Una ruta para celebrar los 491 años de Quito desde las alturas
El recorrido empieza en el tradicional barrio La Tola, cerca de La Marín, uno de los sectores calificados como los más conflictivos de la cuidad. Aquí, las calles sobreviven sin filtros.
Subo por la Esmeraldas y entro al Sereno Moreno. La puerta cubierta de stickers confirma el tipo de templo al que entro: uno donde la tradición se sirve fría y sin pretensiones.
Josué Moreno, uno de los dueños, me recibe y caminamos directo a la terraza. Subo las gradas y la casa se abre con murales de diosas, altares con velas y máscaras del Aya Huma que vigilan el paso. Cuando llego arriba, el Centro Histórico se despliega con esa mezcla indecente de belleza y abandono que lo define todo. En la noche, la Básilica del Voto Nacional iluminada se lleva el protagonismo visual.
Me sirven tres shots de su tradicional bebida: la chicha. Hay de maíz morado, de morocho y de yuca. La primera es dulce; la segunda baja más fuerte; la tercera es suave como jugo espeso. Mientras Josué me cuenta que los ingredientes vienen del Mercado de San Roque, yo pruebo la de maíz morado y siento que estoy bebiendo una parte de esta ciudad que se resiste a desaparecer.
A esta hora, con el frío bajando desde El Panecillo, Sereno Moreno funciona como rooftop, museo, altar y fiesta. Aquí el skyline no oculta la desigualdad: la muestra. Quito con cicatrices, pero vivo.
Casa Gangotena: el techo elegante que embellece la historia sin esconderla
Camino unas cuadras y llego al rooftop de Casa Gangotena. Aquí todo parece diseñado para recordarte que estás en una de las ciudades patrimoniales mejor conservadas del mundo. El canelazo estrella del lugar —el mismo que en 2025 entró al Top 10 mundial de TasteAtlas— huele a naranjilla, lavanda y palo santo encendido. La Plaza San Francisco se ilumina abajo como si ensayara una escena eterna.
La diferencia es abismal: mientras en San Roque la fiesta es improvisada, aquí cada sorbo es ceremonioso. No mejor, no peor. Quito tiene dos corazones, y este late más lento.
Community Hostel: fiesta barata y mirador privilegiado
El último alto en el Centro es Community Hostel. Rooftop mochilero, internacional, más sudor que etiqueta, más cerveza que coctelería. Desde aquí el Panecillo parece un guardián cansado, pero firme. La mezcla es simple: viajeros, música alta, un bar pequeño y una vista que vale más que cualquier entrada.
El Centro Histórico ofrece rooftops que celebran a Quito sin ocultarlo: con su gloria, con su deterioro, con su autenticidad incómoda.
Norte de Quito: vidrio, neón y la promesa de una ciudad que quiere ser moderna
ZEN Lounge Bar: la postal del Quito que se vende como “cosmopolita”
Cruzo la ciudad y el contraste es inmediato. En el norte las calles están mejor pavimentadas, los edificios más altos, la promesa más clara: aquí se vive “mejor”, lo que sea que eso signifique.
El ZEN Lounge Bar del Hotel Zen es un ejemplo perfecto de esa aspiración. Terraza nueva, luces de diseño, bartenders que dicen palabras como “infusión”, “extracto”, “bitter” y no piden disculpas. Su menú —según el documento oficial de inauguración— replica el estilo lounge de grandes capitales. Y sí, se siente así: Quito subida sobre un pedestal de vidrio.
Desde aquí la ciudad parece más ordenada. Más norte, menos caos. Más torre, menos calle.
Go Hotel Quito: el rooftop ejecutivo
La terraza del Go Hotel Quito es más sobria, más tranquila, más corporativa. Aquí vienen quienes quieren hablar de negocios con un mojito en la mano y un horizonte limpio al frente. No hay extravagancia: hay claridad. Ideal para quienes festejan a Quito sin desorden, sin ruido y sin sobresaltos.
Aquí la ciudad parece promesa: limpia, funcional, posible.
Cumbayá: el Quito que no se parece a Quito
Briza Rooftop: la terraza donde la ciudad baja del valle para volverse postal
Cierro la ruta en Briza, en Cumbayá. El contraste ya es otro nivel. Cumbayá no es un barrio: es una declaración estética de quienes pueden pagar otra vida. Mesas amplias, cocteles caros, iluminación cálida, música que nunca molesta. El valle se abre limpio, sin tráfico, sin vendedores, sin urgencia.
Es Quito sin Quito. O Quito como lo imagina alguien que no usa bus, no camina calles rotas y no vive en una casa con humedad. Pero la vista es hermosa, y las terrazas funcionan como espejos: aquí la fiesta se parece a Miami, mientras abajo, en la vieja ciudad, la vida sigue más dura y más honesta.