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Los sondeos de opinión como carnada electoral

Los sondeos o encuestas polarizan los votos ya que los resultados anticipados confunden a la población, más si los candidatos se dan por triunfadores.
Los sondeos o encuestas polarizan los votos ya que los resultados anticipados confunden a la población, más si los candidatos se dan por triunfadores.
iFoto:Internet
23 de febrero de 2020 - 00:00 - Gustavo Isch

Las encuestas no son predictivas. Los sondeos de opinión no alcanzan para diferenciar el sentimiento de la emoción.

A un año de las elecciones previstas para 2021, es riesgoso, cuando no abiertamente irresponsable, especular sobre resultados electorales y peor aún, anticiparlos.

Una y otra vez, y cada vez con mayor frecuencia, los fracasos de las casas encuestadoras en todo el mundo nos hablan de los límites evidentes de la estadística aplicada al estudio del clima social, cuando se confronta con la política real.

Entendida esta última como un proceso en constante cambio, una trama vital conducida por la voluntad de las personas, y que no pocas veces suele definirse por inesperados sucesos o reencausarse abruptamente debido a caprichosas causas.

La encuesta es una herramienta de recolección de información. Desde la metodología científica es una técnica que, como tantas otras, puede o no ser la más adecuada a los objetivos planteados en una investigación.

Desde la perspectiva del investigador es una simulación experimental que busca identificar datos que sirvan para la interpretación de un momento específico que vive una sociedad, siempre y cuando el modelo diseñado por el investigador cumpla rigurosamente los protocolos técnicos indispensables.

Desde la perspectiva del político, sea un candidato o un líder ya en ejercicio del poder derivado de la representación conferida por el elector a través del voto, la interpretación de los resultados arrojados por una encuesta demoscópica suelen ser más un acto de fe que un ejercicio de objetividad.

En Ecuador, no aparece siquiera en una encuesta preelectoral o formar parte de la comparsa de aspirantes sin porcentajes atractivos, se ha convertido en un síntoma fatal para equipos de campaña y precandidatos, capaz de ahuyentar más rápido que el coronavirus a un potencial financista o a un cacique local dispuesto a trasladar el apoyo de su rebaño al caballo con más posibilidades.

Ello desanima no solo a desgastados personajes sin reales probabilidades de triunfo, tanto como a cuadros potencialmente importantes para un país que requiere renovar su percha política.

En sentido contrario, números favorables en una encuesta son recibidos con júbilo y triunfalismo poco recomendables en los equipos de campaña de aquellos candidatos que registran mejores porcentajes de conocimiento, percepción positiva e intención inicial de voto entre los encuestados.

Sin embargo, la historia de los procesos electorales ecuatorianos está llena de casos en los que personajes considerados favoritos (Sixto Durán Ballén, Jaime Nebot, León Roldós, por citar tres ejemplos), perdieron frente a sus contendientes.

Y también son muy importes los episodios en los que candidatos que entraron en carrera con casi ninguna posibilidad estadística terminaron ganándoles la presidencia a los más robustos pretendientes (Jaime Roldós, Bucaram, Lucio Gutiérrez, Rafael Correa, son nombres que saltan inmediatamente en este registro).

El fiasco de las encuestas y sus pronósticos en las elecciones seccionales ecuatorianas en marzo de 2019, casi no tiene antecedentes.

De modo que ¿por qué seguimos entonces esperando la gozosa aparición de las severas cifras de las encuestas cada vez que un proceso electoral se cierne sobre nosotros? Muchos a estas alturas se preguntan incluso más pragmáticamente, ¿por qué seguimos creyendo en ellas?

El tema es más serio de lo que parece. Ocurre que un evento electoral como el que se avecina ocupa un entramado de intereses, actores, medios y circunstancias de compleja interrelación;.

En otras palabras, una elección política no es solo un tema que involucra a “los políticos”, y tampoco hay, en estos tiempos, “políticos profesionales en “estado puro”, utopistas ingenuos libres de sesgos e intereses a los cuales es sencillo identificar para abrazar sus altruistas propuestas de refundación.

A lo largo de los años, sus comportamientos, aciertos y errores han venido moldeando también las formas de percibirlos e interactuar con ellos por parte de los electores que los miran con desconfianza, abierto rechazo o, en situaciones de crisis, los abrazan como esperadas tablas de salvación, lo cual habilita a los más sagaces para regodearse en el populismo puro y duro.

Proceso electoral

Las elecciones que se avecinan son un típico caso de un suceso en el que, aparte de ideologías, se someten a tensiones del proceso electoral periodistas, analistas, académicos, financistas, empresarios, partidos y movimientos tradicionales así como otros de reciente factura.

Viejos y nuevos electores, demandas insatisfechas, problemas estructurales así como nuevas sensibilidades; el Gobierno de turno y su oposición, los órganos de control y organización electoral, los liderazgos caducos enfrentados a intrépidos modelos; anquilosadas formas de transmisión de mensajes y modernas tecnologías de información y comunicación.

Además de equilibrios y clivajes de hegemonías locales y regionales, sin olvidar incluso, factores de importancia geoestratégica originados más allá de nuestras frágiles fronteras.

En este marco, la difusión de encuestas demoscópicas no solo engorda el rating de espacios noticiosos y de opinión, sino que implanta eventualmente matrices de opinión en la esfera pública con temáticas que, de tanto repetirse, se asumen como hechos que en el caso del Ecuador parecerían definir un país político sin futuro.

Un país marcado por la corrupción, la impunidad, la desigualdad y la inseguridad y el fraude electoral como constantes que lo explican todo, desde asumir que un político “roba, pero hace obra”, hasta justificar que dada su impopularidad o falta de credibilidad probada en las encuestas, es momento de deshacerse de él.

Publicar encuestas o sondeos incluso groseramente falsos a través de redes sociales se ha vuelto una práctica cotidiana en época preelectoral y no se diga durante el poco tiempo que oficialmente dura una campaña.

Posicionar prematuramente en un tablero electoral aún por definirse a ciertas figuras en detrimento de otras, es una estrategia común que busca polarizar anticipadamente la intención de voto y usar datos estadísticos como una carnada.

Las encuestas demoscópicas y sondeos de opinión son solo instrumentos que sirven para el conocimiento y facilitan el análisis y toma de decisiones, pero que no son ni las únicas ni las más infalibles herramientas de investigación política disponibles en la actualidad.

Hoy mismo, y luego de un inacabado proceso de reinstitucionalización del Estado, con una economía casi en recesión, un clima social altamente negativo, una dramática ausencia de liderazgo político a todo nivel, y un proceso electoral que huele a manipulación, parecería que muchos aspirantes a Carondelet y a la Asamblea el próximo 2021, así como sus equipos de asesoría, no entienden que el Ecuador se juega la vigencia o la implosión del sistema democrático, que apenas en octubre dio una de sus más dramáticas alertas. (O)

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