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Nelson Torres es uno de los antiguos pobladores que preserva el potencial y riqueza de esta localidad

La historia de Pablo Arenas, un rincón colorido del cantón Urcuquí

Nelson Torres, en la actualidad, cuenta la historia de Cruzcacho, una parroquia fundada el 28 de marzo de 1923 y que lleva el nombre del prócer guayaquileño de la Independencia, el teniente Pablo Arenas.
Nelson Torres, en la actualidad, cuenta la historia de Cruzcacho, una parroquia fundada el 28 de marzo de 1923 y que lleva el nombre del prócer guayaquileño de la Independencia, el teniente Pablo Arenas.
Foto: Juan Carlos Morales
18 de junio de 2016 - 00:00 - Juan Carlos Morales. Escritor y periodista ecuatoriano

Cruzcacho era entonces una aldea de veinte casas de barro y bahareque construida en una sucesión de colinas, que mostraban un paisaje para perder el aliento frente a montañas azules y abajo, más abajo, los extensos cañaverales y algodoneras que databan de los tiempos coloniales en que los curas jesuitas traficaban esclavos negros y trago, como bien refiere el historiador Federico González Suárez, cura como ellos y Obispo de Ibarra, quien defendía la verdad histórica.

El poblado, que debía su nombre a una endeble cruz donde habían colocado una cornamenta de buey, había nacido como el pueblo de Macondo, como se lee en ese prodigio que es Cien años de Soledad, de Gabriel García Márquez y que después se lo conoció como la parroquia Pablo Arenas, lugar al que se llegaba desde Ibarra. Sí, porque los fundadores, quienes llegaron de Salinas, eran tres hermanos de la familia Gordillo: Pascuala, José y Antonio, quienes junto con una parte de las familias Torres, venidos del norte, y Félix, fueron atraídos, en el último cuarto del siglo XIX, “por el ignoto espíritu de expansión, constituyéndose en un pequeño grupo homogéneo que se ve en la necesidad de hacerse sedentario”, como se lee en una suerte de pergaminos, en manos de Nelson Gordillo Torres, relatos de la historia del actual Pablo Arenas, que lleva este nombre en memoria al prócer guayaquileño, amigo de Eugenio de Santa Cruz y Espejo, ultimado por los españoles llegados desde Lima, junto con otros patriotas, allá en la matanza del 2 de agosto de 1810.

Esos pergaminos, que permanecen inéditos, fueron levantados por el profesor Hugo Ponce Carrera, a instancia de Nelson Torres Gordillo, Lázaro Ruiz, y otros entusiastas jóvenes de entonces quienes, al cumplir 50 años de fundación, cayeron en cuenta que desconocían la historia de su propio pueblo. Les había pasado como al pueblo de Macondo cuando, después de caer en el insomnio, llegó la peste del olvido. Pocos recordaban a esas estirpes de fundadores, los motivos que los trajeron hasta el lugar o las haciendas que les rodeaban, como Puchimbuela, El Ingenio o Cabuyal.

De esta manera, como si quisieran nombrar a todas las cosas, fueron de casa en casa a entrevistar a los mayores para armar ese rompecabezas en que se había convertido la historia del mítico Cruzcacho. Fue así que se enteraron de las sucesivas mingas que se realizaron, de las fiestas que se efectuaban una vez al año en homenaje de la Virgen de El Carmen, de esa delicia que es el sango de sal o de la solidaridad que siempre ha existido en esta familia extendida que es Pablo Arenas, bajo el influjo de una cohesión espiritual, desde antes de que los mayores se vistieran de cucuruchos.

Poco después de recopilar esa valiosa información, los mayores de Cruzcacho comenzaron a morir en fila, dice Nelson Torres Gordillo, quien cuando era niño conoció al entonces joven y sencillo sacerdote Leonidas Proaño y estudió en la escuela de los Hermanos Cristianos, cuando los religiosos aún les enseñaban poemas en francés y los chiquillos acudían con la colación consistente en tostado yanga (negro en quichua), elaborado en tiesto. Ese mismo maíz que es parte fundamental de las cosechas y de la fiesta en su homenaje.

Desde tiempos antiguos, desde Eloy Gordillo, quien propició la construcción de la iglesia, a Marco Tulio Félix, que hizo lo propio con la capilla, los hombres y mujeres de Pablo Arenas han sido generosos con su pueblo. Aunque Nelson Torres Gordillo no lo diga, se conoce que donó una de sus propiedades para el Centro de Salud, entre otros bienes.

Lector del Caballero de la Triste Figura, que no es otro que Don Quijote, pero también de la literatura latinoamericana, como la historia de Remedios la Bella que asciende en cuerpo y alma, y el coronel Buendía que fabrica pescaditos de oro, este hombre también ha dedicado muchos días para realizar acciones en beneficio de su pueblo. Vestido de impecable traje negro y corbata delgada, se lo puede mirar en fotografías antiguas, donde –junto con sus paisanos- impulsaba mejores días para el antiguo Cruzcacho.(I)

Nelson Torres Gordillo, en una foto del recuerdo; es un agricultor que dedica casi todo su día a cuidar, sembrar o cosechar su producción. Foto: Juan Carlos Morales

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