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¡Señor, no es un cadáver, es el cuerpo de mi madre!
Un roce de rubor en los pómulos, en los párpados y un toque de labial dieron color al rostro de Fabiola Peña.
Su cutis abrazó los brochazos que dio su hija, Nancy Hidalgo, quien tuvo poco tiempo para embellecerla.
Para enmarcar el rostro, nada mejor que aretes. Como no tenía zarcillos a la mano, Nancy le puso los suyos.
“Quedó hermosa”, dijeron sus hermanos. No faltó alguien que susurrara con ternura: “Parece que está viva”.
En el lecho de muerte de un padre, los hijos desean despedirse con un abrazo, una caricia o un beso. Pero Nancy no vivió ese instante.
Solo reunió fuerzas para entender la situación. En menos de 12 horas, doña Fabiola fue trasladada a tres hospitales de Quito. En 2015, la mujer ingresó por un trasplante de válvula coronaria. Su cuadro se complicó. Y falleció.
Mientras colocaban el cuerpo de su madre en el ataúd, Nancy revivió todo. Ella no acababa de cumplir los 10 años cuando se acostumbró a jugar con sus cinco hermanos en las salas de los consultorios que olían a alcohol y mertiolate.
Doña Fabiola era enfermera en el hospital Unidocente Raúl Maldonado Mejía, en Cayambe (Pichincha), pero no le alcanzaba la plata para pagar a una niñera.
Los fines de semana y feriados quedaban los médicos internos. En una emergencia, los hijos de Fabiola ayudaban.
Un bus de una florícola se volcó con 52 personas. La capacidad era de 37 pasajeros.
Los internos y el personal recibieron los muertos y heridos. En esa época solo había la morgue del hospital que tenía una mesa de cemento.
Los cuerpos se “apilaron” hasta que llegaron los forenses de Medicina Legal.
Nancy llegó a los 11 años y perdió el miedo a la muerte. “Me acostumbré a ver a vivos y a muertos”, rememoró.
Fue el instante en que ella decidió seguir los pasos de su madre. Al terminar el colegio, estudió en el Instituto Superior en Cayambe y en el Instituto Crecer, donde se especializó en Enfermería.
Después vino a Quito y siguió cursos en la Cruz Roja, en Criminalística de la Policía y estudió embalsamamiento de cuerpos en la Universidad de Nuevo León, en México.
Así se inició en la tanatopraxia: prácticas en cadáveres aplicando métodos para conservación, reconstrucción y cuidado estético.
Aunque la experta desarrolló su vocación, al mismo tiempo encontró una frustración. A lo largo de su carrera, se dio cuenta de que en Ecuador la formación de esta área no es suficiente. “No hay especializaciones”, renegó.
Ella reconoció que si bien hay gente con experiencia, la mayoría trata a los cadáveres de forma empírica.
Fue así que formó la Asociación Ecuatoriana de Tanatopraxia con personería jurídica registrada en 2015, para promover la educación formal en el área. En la actualidad, 5 miembros integran el Comité Ejecutivo.
Los doctores no quieren ser tanatopractas
Nancy explicó que varios tanatopractas se iniciaron sin título de bachiller, mucho menos con nociones de materias básicas como Anatomía.
En el país hay muchos tanatopractas que aspiran a una educación de tercer y cuarto nivel. Ese es el deseo de Marcelo Tabango, quien se dedica a la labor desde hace 16 años.
Marcelo siguió un curso en Guatemala, otro en Costa Rica y seminarios en Ecuador. Antes de ello se graduó en Ciencias Sociales y fue conductor de camión.
Su título de Bachiller no tenía nada que ver con su actual trabajo, pero no le importó. “Aprendí rápido. Me gusta lo que hago”, reiteró.
Para Marcelo, asistir a los cadáveres es una labor noble. Así lo ha sentido en situaciones extremas. Una que recuerda fue el incendio en la discoteca Factory (2008).
También asistió a los bomberos que murieron en un incendio forestal en Puembo (2015) y a las víctimas del terremoto de Manabí (2016).
“Me gustaría ir a un centro de tanatopraxia en Ecuador. Este campo evoluciona y hay que actualizarse”, reflexionó.
La presidenta habló de otro problema y es que hay médicos que no desean dedicarse a esa labor.
