Ecuador, 26 de Abril de 2024
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El Telégrafo
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La vida en Guangzhou

Vivo en Guangzhou desde agosto de 2019. La ciudad es más moderna de lo que yo podía imaginar. Todo funciona a la velocidad de un rayo. Las compras chicas o grandes se las hace desde el teléfono celular. Abrir una cuenta bancaria es un trámite que toma más o menos una hora. No hay que sacar copias de nada, ni llevar planillas.

La atención al cliente en instituciones públicas y privadas es eficiente siempre y cuando sepas el idioma. Nuestra primera lección fuerte de lo que realmente significa el ritmo en China fue el arrendamiento del departamento donde vivimos. Teníamos un corredor de bienes raíces, flaco, de dedos finos como casi todos aquí, y de paso apresurado. Nos llevaba de un edificio al otro, todo el recorrido lo hacíamos caminando en un calor sofocante.

El corredor impecable y sin saber lo que es el cansancio o el calor, nos preguntaba en un inglés cortado, si nos gustaba tal o cual departamento. Cuando ya tuvo una idea clara de lo que queríamos nos enseñó un par de opciones que valían la pena. Nos preguntó cuál queríamos para ya firmar el contrato, pero no estábamos listos para decidir. La gente en China tiene el botón del drama apagado.

La vibración del domingo es la misma que la de cualquier martes o miércoles. La vida es siempre vibrante, las calles llenas, la gente amontonada cruzando las avenidas, las estaciones de metro nítidas, silenciosas y a reventar. Los restaurantes están llenos desde las 10 de la mañana para Dim Sum. Los meseros son eficientes, la comida es fresca, el aire siempre lleva risas y vocecitas de vida porque todas las mesas están ocupadas.

En los restaurantes escaneas el código QR para que te aparezca el menú en tu teléfono, desde ahí ordenas la comida, y desde ahí pagas la cuenta. No hay errores porque no hay humanos en el proceso. El mesero trae comida y lleva platos, aunque en algunos restaurantes ya han sido reemplazados por robots. Las calles de Guangzhou son impecables, con una capa asfáltica que parece pista de  patinaje. Eso sí, las cámaras las hay de 7 en 7 en cada esquina.

Los infractores que viven en nosotros han sido totalmente aniquilados. ¿Invasión a la privacidad? La verdad es que yo no tengo nada que ocultar y esas cámaras me hacen sentir segura, al igual que los detectores de metales en cada entrada del metro. Aquí no hay terrorismo, ni robos, mucho menos violencia. Podemos caminar tranquilos por las noches, y perdernos en barrios alejados.

Dicen que sí hay peligros, y seguro que los hay, peligro comparado con qué? Y lo cierto es que yo nunca he vivido en Suiza. Si me das a escoger entre la privacidad y la seguridad, escojo mil veces la seguridad. (O).

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