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El Telégrafo
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Papiloma virus, una enfermedad silenciosa

Papiloma virus, una enfermedad silenciosa
28 de agosto de 2011 - 00:00

Se casó virgen a los 20 con un hombre 13 años mayor que ella. No se considera una mujer “curuchupa”, solo quería entregarse así. Hacer el amor significaba para Sandra “volar” en el éxtasis durante horas, sin soltar la mano de su esposo cuando estaba en aquellos trances. Todo fluía en su matrimonio. A los cuatro años de casada su vientre acuñó un bebé, para completar su dicha hogareña. Pero también apareció una fuerte infección en la vagina y  estuvo allí durante todo el embarazo, latente hasta un año después de nacido su hijo.

“Mi esposo y yo lo hicimos una vez en un río. Como los ríos siempre están sucios pensé que mi infección era por aquel encuentro”, recuerda Sandra mientras revuelve su café y su mirada se pierde por un instante. “La infección no retrocedió a pesar de todas las cremas y medicinas”.

El resultado de un papanicolau previno al doctor que la atendió de la posible causa de la infección: “El examen no está bien, de pronto pueda darte un cáncer de cuello uterino”, le dijo el galeno.

Luego de ese examen, se realizó estudios más detallados de su cuello uterino: el resultado de una  colposcopía confirmó que Sandra era portadora del Virus de Papiloma Humano (VPH) porque se halló una  displasia, una transformación inadecuada de las células. La cepa  se determinó con el examen PCR... fue una de tipo cancerígeno.

El VPH es un virus de transmisión sexual. Los científicos han identificado 140 cepas o tipos diferentes que provocan cáncer y verrugas genitales.

Los tipos 16 y 18 son los más peligrosos porque generan cáncer de cuello uterino y pueden asociarse al cáncer vulvar, vaginal, de ano y al cáncer de pene, aunque estos últimos son poco frecuentes.

En cambio, las cepas 6 y 11 desarrollan verrugas genitales. “Son benignas, pero generan mucha afectación sicológica a mujeres y hombres por su aspecto”, explica el ginecólogo-oncólogo Byron Argotty.

Asegura que el VPH es el responsable del 96% del cáncer viral en el cuello uterino. El 4% está asociado a trastornos genéticos, traumatismos a nivel cervical o estimulaciones hormonales. “El 40% de las pacientes que atiendo tiene una infección sugestiva de papiloma que se confirma a través de exámenes y diagnósticos”, acota Argotty.

El Registro Nacional de Tumores del hospital oncológico Solón Espinosa Ayala (Solca) recoge la siguiente incidencia de cáncer invasor de cuello de útero: en Quito, 442 casos entre 2003 y 2005; en Guayaquil, 473 durante 2001 y 2002; en Cuenca, entre 2001 y 2004, 183; y en Manabí, 390 entre 2000 y 2003.

Patricia Cueva, directora del departamento de Registro Nacional de Tumores de Solca, explica que este cáncer tiene una tasa de 70 por cada 100.000 mujeres que no acuden a controles ginecológicos.

Mientras 5 casos por 100.000 se detectan en mujeres de instrucción universitaria que se realizan un papanicolau por lo menos cada año.

“A pesar de todo, tuve suerte. El doctor me dijo que recién estaba iniciando el problema en mi útero”, dice Sandra, con más resentimiento que optimismo, pues no termina de aceptar la enfermedad. Culpa a su esposo de haberla contagiado.

“Si yo soy, si yo fui mujer de solo una persona, ¿por qué a mí?... aunque mi marido siempre me dice que yo supe que tuvo vida sexual antes de conocernos. Que él nunca supo que tenía un virus. Mi vida matrimonial se destrozó desde que me enteré de que tengo el virus”, se lamenta.

Argotty explica que el virus es asintomático y puede permanecer en una persona toda la vida sin presentar ninguna molestia. Pero lo puede transmitir a su pareja o parejas, es decir, no se puede determinar cuándo y con quién obtuvo VPH.

Cuando la cepa que provoca el cáncer empieza a actuar en el cuerpo, los cambios celulares demoran hasta 10 ó 15 años en manifestarse. Pero que se active o no el virus depende del sistema inmunológico y el estado de salud de las personas. Si no es bueno, el virus entrará.

Darwin Simbaña, ginecólogo-obstetra de la maternidad Isidro Ayora, asegura que el cáncer del cuello uterino se manifiesta a través de los cambios de las células, detectables con los exámenes especiales, pero en muchos casos sigue siendo asintomático.

Sin embargo, los síntomas que se pueden presentar, y a los que hay que poner mucha atención, son las secreciones vaginales persistentes e infecciones que no se han curado, aun con tratamiento a base de  cremas o medicinas.

Para que una de las cepas cancerígenas del papiloma virus desarrolle cáncer de cuello uterino, explica Simbaña, debe pasar por un proceso de cinco estadios que tardaría hasta 10 y 15 años en desarrollarse: Displasia leve (Neoplasia Intraepitelial Cervical grado I o NIC I): Aparecen pequeñas lesiones en la piel del útero (en un primer estrato). El virus penetra y se aloja en la parte inferior de la piel.

En esta primera fase, el tratamiento es una conización. Se debe seguir, además, una terapia  retroviral, que consiste en mejorar los anticuerpos y estimular las defensas para que la enfermedad no se vuelva a producir. Las defensas suben con vacunas contra el VPH, que protegen  un 50% de la enfermedad a la paciente.