En el Registro Oficial del 20 de abril de 2018 consta el Acuerdo 192 del Ministerio de Salud sobre el Reglamento al Establecimiento de Servicios Funerarios y Manejo de Cadáveres.
La norma fue creada para regular actividades relacionadas con la gestión de cuerpos y los locales que prestan estos servicios.
El artículo 16 establece que el informe sobre la preservación del cadáver debe ser emitido por un médico con título registrado.
Sobre este punto, una especialista en Anatomía Patológica con 12 años de experiencia (pidió que quedara su nombre en reserva) opinó que la tanatopraxia no tiene nada qué ver con la Medicina.
"Ninguna especialidad médica tiene que ver con manejo de cadáveres”, dijo.
A decir de la doctora, los médicos reciben formación con pénsum científico con la finalidad de salvar a los seres vivos. “Nuestra labor es preservar la vida”, reiteró.
Familia unida por la muerte
Nancy no solo desea más capacitación para la Asociación, sino también para su familia. De una o de otra forma, la muerte es un término en común.
Su esposo, Luis Pilaquinga, es tecnólogo mecánico y fue militar. Desde 2015, labora en la unidad de atención al cliente en una funeraria en Quito.
Recibió cursos y seminarios de tanatopraxia a cargo de expertos de Colombia, Chile y Costa Rica. Hace varios meses dio una pausa a esta actividad, pero aprendió mucho de lo que él llama “una labor maravillosa”.
La rutina la conoce de memoria. La temperatura en un horno crematorio alcanza entre 800°C y 1.100°C. Un cuerpo de entre 60 y 70 kilos se incinera en dos horas y media.
Luis, en promedio, incineró entre 500 y 1.000 cuerpos en seis años. A lo mejor por eso, él también perdió el miedo a la muerte, al punto que ya compró su plan de cremación para cuando le “llegue el turno”.
A Marlon (23 años), uno de los tres hijos de Nancy, también le apasiona el tema. Si bien el joven es técnico en Turismo, ayuda a su mamá.
Le asiste en el manejo de cuerpos, a pasarlos a otras camillas y a labores básicas como el uso de bombas o la aplicación de formaldehído (compuesto químico para preservar cadáveres). “El nacimiento de un ser es importante, también lo es el de un cadáver. Tiene que ser bajo normas higiénicas por seguridad del tanatopracta y para dar dignidad al ser querido que ya se fue”, dijo Luis.
Maltrataron a un ser querido
El artículo 37 del Reglamento al Establecimiento de Servicios Funerarios y Manejo de Cadáveres exige que los centros que realizan actividades de inhumaciones (entierros), cremaciones, velaciones, prácticas de tanatopraxia y demás estén sujetos a vigilancia y control sanitario por la Agencia Nacional de Regulación, Control y Vigilancia Sanitaria (Arcsa).
Nancy reflexionó que si esa ley hubiera estado vigente cuando su madre falleció, no se habría irrespetado la norma. Después de que Fabiola murió, su cuerpo fue llevado a Cayambe para recibir sepultura en su tierra natal. En la funeraria de esa ciudad, la tanatopracta preguntó quién se encargaría del cuerpo. “Llegó una chica de 17 años con una pistola de inyección para tratarla en el mismo ataúd. ¡Que negligencia!”, recordó indignada.
Nancy advirtió una denuncia en contra de la funeraria como presidenta de la Asociación. De inmediato, la entidad pidió permiso en la morgue del hospital Maldonado Mejía, donde Fabiola trabajó. El permiso fue negado. Nancy supo el motivo.
“La morgue tenía la misma cama de cemento que en los años 80. A lo mejor no querían denuncias”, concluyó.
Ante esa respuesta, trasladaron el cuerpo a una funeraria en Ibarra. El panorama también fue triste. Ahí vio que a los cadáveres se los lavaba con una manguera para autos sin tratamiento adecuado de aguas residuales.
La mujer se encargó de su madre. Agarró la manguera y le lavó el cuerpo sin dejar de mirar la cicatriz de 50 cm que quedó en su pecho por la cirugía que nunca trajo con vida a Fabiola.
“Entendí que hay gente indolente con los cadáveres. Me indignó porque para ellos se trataba de un cuerpo inerte. Pero no era un muerto, era el cuerpo de mi madre”. (I)