La despedida de Robe y el recuerdo de su única noche en Quito
El 10 de diciembre de 2025 empezó como cualquier miércoles extenuado. Hasta que la noticia partió el día en dos: falleció Roberto Iniesta, el vocalista de Extremoduro, conocido como Robe. El último de los poetas que no necesitó academia para filosofar. Su agencia lo dijo sin rodeos: esta es “la nota de prensa más triste de nuestras vidas”. Y sí, también la mía.
El frío quiteño se me vino encima como un déjà vu. Era diciembre de 2014, Ágora de la Casa de la Cultura, el único concierto de Extremoduro en Ecuador. Una sola visita bastó para convertirse en mito. Esa noche, a pesar del clima que congelaba las manos todos coreamos: ¿Dónde están los besos que me debes? En cualquier esquina, cansados de vivir en tu boquita siempre a la deriva".
Con Robe y la banda en el escenario, Quito dejó de ser Quito. La puesta en escena fue la de un tipo que puede filosofar sobre la libertad en una mesa de bar mientras se fuma la existencia. Y cuando abrió la boca, la multitud entendió que el punk también abraza y muerde al mismo tiempo.
Biografía breve de un poeta que no pidió permiso
Roberto Iniesta Ojetti nació en Plasencia, España, en 1962. Creció entre fábricas, bares y calles que siempre le hablaron más fuerte que cualquier aula. En 1987 fundó Extremoduro, banda que terminó convertida en una de las propuestas de rock más influyentes de habla hispana.
Su escritura —áspera, luminosa, brutal— rompió con la solemnidad del rock español. No era un cantante: era un bisturí. Cada álbum, desde 'Rock Transgresivo' hasta 'La Ley Innata', construyó una ética propia: la libertad como religión, el cuerpo como territorio, el amor como incendio, la miseria como materia prima para la belleza.
En 2015 inició su proyecto solista ROBE, con trabajos como 'Lo que aletea en nuestras cabezas' y 'Mayéutica', donde su estilo se volvió aún más filosófico, más emocional, más suyo.
¿Por qué Robe cambió el rock en español?
Extremoduro no fue una banda: fue una revolución estética. Su música mezcló crudeza, poesía, protesta, introspección y calle. Desde España hasta América Latina, miles encontraron en sus canciones un manual para sobrevivir a la tristeza, al caos y a la rabia.
Robe logró lo que muy pocos músicos pueden presumir:
- No siguió modas: las destruyó.
- No buscó fama: la fama lo buscó.
- No formó fanáticos: formó resistentes.
Su impacto quedó en la cultura popular, en los tatuajes, en los grafitis, en los bares que todavía ponen sus discos como si fueran evangelios para ateos sensibles.
El Ágora de 2014, cuando Quito ardió de frío
Mientras escribo esta crónica escucho su música con audifonos para no interrumpir el trabajo en la redacción de El Telégrafo. La introducción del DVD grabado en 2002 es la inspiración, aunque muchos poetas crean que no existe.
"Desde que tú no me quieres, yo quiero a los animales y al animal que más quiero es al buitre carroñero", sigue el compás de este teclado de computador.
Volver a esa noche me provoca un nudo que no se rompe. El Ágora estaba llena desde la tarde. Gente con banderas, cervezas, crestas, chompas de cuero y jean, botas, ojos encendidos.
Recuerdo una frase del público:
“Esto no se vuelve a repetir.” Y tuvieron razón. No se repitió. No se repetirá.
Esa noche Quito tembló. No por sismos. Por Extremoduro.
¿Por qué su muerte importa, no solo a los fans?
La agencia que comunicó su fallecimiento dijo que se va “el último gran filósofo de nuestra lengua”. Puede sonar exagerado hasta que se entiende lo esencial:
Robe hizo pensar a quienes nunca se sintieron bienvenidos en el pensamiento.
Llevó filosofía a los garajes, a las plazas, a las madrugadas. Hizo literatura desde la herida. Cantó para los que, hasta ahora, no encuentran su lugar.
En un mundo que maquilla la tristeza, él la convirtió en arte. Por eso hoy su silencio pesa tanto.
Hasta siempre, Robe.
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— El Telégrafo Ecuador (@el_telegrafo) December 9, 2025