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El agro se aferra a la sabiduría de sus antepasados

Aunque en muchos sectores de la Sierra ya se ha tecnificado la forma de trabajar la tierra aún existen ciertos lugares donde se requiere de toretes para hacer esta labor
Aunque en muchos sectores de la Sierra ya se ha tecnificado la forma de trabajar la tierra aún existen ciertos lugares donde se requiere de toretes para hacer esta labor
Fotos: cortesía El Tiempo
02 de junio de 2018 - 00:00 - Redacción Sociedad

La sabiduría milenaria aún está vigente en la agricultura. Sembrar en luna creciente, por ejemplo, es uno de los rituales que mantienen los campesinos de Quilloac, en la provincia de Cañar.

Es un conocimiento que tiene que ver con la influencia de los astros en la tierra y eso es parte de la cosmovisión andina.

Antes de la llegada de los españoles al Tahuantinsuyo, la siembra andina se hacía en terrazas. Había la costumbre de hacer policultivos, es decir se cultivaban distintas plantas.

En el libro Terrazas agrícolas, una estrategia cultural y tecnológica de desarrollo de Martín Aguilar Flores y Ruth B. Vilches Torrejón se explica que los indígenas se valían de sus terrenos inclinados para crear diferentes tipos de pisos climáticos.

Además, no se necesitaba tanta agua como la que se debe emplear en los monocultivos.

“Esta forma de siembra permitió soportar densas poblaciones en ambientes considerados inhóspitos u hostiles y dio lugar a la domesticación de familias de plantas y animales”, asegura un artículo publicado por la FAO.

Lograron todo sin necesidad de hierro, concreto, agroquímicos ni microprocesadores.

En el mismo artículo de la FAO se habla acerca de la tecnología agrícola tradicional y se detalla que los cultivos andinos nativos también están muy relacionados con el uso de herramientas como la chaquitaclla, o arado de pie, la huactana o palo con tiras de cuero para el trillado de la quinua y la cañiwa y la raucana para el aporque de los tubérculos andinos.

Producción
Con la llegada de los españoles los terratenientes dejaron a un lado el pluricultivo y ocuparon grandes y planas extensiones de tierra para la siembra.

La investigadora Luz Pichisaca explica que la producción era óptima porque no se usaban productos químicos como sucede en la actualidad.

“Se basaba en la actividad agropecuaria orgánica y las estancias se destinaban a la producción de cereales, en especial de maíz, trigo, cebada, haba, arveja y lenteja”.

Variedad de frutos
Otra de las características es que esta actividad productiva se basaba en la masiva concentración de los peones, quienes participaban en el cultivo de los cereales, luego realizaban los deshierbes y también las cosechas.

“Era todo un ritual la combinación de costumbres ancestrales complementando con las que trajeron los españoles”, asegura Pichisaca.

En las cosechas, a las cinco o seis de la mañana se entonaban las melodías de la bocina que convocaban a la gente a celebrar, y los peones llegaban bien vestidos con la mejor ropa autóctona.

La sociedad andina y específicamente la cañari fue eminentemente agrícola. En Sara Llakta, el libro del maíz, citan a Octavio Cordero Palacios y se señala que el indio de esta región para su sustento y regalo contaba con “el chirimoyo, el mango, el guanábano, aguacate, zapote, la quinua (...)”, entre otras variedades que son parte de la alimentación mundial y, pese a lo complejo del terreno, lo adaptaron para la siembra.

También asegura que el eje central del cultivo fue la chacra que aún se conserva en las haciendas y en los llanos de las casas.

En todas esas siembras se utilizaban abonos orgánicos, que preparaban y transportaban algunos días antes de la siembra, tradición que se mantiene en los cultivos orgánicos de algunas comunidades.

“Cuando la sementera florecía hacían los aporques, dicha actividad culminaba con las cosechas. Luego de varios meses cultivaban la oca, el melloco y la mashua, pues su producción demoraba un año”, recuerda la investigadora Pichisaca.

Al realizar estos dos ciclos de producción, las tierras pasaban en barbecho por 10 años siendo utilizadas únicamente en el pastoreo.

También se hacía el cultivo asociado, el complementario y el autárquico.

El asociado, según el libro sobre el maíz,  consistía en hacer hileras de este producto con poroto y se intercalaban filas de cebada, arvejas y habas. En el complementario, “el maíz le proporciona un sustento físico para que el poroto pueda enredarse en su tallo”. (I)  

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