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El Telégrafo
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El cáncer los unió (Galería)

El cáncer los unió (Galería)
08 de febrero de 2015 - 00:00

Fue uno de los golpes más duros que le dio la vida. La noticia prácticamente lo paralizó, pero Darwin Jiménez no tuvo otro remedio que aceptarla. Nunca será fácil descubrir que tienes cáncer cuando tienes veinte y tantos. Un diagnóstico de este tipo en la juventud lo complica todo. Abandonó la carrera de Ingeniería en Finanzas en la Universidad Central para someterse a las impostergables sesiones de quimio.

Hace 3 años le diagnosticaron cáncer en la glándula parótida, un órgano salival situado a ambos lados de la cara. Hace 2 años, finalizó el primer tratamiento y tuvo una recaída el año pasado. Los médicos le diagnosticaron metástasis; el cáncer se regó a la columna, al pulmón izquierdo y a las caderas. El cáncer no da tregua, pero Darwin no ha perdido la calma. “Estoy tranquilo, porque mi familia, que es el pilar fundamental en mi vida, me apoya de manera incondicional y la Fundación Jóvenes Contra el Cáncer se ha convertido en mi segundo hogar”.

Con el tiempo ha aprendido a aceptar su enfermedad, porque al principio fue difícil comprender que tenía que convivir con ella. “Una noche, después de clases, sentí un dolor de cabeza terrible que no podía soportar. Incluso llegué al punto de golpearme la cabeza”. Esta fue la primera señal.

Después de someterse a varios exámenes se determinó que tenía cáncer a la glándula parótida. Su reacción era previsible: se hundió en una profunda depresión que se prolongó varios meses. Se encerraba días enteros en su habitación; no comía y tampoco sentía deseos de salir de casa. “Había días que no tenía ninguna intención de moverme de la cama. No tenía ganas de bañarme y tampoco de arreglarme”. Antes del diagnóstico, no había un solo fin de semana en que no saliera a farrear, pero el cáncer lo obligó a llevar una vida sin excesos. “Tuve que interrumpir mis estudios, eso es lo que más me duele”.

En la Fundación ha recibido apoyo psicológico y conoció a otros jóvenes que también aprendieron a vivir con el cáncer. Una de ellas es Mishelle Flores, de 18 años, quien padece de una enfermedad denominada linfoma de Hodgkin, un cáncer del sistema linfático que comienza cuando las células en el sistema linfático cambian y crecen sin control. En muchos casos, puede formar un tumor e incluso diseminarse a otras partes del cuerpo.

Mishelle, 18 años, dice que la Fundación cambió su vida; encontró a personas con su mismo diagnóstico y se apoyó en ellas. En esta institución también conoció a su novio, quien también padece un tipo de cáncer que le afectó la visión. “Recuerdo que fuimos a un campamento de la Policía y allí empezó todo. Nos conocimos y me cayó muy bien. Creo que fue amor a primera vista”. Antes de conocerlo tenía otra relación, pero terminó porque él no fue capaz de acoplarse a sus visitas médicas y constantes reposos.

Mishelle da gracias a Dios, porque todas las sesiones de quimioterapia a las que se sometió “salieron bien”. Nunca tuvo estragos ni complicaciones que lamentar. A diferencia de otros pacientes, cada vez que finalizaba una sesión se le abría el apetito y comía con un gusto que muchos admiraban. Su estado es estable y los médicos siguen de cerca su evolución.

Cuando le detectaron cáncer, sus padres prefirieron guardar silencio sobre su enfermedad. No le quisieron contar y se enteró poco tiempo después, porque escuchó los comentarios de los médicos sobre su delicado estado de salud. Le explicaron que tenía cáncer y que era inevitable que se someta a las sesiones de quimio.

La noticia la derrumbó, pero no se dejó vencer y acudió a todas las sesiones. Su vida dio un vuelco. Dejó de estudiar de lunes a viernes, porque debía permanecer en una de las habitaciones del hospital Eugenio Espejo. Sus padres la inscribieron en un centro educativo a distancia para que no interrumpiera su formación. Ahora es alumna del Colegio José Martí y solo acude los sábados.

Mishelle lleva una vida tranquila: va de su casa a la Fundación y de esta a su casa. Diseña tarjetas y le encantan las manualidades, una afición que también funciona como una terapia. Sus hermanos la protegen y le dan el apoyo que necesita para sobrellevar su tratamiento. La llaman ‘Mishu’ y siempre le recuerdan qué días tiene las citas médicas.

Cuando le preguntan si tiene miedo a la muerte, ella solo responde: “en realidad no, porque todos tendremos que morir en algún momento. Un diagnóstico de cáncer no te condena a la muerte. “Puedo salir y caerme en la esquina y morirme”.

Durante mucho tiempo recibió quimio y radioterapia. Fue inevitable que la radiación le dejara algunas marcas en su cuerpo, sobre todo, en su espalda. Perdió su cabello, pero encontró una forma de cubrir su cabeza: lleva una chalina de color oscuro que le llega hasta los hombros y que, según su novio, la hace aún más atractiva. Nunca le gustaron las pelucas, porque no siempre lucen naturales. La chalina es cómoda y puede cambiar de colores cuando quiera. Para Mishelle y su amigos, el cáncer no consiguió anular sus ganas de seguir viviendo. Aunque la enfermedad no los abandona, no dejan que los venza. (AR)

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