La mayoría de blusas indígenas son tejidas a mano, con esmero y dedicación. Al insertar la aguja, María Maldonado fija su mirada en un papel en el que visualiza el modelo a seguir. Lo descargó de una página de Internet donde hay más de un centenar de figuras para bordar a mano.

Ella tiene suficiente destreza para bordar diferentes figuras, por más complejas que sean.

Su trabajo empieza en las primeras horas de la mañana y finaliza en la tarde. Siempre hace una pausa para almorzar y descansar la vista. No es un trabajo fácil: cada blusa es el resultado de horas de trabajo continuo.

“Se necesita paciencia y concentración”, comenta mientras escoge hilos de colores llamativos para decorar la blusa que, seguramente, estará a la venta en solo unos días. Lucila Lema Otavalo luce una de estas blusas y explica que la más económica tiene un valor de $ 40 y la más costosa $ 120.

“Todo depende de la tela y los encajes. Si es hecho a mano el precio alcanza los $ 100. En máquina son más baratos”. Las blusas tradicionales —comenta— nunca pasan de moda. Cada vez surgen nuevos modelos. En el cantón Otavalo, el bordado y la elaboración de otras prendas es una actividad que genera empleo. Al momento, hay más de 30 locales dedicados a la venta de prendas para las mujeres kichwas.

En realidad, estas boutiques se han especializado en la comercialización de ropa étnica (el término utilizado por la industria de la moda para referirse a las prendas que incorporan elementos de otras culturas).

Aunque el bordado a mano es el que predomina en Otavalo, también existen muchas fábricas dedicadas a elaborar blusas a máquina, porque el proceso es menos laborioso. En se caso, es la máquina la que cumple el trabajo de los artesanos, pero el bordado a mano es de mejor calidad.

“Cada vez hay más fábricas que invierten en máquinas de bordar, porque producen prendas en serie, pero todavía hay clientes que prefieren el trabajo manual”. (I)