfadado, pero a la vez fancy (chic o elegante) que dan”. La actriz Audrey Hepburn, la protagonista de Sabrina (1954), las hubiera definido igual.

La memoria acerca de sus orígenes y entrada en vigencia en Ecuador es muy imprecisa. Algunas veteranas las recuerdan de sus años de juventud y –ya mayorcitas– en los pies de sus guaguas. Otras me contaron que, llegado este segundo milenio, la dolarización trajo las importaciones y estas las atrajeron a ellas por cientos de miles (de lo que deduzco que se pusieron de moda hace una década y pico).

A principios de julio fui a la inauguración de la II Feria Internacional de Calzado y Componentes, en el centro de exposiciones del Parque La Carolina. Imaginé encontrarme allí con la meca de estos famosos zapatitos, pero nada: apenas unitos en un par de stands (“unitos”, pensé, ¡cuando deberían dedicarles museos!). Por suerte, tuve oportunidad de conocer a Carolina Meneses Barzallo, una guapa diseñadora y exponente del boom creativo cuencano.  

Y es que hasta hace muy poco ni siquiera sabía con exactitud cómo se llaman. En mi círculo personal las bautizaron como pericas (pero no sé si este nombre sea parte del mundo onírico de mi esposa). Carolina me comentó que cada país tiene su forma específica de conocerlas, siendo “zapatos bailarina” la más común. Antes, yo también las había escuchado como bailarinas, zapatos chinos, chinas, francesitas, zapatos muñeca o, simplemente, muñecas (aunque tampoco me extrañaría que el día de mañana se llamen barbies o dolls).

Dejémoslo en que las muñecas nunca pasan de moda, porque en la calle —paso a paso, pierna a pierna, verso a verso— son atemporales. Según Carolina, se adaptan a distintos armarios, colores, diseños, materiales y hormas, renovándose con cada nueva colección. Para muchos pasa desapercibido el que las haya de cuero, textil, sintético, charol, terciopelo, de hilo, de lana, cuadradas, redondas, fluorescentes, con o sin tacones, con flores y lazos, con aberturas o sin.    

Así de arraigadas en la cultura local, así de invisibles, no es raro que una estudiante te diga que las usa porque no tiene más zapatos… “En serio”.  

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