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El parto indígena, un ritual de vida

La partera es la encargada de dar las directrices a la madre para que el parto sea lo menos complicado posible.
La partera es la encargada de dar las directrices a la madre para que el parto sea lo menos complicado posible.
Foto: web
30 de abril de 2016 - 00:00 - Verónica Endara

Dentro de la cosmovisión indígena el parto es un ritual ancestral. La partera cumple un papel fundamental en este acto, pues es quién, de acuerdo con sus saberes y tradiciones, da la bienvenida al recién nacido.

Al iniciar el ritual, la partera se encomienda a seres supremos, según sean sus creencias. Después, se encarga de adecuar el ambiente para recibir al niño, por ejemplo, prende un fogón y varias fogatas para que la habitación se abrigue. Cada partera conserva su tradición de cómo ambientar el cuarto, algunas hacen un círculo de fuego entorno a la parturienta, otras lo hacen con humo de sahumerio, etc.

Según Enrique Cachiguango, conocedor de las tradiciones indígenas, la partera está pendiente de cómo las contracciones —‘pujos’—, van en aumento. Si el parto se demora, saca un diagnóstico haciendo una limpia con huevo de gallina a la parturienta. Luego coloca el huevo en el fogón, si hay sudor en él antes de reventarse significa que hay frío en el organismo de la madre, pero si el huevo se revienta enseguida es que la mujer está próxima a dar a luz. Si el calor es lo que falla, se utilizan aguas, como de canela o de pepa de chirimoya, para calentar el cuerpo de la embarazada y preparar los músculos para el alumbramiento.

Apenas nace el bebé, la partera lo coge en sus manos y le dice las palabras de bienvenida. Cachiguango recuerda estas: “Señora de Cotacachi, Imbabura, ven hijo de Dios, aquí vamos a vivir, en esta comunidad, en esta casita, con esta familia, comidos o no comidos, pero aquí vamos a vivir. Siempre estaremos juntos, aquí vas a crecer, vas a ser grande, vas a tener hijos, vas a tener tu pareja, aquí en esta comunidad bajo mama Cotacachi, bajo taita Imbabura, bajo Dios, bajo la Virgen, aquí vas a vivir”.

Se cree que si no se da una adecuada bienvenida al recién nacido, él se sentirá rechazado. Según la medicina ancestral tradicional, de acuerdo a cómo venga el niño al mundo será cómo actuará en él mientras viva.

Después de las palabras de bienvenida, se corta el cordón umbilical y se le amarra un hilo de color rojo que simboliza el color de la vida. Después de unos días el pedazo de cordón que quedó en el cuerpo del niño se cae, los padres suelen conservarlo colocándolo en algún lugar donde reciba humo. Para Cachiguango, esta costumbre es un modo de decir “tú naciste aquí”.  

Después del alumbramiento, la partera atiende a la madre, comprueba la salida de la placenta e inicia un nuevo ritual. Sobre una manta, la partera da golpes a la placenta con ramas de chilca y dice: “No serás ocioso, no serás andariego, vivirás en la casa, atenderás tus roles, servirás a tu comunidad, servirás a tu familia, servirás a tu entorno. No te olvides de la tierra donde naciste, ni de la comunidad donde naciste, no te olvides de los que te ayudaron, de los que siempre están contigo”.

La placenta envuelta en la manta es enterrada junto al fogón de la familia o en las cercanías bajo un árbol. Según Cachiguango este ritual ayuda a la persona a nunca olvidar de dónde viene y esta es la razón del porqué los pueblos indígenas son muy apegados a sus tierras.

Al día siguiente, al recién nacido se le realiza el primer baño ritual. En agua tibia se colocan pétalos de flores de color blanco, rojo y rosa, con hojas de romero y algunos centavos o granos de trigo. La partera baña al bebé en medio de arrullos, el primer roce del agua con las flores es como una limpia inicial para que no le afecten las ideas e influencias negativas del entorno; las monedas y granos de trigo, que se pueden colocar en las manos del recién nacido durante el baño— son para que siempre haya abundancia en su vida. El agua que queda se la vierte suavemente, sin hacer ruido, en el piso para que el espíritu del bebé no se asuste.

El agua fría —dice Cachiguango— fortalece el sistema inmunológico de las personas, por lo que las comunidades indígenas acostumbran a coger agua en una tina y exponerla al sol durante toda la mañana, con esa agua bañan al recién nacido.  

Desde que nace, el bebé es envuelto con franelas y una faja con el propósito de que sienta que está dentro del vientre de la madre. Según Cachiguango, esta costumbre le da seguridad interna al niño para que no se desmaye ante los problemas psicológicos que la vida le da, además, se cree que la envoltura fortalece los huesos y las articulaciones y corrige las deficiencias del sistema óseo.  

 “Nosotros, en el campo, no tenemos las comodidades que tienen los centros urbanos, debemos cargar cosas pesadas, tenemos que caminar en terrenos irregulares, tenemos que soportar fríos y calores extremos. Al niño se le prepara para todo esto desde que nace”, dice Cachiguango y agrega que aunque los bebés que son envueltos se tardan en caminar, son mucho más fuertes.

El trabajo de la partera no concluye ahí, orienta sobre cuál es la dieta que debe seguir la madre, qué plantas debe utilizar para levantarse, y para los niños se convierte en una pediatra ancestral que cura, sobre todo, enfermedades etnoculturales como el mal de viento y el espanto. Las mujeres indígenas para hacerse parteras necesitan mínimo 10 años de práctica, muchas empiezan su educación desde muy pequeñas. Es tanta su experiencia que pueden saber el sexo del bebé. Por ejemplo, Carmen Cumba, partera desde hace 34 años, identifica el sexo del bebé tocando el vientre de la madre. Si se deja tocar la cabeza es hombre, si no es así, es mujer.   

La mujer, de 54 años, explica que durante los controles del embarazo hace ceremonias pequeñas y una grande durante el parto. Su trabajo es evitar cesáreas y ‘arrojos’.

Esta sabiduría ancestral es diversa, dependiendo de la región cada una maneja las plantas de su entorno y tiene otros saberes. Por ejemplo, en algunas comunidades del Oriente las madres dan a luz colgadas en una liana, en la Sierra lo hacen arrodilladas o en cuclillas.

Cumba, que ha tratado más de 100 alumbramientos, dice que además de ser partera es consejera de pareja y guía de crianza de los hijos. Asegura que es importante que esta sabiduría no se pierda, pues las abuelas heredaron los saberes de cómo debe ser el parto en medio del calor del hogar sin necesidad de ir al hospital. El objetivo siempre es ayudar a las mujeres de la comunidad. (F)

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