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Hugo conoció a su esposa mientras hacía su tratamiento

Hugo Arias es no vidente a causa de un accidente de tránsito. En su casa, él peina a su hija todas las mañanas.
Hugo Arias es no vidente a causa de un accidente de tránsito. En su casa, él peina a su hija todas las mañanas.
Foto: Álvaro Pérez /ET
14 de abril de 2019 - 00:00 - Amanda Granda

En agosto de 2002 la vida de Hugo Arias (50 años de edad) cambió radicalmente. Ese año sufrió un accidente de tránsito que provocó que las retinas de sus ojos se desprendieran. Después de varias operaciones fallidas perdió la visión por completo. En ese tiempo, el ingeniero en Marketing tenía pareja, pero su noviazgo acabó a causa de su discapacidad. Su relación laboral también terminó, pues la empresa en la que trabajaba como coordinador de censos y estadística decidió prescindir de sus servicios y recuerda que los amigos que tenía se alejaron. 

Como él no estaba familiarizado con el uso del bastón y aún no desarrollaba al máximo sus otros sentidos para valerse por sí solo y salir seguro a la calle, decidió ingresar al Centro de Formación y Capacitación Laboral para Ciegos (Cefoclac), en el sur de Quito. 

Ahí, mientras aprendía cómo movilizarse en la ciudad, a organizar su casa, a cocinar, a hacer compras en los mercados y a escribir en una computadora, conoció a Silvia Balladares. La mujer de 45 años acudía a Cefoclac porque acompañaba a su hermana, quien estaba perdiendo la visión a causa de una enfermedad y en ese espacio se capacitaba para no depender de alguien. Un día su hermana invitó a Hugo a comer fritada a su casa y desde ahí Silvia y él empezaron a conocerse y a salir. 

Silvia recuerda que lo primero que le llamó la atención de quien ahora es su esposo fue su inteligencia y perseverancia para cumplir sus objetivos. 

“Él siempre tiene una respuesta para todo”. 

El tiempo transcurría y los encuentros aumentaban. Silvia le propuso a Hugo ir de paseo a la parroquia El Quinche, en las afueras de la capital. 

Mientras Hugo caminaba del brazo de Silvia, ella le describía cómo estaba la urbe. Le hablaba de los detalles de la iglesia central, de los comerciantes, de las calles empedradas... 

Hugo usaba su memoria para recordar cómo era ese lugar cuando antes de su accidente lo podía ver. 
La convivencia hizo que él creyera en el amor una vez más y se arriesgara a pedirle a Silvia que fuera su novia. Ella le dijo que sí y como él no podía verle se acercó, le besó e hizo que sus manos tocaran su rostro. 

Aunque la mamá de Silvia estaba en contra de su relación por la condición de Hugo, ellos se casaron y están juntos desde hace 10 años. Tienen una hija: Monserrate, de 8 años. Todas las mañanas el papá de Monse, como la llaman sus amigos y progenitores, la peina. Es un experto. Le hace trenzas y recoge su cabello con binchas que aprendió a usar. 

La pareja comenta que no tuvieron ni tienen inconvenientes para disfrutar de su vida de pareja. Cuando cumplieron un mes de casados Hugo regresó a la casa de sus papá, pues la convivencia era difícil, sobre todo, porque él dejaba las cosas en un lugar y, a veces, Silvia las movía mientras arreglaba la casa. Ella fue a ver a su esposo a la casa de su suegro y después de conversar ambos volvieron a su casa y desde ahí no se han vuelto a separar. 

Hugo siempre tuvo la intención de continuar estudiando, pero por su condición no conseguía trabajo y el mayor obstáculo fue la economía. Un amigo suyo, Janio Jadán, lo animó y lo ayudó a conseguir una beca en la Universidad Indoamérica. Ahí obtuvo una maestría en Administración y en la actualidad trabaja como docente investigador en ese centro de educación superior. A veces, Silvia lo va a dejar y pasa por él. (I)

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