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El maestro, ese inspirador que nunca se queda quieto

El maestro, ese inspirador que nunca se queda quieto
13 de abril de 2013 - 00:00

13-4-13-sociedad-senioraPese a dificultades y tropiezos a lo largo de sus vidas, se han mantenido en la docencia por largos años, sin interrupciones, combinando su vida familiar y la actividad académica y sumando a esto capacitación constante. Entienden su  vocación como herramienta fundamental y motor de su labor al servicio de la enseñanza.

Según dicen, esta cualidad y la experiencia convierten al maestro en algo más que  impartidor de conocimientos: un ser inspirador, motivador y, en algunos casos, amigo.

Norma De Luca tiene 48 años como profesora. Eso representa un poco más de la mitad de su vida frente a un salón de clases. “Siempre tuve esta vocación de enseñar. A mis compañeras del colegio las reunía y les daba clases de química y de otras materias. Me encantaba”.

Es por esto que se inició muy joven como maestra de taquigrafía y mecanografía, cuando se graduó del colegio. Como recuerdo de esta época de comienzo de un largo camino, aún conserva su máquina de escribir en un rincón de su estudio, donde además exhibe con orgullo sus premios, condecoraciones, recuerdos en blanco y negro... las vivencias acumuladas.  

Premio Contenta de la Universidad de Guayaquil, Licenciada en Filosofía, Magíster en Gerencia Administrativa y Especialista en gestión de Procesos Educativos, Norma ha sido imparable  y, aún hoy, no piensa en detenerse. “Si tuviera menos edad, me metería a hacer el doctorado”, suelta, convencida.           

Pero además de acumular conocimientos durante todos estos años  e impartir clases de economía, filosofía, historia de la civilización y antropología cultural, rescata experiencias de vida, algunas de ellas compartidas con sus estudiantes... 

“Tenía 8 meses de embarazo de mi última hija y fui con mis alumnos de sociología a Mapasingue a hacer una investigación de cómo vivía la gente en ese sector. Tenía que subir muchas escaleras y el exceso de actividad hizo que se me adelantara el parto. Vine a la casa corriendo a dar a luz, prácticamente”, rememora.

Ama a su familia, a sus hijos que han seguido sus pasos en la carrera docente, pero ha debido renunciar a algunas cosas por la intensa rutina laboral. Una de ellas es ver el crecimiento de ellos día a día. “Me contaban cosas que habían hecho, y yo no estaba. A veces llegaba a las once de la noche. Ha sido duro”. Resalta que los maestros no pueden estar quietos. Deben compartir el tiempo, “duplicarse”, ir de un lugar a otro. “Es una profesión un poco ingrata y desgastante, donde se debe trabajar en varias instituciones y eso es cansadísimo”.

Sin embargo, confiesa que le costará no tener este ritmo frenético, sin los apuros diarios. Lo piensa ahora, que está a las puertas de su jubilación.  “... Para mí esto será como quitarme una parte importante de la vida, pero ya tengo planes: dedicarme a escribir, tal vez tener una columna en algún medio y quizá mejorar mi libro”, dice, respecto a una de sus publicaciones, naturalmente de tópicos como educación y pedagogía, sus motivaciones de toda la vida.

Norma tiene claro que para enseñar hay que primero aprender. “Yo no creo que el profesor graduado de licenciado deba ir a dar clases, tiene que seguir un masterado. Concuerdo con todas las exigencias que se requieren actualmente”, enfatiza.

13-4-13-sociedad-Miguel-HidalgoEste es un punto con el que coincide Miguel Hidalgo, subdecano de la Facultad de Economía de la Universidad de Guayaquil, un docente con 52 años de trayectoria laboral. “Creo que se debe priorizar la experiencia. No podemos comparar a un joven recién graduado de la universidad con una persona que tiene experiencia laboral y que puede enseñar a partir de ella”.

Según cuenta, su vida está definida por los estudios, la lectura y la profundización de conocimientos, que lo han alejado un poco de lo que se considera para muchos algo tradicional. “Muchos de mis amigos aprovechaban los fines de semana para irse a los balnearios, desesperados porque llegaba el fin de semana. Yo prefería siempre quedarme en casa estudiando”.

Así como Norma, Miguel es un asiduo lector con una gran biblioteca en su vivienda y con publicaciones respecto a temas económicos. Reconoce que la docencia, además de impulsarlo a estar siempre informado, actualizando conocimientos, le ha ayudado a conectarse profundamente con personas, “cosechando” en el camino varios alumnos que ahora son sus amigos.

Su esposa también ha sido un gran apoyo, dice. Gracias a la madre de sus tres hijos nunca se despegó de su familia por asuntos laborales, fusionando ambos aspectos de su vida de manera armoniosa. “Ella me apoyó a continuar con mi instrucción como magíster y me ha apoyado con todo lo referente a mis actividades, siempre”. Ahora, de cara a su jubilación, afirma que está preparado para dejar la docencia, no sin cierta desazón. “Si ya debo irme, lo haré, pero no me retiraré del todo. Tengo mi oficina, donde continuaré trabajando”.

Ambas historias profesionales demuestran que para esto hay que tener una voluntad especial, un don de servicio y un compromiso con el constante aprendizaje. “Hay que hacerles notar a los alumnos que a uno le interesa que ellos se nutran de conocimientos, eso es amor a la vocación; hacer esto porque te gusta, más allá del dinero”, sentencia Norma.

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