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La orden llegó a la parroquia en 1990 y beneficia a personas de escasos recursos económicos

Un miércoles distinto para 60 ancianos de un asilo en Tumbaco

Alrededor de 60 ancianos viven en el asilo de las Hermanas de La Caridad en Tumbaco. Las religiosas realizan ayuda social también para niños y personas en estado de vulnerabilidad. Foto: Álvaro Pérez / El Telégrafo
Alrededor de 60 ancianos viven en el asilo de las Hermanas de La Caridad en Tumbaco. Las religiosas realizan ayuda social también para niños y personas en estado de vulnerabilidad. Foto: Álvaro Pérez / El Telégrafo
12 de julio de 2015 - 00:00 - Redacción Quito

Como es costumbre, los ancianos que viven en el asilo de las Hermanas de la Caridad, en Tumbaco, se levantan antes del alba, se sientan al borde de la cama y lo primero que hacen es juntar sus manos para elevar una plegaria.

Con su voz casi imperceptible rezan el Ave María y demás oraciones que aprendieron desde la infancia para comunicarse con Dios.

Con sus manos suaves y arrugadas desgranan una a una las cuentas del rosario a la espera de que el día transcurra. Pero la mañana del último miércoles la rutina no fue la misma para los moradores de este caluroso valle nororiental.

Esta pequeña parroquia de aproximadamente 10 mil habitantes fue parte del recorrido del papa Francisco, quien estuvo en el país durante 4 días.

Los preparativos —y el alboroto— empezaron el lunes en la capilla de la Misericordia de las Hermanas de Calcuta. Voluntarios y religiosas limpiaron hasta el último rincón, mientras que otros realizaban carteles y figuras de papel que darían la bienvenida al Papa.

A las afueras de la capilla, un arreglo floral destacaba en la puerta, flores azules en un fondo de margaritas amarillas dibujaban la leyenda “Bienvenido Santo Padre”.

Las Hermanas de la Caridad de Calcuta tienen a su cuidado alrededor de 60 ancianos y apoyan a la comunidad de Tumabaco desde hace 25 años.

En la parroquia urbana existen 2 casas de acogida para los adultos mayores: en la primera, ubicada en el centro de la parroquia, habitan las mujeres, mientras que en la casa del barrio de El Arenal están los varones.

Un encuentro espiritual

Ese miércoles los abuelitos se levantaron a las 06:00 para acicalarse y lucir impecables con sus uniformes. Dos horas después se ubicaron en el patio cubierto del ancianato.

Un brillo distinto se reflejaba en sus ojos. Aunque permanecían quietos en sus puestos, la alegría brotaba de sus cuerpos a través de aplausos que acompañaban los cantos religiosos, cantos que, paulatinamente, se hacían eco en la calle, donde decenas de vecinos se aglomeraron para también ser testigos de esa histórica visita.

Los minutos transcurrían lento. Al menos así lo percibían los residentes y las decenas de personas que arribaron desde las 04:00 para dar la bienvenida al Pontífice.

“Dicen que ya salió de la Nunciatura”, “Ya está por la Ruta Viva”, “Así como nos organizamos, todos cantamos” comentaban los fieles alrededor del hogar.

Mientras tanto, al interior, religiosas y voluntarios entraban y salían con prisa del recinto para afinar detalles.
Cuando el reloj marcó las 09:30, unos cantaban y otros gritaban: “¡Queremos la bendición!”.

El Papa Francisco se detuvo unos minutos afuera de la capilla y saludó con algunas de las religiosas dándoles golpecitos en las mejillas, abrazos o simplemente tocó sus cabezas.

Hasta las 10:10, el Papa permaneció al interior de la capilla, en un encuentro privado con el grupo de ancianos. Luego salió para bendecir a los feligreses, entre quienes estuvieron personas enfermas y con discapacidad.

La emoción al interior del ancianato era tal, que las religiosas ni siquiera notaron la presencia de algunos medios de comunicación que buscaban las primeras reacciones de los abuelos, todos conmovidos con el encuentro.

Algunos aún tenían sus manos juntas, como en sentido de oración, otros limpiaban de la comisura de sus ojos algunas lágrimas.

Lizardo Andrade (76 años) besaba las manos de las madres, mientras cantaba ‘Demos gracias al Señor’, apoyado en su bastón recorría el patio donde minutos antes se encontraba el Papa.

Emocionado indicaba a sus compañeros el regalo que él les entregó y, del bolsillo de su chaqueta sacó una bolsita de cuero café en la que se encontraba un rosario de mullos blancos y una cruz plateada. “Esta es la mejor herencia que puedo dejar”, mencionó.

Consuelo también vio al Papa y se quedó sin palabras tras la visita. Sus labios aún temblaban, por lo que apenas perceptible decía: “Él dijo que todo lo hacía por nosotros, con amor”. (I)

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