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Pronto será 4 de mayo

Pronto será  4 de mayo
19 de abril de 2020 - 00:00 - Gilda Orellana-Rodríguez

“Nosotros somos de Sinchal, señorita. ¿Usted conoce por ahí? Es una comuna cerca de Manglaralto, la verdad ya no sabemos cuándo vamos a regresar. Tuve que dejar botada mi casa porque por ahí se mueren todos los días 4, 5 personas y nosotros somos pobres ¿sí me entiende? No nos podemos enfermar. Allá no contamos con televisor, tampoco radio. Eso sí, tenemos teléfono. Yo poseo uno y mi esposo tiene otro que no deja hacer nada, solo es para llamadas. En el mío podemos revisar el correo y el WhatsApp pero cuando el internet se le acaba ya no tenemos cómo ver nada.

Tengo tres nietos señorita: la de 7, que ya mismo cumple 8, la de 5 y el último de 3 ¿Usted los ha visto desde su ventana? La del medio está contenta porque habló por teléfono con su profesora; la profesora la llamó y le dijo que se esté tranquila que pronto se iban a ver, que iban a jugar, pero que mientras tanto ella tenía que aprender.

Pero la verdad señorita es que nosotros no sabemos enseñar, ¿sí me entiende? Cuando empezó la desgracia yo me los traje para acá, a la casa de mi jefe que es de Guayaquil, para que no les pase nada. Nos vinimos porque aquí no hay muertos y también porque hay un internet que no se acaba nunca.

Con mi nuera, la mamá de los bebés, revisamos todos los días el correo pero desde la escuela aún no nos llega nada. Dicen que hay una página web pero no sé cómo funciona. Tampoco nos han dicho nada de ningún folleto, ni cómo será esa repartición, ni a dónde hay que irlos a ver. Eso sí nos preocupa porque las clases empiezan ya mismo, señorita. Ya mismo es 4 de mayo”. 

Aquí, donde no hay muertos, es un barrio a 15 minutos de San Pablo, provincia de Santa Elena. Aquí es donde Ángela trajo a su familia y donde yo vivo desde hace 45 días con la mía. Aquí, a veces, ya no sabemos qué día es.

Son las cinco de la tarde y casi no he visto a mi hija porque estoy (tele)trabajando. Pienso en que la pandemia visibiliza nuestras fragilidades: las del cuerpo y las del sistema (de cuidados, de salud, de educación) y en cómo un virus sin vacuna golpea de la peor forma a un país desmantelado por sus políticos.

Un país corrupto. Leo el último informe del INEC relacionado a conectividad: en el Ecuador solo el 37,2% de los hogares tiene acceso a internet y de ese total el 46,0% corresponde a la zona urbana y solo el 16,1%, a la rural.  Otro dato: a lo largo del territorio nacional hay 392 parroquias donde simplemente no es posible la conectividad a internet móvil y 214 no tienen acceso a internet fijo.

Sin embargo, dice el Gobierno, las clases deben arrancar. Desde el Ministerio de Educación se informa que las plataformas están listas. La ministra de Educación repite en loop que es importante que los niños repasen y que se trabaje el diálogo en familia, que no importa si la familia no tiene internet: habrá folletos. Que si no tiene internet, llegarán a través de la televisión. Ser pobre, Ministra, significa en muchos casos no tener televisor, tampoco antena.

Este es un virus de clase. Los casi dos millones de estudiantes inscritos en colegios fiscales y fiscomisionales en la región Costa dependen más que nunca de estrategias públicas que no existen. El Presidente se excusa en cadena nacional la noche del 15 de abril: “no estábamos listos, pero es que nadie lo estaba”, dice. La realidad es que hoy los estudiantes ecuatorianos no saben cómo se está gestionando su derecho al saber. Dependen más que nunca de presupuestos que no se socializan y de la buena voluntad de unos docentes poco atendidos.

Como Antonio, que da clases en una escuela del suburbio de Guayaquil y que cuando hablamos -la tarde del 13 de abril- me dijo que lo tiene solucionado: Llevó un pizarrón a la sala de su casa y grabará sus clases para colgarlas en Facebook. Educar es ética y cuidado. Llevar un pizarrón a tu casa y dictarle clases a la nada con la esperanza de que los alumnos lo puedan ver es cuidar de los tuyos.

¿Qué va a pasar cuando las madres que hoy están en sus casas cuidando a sus hijos e hijas deban volver a trabajar? ¿Deberán dejarlos con los abuelos que aún no han muerto?  ¿qué pasará ahora con los desayunos escolares que en 2019 se anunciaron únicamente para los alumnos más necesitados? ¿Cuánta pobreza es mucha pobreza para el Gobierno?  ¿Cómo funciona la red de apoyo psicológico ministerial? ¿Qué estrategias han pensado para contener a los alumnos que habían denunciado maltratos dentro de sus casas? Porque ya sabemos que el monstruo a veces vive contigo.  ¿Cuántas familias con criaturas en educación inicial podrán imprimir las actividades y colorear ese manglar que aparece en la web? ¿Con qué lápices? ¿Han pensado en las necesidades de adaptación? ¿En los alumnos con trastorno del espectro autista y con condiciones diversas?

Claro que esto es una emergencia, por supuesto que nadie estaba preparado. Pero menos preparado está un sistema que no se preocupó por pensar en estrategias que acortasen la brecha educativa. Estamos rodeados de cifras inexactas y en medio de tanto alcohol y tanta mascarilla nos hemos olvidado hacer las preguntas urgentes a un ministerio que regula una categoría fundamental dentro del tejido social: la educación. El aula no es un espacio, es un proyecto y la mitad de ese proyecto está formado por profesores que hoy tienen miedo de que recorten sus sueldos, de que la plataforma falle, de la burocracia. Miedo, porque las capacitaciones no llegan a todos los cantones y parroquias. Y pronto será 4 de mayo. (O)

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