En un NIC I, Simbaña recomienda que lo mejor sería extirpar el útero (histerectomía), depende de la edad de la paciente y si  ya tiene hijos. “Muchas mujeres son menores de 23 años y no tienen niños. Solo en mi consulta, el 40% de las mujeres tiene este problema”, comenta. Argotty dice que no es necesario retirar el útero de la mujer porque la lesión en esta primera etapa todavía se puede tratar y controlar.

El segundo estadio es la displasia moderada acentuada (NIC II): Las alteraciones de las células alcanzan un segundo estrato de la piel. Simbaña dice que en esta fase lo mejor es extirpar todo el útero por el riesgo de llegar a la siguiente etapa.

Displasia severa (NIC III): Se origina cuando las células entran al tercer estrato de la piel. En este caso el tratamiento sería una histerectomia más quimioterapia. La paciente pasa del ginecólogo y va al médico oncólogo.

Cáncer in situ (en un solo sitio): Todas las células anormales están sobre la piel. El tratamiento es quimioterapia y extirpación del útero.

Cáncer invasor: El virus rompe las fronteras de la piel e invade el útero, los músculos, vasos sanguíneos y se extiende a todo el cuerpo. En esta fase se aplica quimioterapia y radioterapia.

El tratamiento contra el VPH se debe realizar en pareja. En el caso de Sandra, como su cepa es una cancerígena que desarrolló displasia grado leve en su útero, inició con una conización de la parte infectada del cuello del útero. Esta intervención quirúrgica es similar a rebanar un pedacito de queso.

Luego se trató con cremas, óvulos y medicinas para controlar la infección. Después el médico le practicó una cauterización de vasos capilares que quedaron abiertos dentro de la vagina, tras la conización, con una técnica láser. “Me sentía tan mal en ese momento. Mi olor era igual al del chancho chamuscado -señala-. Con todo este proceso, la infección continuó, aunque más leve”.

Lo más feo del tratamiento, para ella, ha sido la fase de curaciones en el canal vaginal. Una curación es la colocación de ácido tricloroacético en las paredes de la vagina, para controlar el virus en esa zona. La sensación, dice Sandra, se compara a una quemadura de sol con una de fósforo.

En su primera curación, de ocho, ella estaba casi resignada a soportar lo que vendría, aunque no se lo imaginaba. Entró en el consultorio de su doctor, conversó un poco con él respecto al procedimiento que le practicaría. Luego se retiró la ropa y se vistió con una bata, se acostó en la camilla y abrió sus piernas.

El médico colocó mucha vaselina alrededor de su vagina y también en los muslos para prevenir quemaduras externas, cuenta. Luego introdujo el espéculo en su canal vaginal para abrirlo y proceder con el tratamiento. Antes  roció un anestésico local, para atenuar el dolor. Ella solo cubrió sus ojos con sus manos. Pasó menos de un minuto.

El galeno, con una pinza y algodón en la mano, empezó a colocar el ácido. Le dolía mucho. “Lloraba casi sin quejarme”, recuerda. El médico continuó, le daba fuerzas, le decía que ya mismo terminaba. Cuando acabó de quemar la pared vaginal, retiró los residuos con mucha agua. Eso atenúa el ardor de la carne viva, pero no lo detiene.

Descubrió sus ojos. Lo primero que vio al abrirlos fue la luz fluorescente del techo del consultorio. “Aparte de sentir ardor, la matriz duele igual que contracciones de parto”, asegura Sandra. Inhaló y exhaló para relajarse  y resistir. El doctor le colocó un óvulo para aliviar las secuelas del proceso. “El tiempo que demoran las curaciones parece eterno, pero en sí  todo tarda 13 minutos”, según vio en su reloj.

Se levantó de la camilla, se vistió, el doctor le dijo que la esperaba en tres días para la segunda curación. Sandra pagó la consulta y se dirigió a su casa. Desde el diagnóstico hasta hoy, asegura que ha gastado casi 3.000 dólares.

El esposo de Sandra también está en tratamiento. Luego de una peneoscopía, para determinar las características de las lesiones, se le realizó un PCR para saber el tipo de cepa. Luego le practicaron una circuncisión para retirarle el prepucio del pene y eliminar las lesiones. Él también toma la medicina para la infección y se controla a la par con Sandra.

Las lesiones en el pene son iguales a pequeñas mesetas, en una primera fase no son visibles. En un segundo caso se pueden ver. Pueden aparecer en el glande, en la frontera del prepucio, en el prepucio, escroto y también en la región perianal.

Adriano Silva, urólogo del Hospital Militar, explica que es poco probable que aparezca un cáncer de pene, pero no imposible: “Si el contagio fue en etapas tempranas de la vida, pueda ser que en la senectud desarrolle cáncer. Depende la cepa del papiloma”.

En el país existen dos vacunas contra  el VPH. Una cuesta 124 dólares y protege de las cepas cancerígenas. La otra, que cuesta 170 dólares, es contra las verrugas y el cáncer. Cada persona debe colocarse tres dosis. “Las vacunas protegen 100% a las personas que no están infectadas. Es una enfermedad crónica y silente”, dice la doctora Lucila Carrasco, experta en vacunas, y afirma que la dosis contra VPH debería incluirse en el programa de inmunizaciones del país.

Sandra termina su café. Dice que no quiere que su matrimonio acabe, aunque piensa que las heridas de su corazón no podrán sanar fácilmente. Lo que sí desea, y con mucha fuerza, es recuperar algún día su capacidad de “volar”.

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