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Punto de vista

El objetivo sigue siendo Cuba

El objetivo sigue siendo Cuba
29 de noviembre de 2016 - 00:00 - Daniel Kersffeld. Analista político internacional

Con el fallecimiento de Fidel Castro el pasado viernes 25 de noviembre, reaparecieron las distintas versiones y relatos encargados de ratificar el futuro político de Cuba una vez que el líder máximo de su revolución hubiera desaparecido. Los últimos pronunciamientos del presidente electo Donald Trump nos invitan a pensar en un recrudecimiento new age de la ahora antigua Guerra Fría, claro que con un cambio notable de las condiciones en las que esta se había producido. Según la óptica de Trump, los Estados Unidos están llamados ahora a completar la tarea de liberación del pueblo cubano de toda estructura autoritaria y dictatorial.  

Sin embargo, el interés de los Estados Unidos por Cuba no es nuevo: hunde sus raíces hasta el siglo XIX, cuando la isla era todavía una colonia española (de hecho, la última en independizarse del dominio imperial). La pretensión de anexar el territorio insular al estadounidense fue defendida como política de Estado por los “Padres Fundadores” Thomas Jefferson (1801-1809), James Madison (1809-1817) y John Quincy Adams (1825-1829). En aquel siglo la clase política norteamericana llegó a considerar a Cuba como una ‘fruta madura’ que, por su cercanía geográfica, debía pertenecer sin dilaciones a los Estados Unidos.

Pero no solo los gobernantes se pronunciaron sobre este tema, ya que este formaba parte de un pensamiento aceptado dentro de clase política estadounidense. En este sentido, el dirigente demócrata Stephen A. Douglas (1813-1861), apodado el ‘Pequeño Gigante’, rival de Abraham Lincoln en las elecciones presidenciales de 1860, se manifestó públicamente por la anexión de Cuba a territorio estadounidense en 1843. A fines de ese mismo año llegaría a afirmar que “es nuestro destino apropiarnos de Cuba y es una locura tener que debatir este asunto. Es naturalmente una prolongación del continente americano”. Es decir, de EE.UU…

En el siglo XIX el interés de los norteamericanos por Cuba era más bien económico, ya que la isla bajo dominio español era un interesante mercado de materias primas favorecido además por una política de esclavitud que, más allá de algunos aspectos formales, se mantendría hasta su abolición en 1886. Pero desde fines de aquel siglo y todavía más en el XX, el interés por Cuba, liberada de la tutela española en 1898 gracias a la ‘desinteresada’ contribución del presidente William McKinley, fue predominantemente de carácter defensivo y ofensivo y en el marco de la visión geopolítica instaurada a partir de la progresiva conversión de los Estados Unidos en imperio.

De este modo, quien mayores aportes realizó para la comprensión de Cuba como una nueva colonia estadounidense fue el oficial de la Marina Alfred Thayer Mahan. Convertido pronto en el mayor estratega de ese país, su intención no era otra que la de convertirlo en una potencia regional, de clara influencia a nivel mundial, desplazando para ello el poderío naval y comercial de Gran Bretaña. En esta estrategia, El Caribe se convertía en la ‘cabeza de puente’ para la protección de las costas norteamericanas, sirviendo entonces con el doble propósito de ser un puesto de avanzada en la defensa del territorio estadounidense y en el ataque por la consecución de nuevos espacios para un mercado en constante expansión.

Con respecto a Cuba, en su trabajo Lessons of the War with Spain and other Articles (1899), Mahan daba cuenta de “la necesidad de apoderarse de ella y fortificarla para el uso del futuro canal y la defensa de la costa del Pacífico”. El militar no dudó en ningún momento en justificar la intervención de su país en la guerra de independencia de Cuba por medio de firmes valores morales y civilizatorios. Por otro lado y con la intervención de la Isla por parte de los Estados Unidos se cumplía además con varios propósitos (además del hecho de sumar una nueva colonia al naciente imperio) como el control del canal de Yucatán, del golfo de México y de los pasos de la Florida, junto con el dominio de las rutas comerciales del golfo de México y del Mississippi.

Esta situación geopolítica se mantendría, sin mayores cambios, hasta 1959 cuando una revolución, primero nacionalista y antiimperialista y luego de carácter socialista, le arrebataría a los Estados Unidos el control de parte de su estratégica área de influencia para entregársela a la Unión Soviética, su principal enemigo en los tiempos de la Guerra Fría. Lo que hasta ese momento parecía un conflicto externo resultaba ahora parte vital de la realidad política latinoamericana. Fueron los tiempos de otro tipo de estrategia, elaborada por políticos y analistas como Henry Kissinger y Zbigniew Brzezinski, que vieron en Cuba, en su modelo comunista y, fundamentalmente, en el apoyo soviético, a algunas de las principales amenazas contra los Estados Unidos.

Luego del puente político con la Isla favorecido por el gobierno de Obama, surge la inevitable interrogante a partir de la futura administración de Donald Trump.

¿Recrudecerá el bloqueo o, por el contrario y bajo la óptica pragmática del futuro ‘presidente-empresario’, lo que veremos será el intento por forzar a como dé lugar el libre mercado en Cuba, anulando progresivamente las conquistas sociales de este país? Sin duda, una nueva estrategia geopolítica se está delineando para ponerla en marcha a partir del próximo 20 de enero de 2017. (O)

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